Puede verse en los medios de la reacción un cambio en su estrategia. Conscientes al fin de las palizas que la imagen de Chávez les ha propinado apuntan sus baterías contra la obra de Chávez. La estrategia es relativamente simple y nada nueva. Si se encuentran razones de peso y colaboradores a lo interno, Chávez podría terminar siendo en la imagen popular un presidente bueno pero inepto. Al final, si lo logran, el pueblo conservará en su corazón ese nexo afectivo con el presidente, pero herido el sentimiento por esta especie de convicción de que no gerencia, no hace cumplir lo que ordena, y de que sus subalternos detienen y en muchos casos boicotean sus mejores intenciones. Esa es la matriz de opinión que hoy fijan los medios.
Justicia revolucionaria que no funciona. Política de vivienda entorpecida que no llega con celeridad al pueblo. Misiones torpedeadas. Política comunicacional deficiente. Desarrollos endógenos, cogestión empresarial y cooperativismo convertidos en semilleros del hombre viejo. Organización social ninguneada por los partidos políticos. Un reformismo galopante protagonizado por una especie de nuevo rico oportunista y pantallero. Burocratismo e ineficiencia... Todo un caldo de cultivo como para que la contra aproveche la oportunidad y pesque en río revuelto. ¡Ni pendejos que fueran!
La Revolución Bolivariana ha debido librar batallas estelares a lo largo de estos siete años. El proceso dialéctico de la historia se ha ido imponiendo y hasta ahora el pueblo ha logrado una victoria tras otra. Primero fue el desprendimiento de la derecha enquistada en el proceso, tanto militar como política, que sacó los colmillos en noviembre de 2001 cuando las leyes habilitantes mostraron la decisión del presidente. Aquello culminó con el golpe de estado de abril de 2002. La revolución pudo quitarse el lastre de algunos militares rastreros junto a la banda mafiosa de Miquilena. El retorno del presidente llevó a la derecha enquistada en el proceso al ensayo de nuevas estrategias. Se impuso, al mejor estilo de la primera república, aquella desgraciada e indefensa república, la política de la reconciliación, las Mesas de Diálogo y los espacios para el reencuentro. ¡Error! ¡Cómo van a reencontrarse sin heridas el predador y la presa!
La impunidad, fruto de esta “estrategia”, puso en el camino del proceso revolucionario la trampa mortal del sabotaje petrolero. Mientras en el campo revolucionario se imponía el diálogo y el perdón la contra armaba su siguiente zarpazo. No hay reconciliación posible entre explotadores y explotados. La historia humana hay que verla como lo que realmente es: un teatro de lucha de clases. Un teatro real, sangriento y monstruoso. La Grecia, la Roma, la España, la Inglaterra o los EE.UU., imperiales no fueron espacios donde imperaba la belleza, el arte o la armonía; era, el teatro de la más sangrienta represión social.
En la Venezuela cuartorepublicana nunca imperó la armonía, la tolerancia o la justicia. Todo era apariencia, invisibilización de la víctima. Bajo esa apariencia de armonía las inmensas mayorías de excluidos sufrían la falacia de ser propiedad privada de sus amos. La mujer, convertida en un objeto inservible, fue reducida a una inferioridad física y mental, sólo útil para mal parir hijos; Campesinos y obreros con manos encallecidas de tanto apretar los sueños; Miles y miles de niños condenados a la exclusión educativa. ¡Por Dios!. Imaginar espacios de encuentro entre la criatura y la bestia es más que una torpeza, es traición a la condición humana.
La reacción no descansará hasta ser aplastada o aplastar la Revolución. Irá , eso sí, cambiando de disfraz. No importa si hoy aparece como caperucita o mañana lo hace con piel de oveja, debajo siempre estará el lobo. Salvo en un mundo sobrenatural descrito en la Biblia, donde se echan en armonía el león y la oveja, en el mundo real el león es carnívoro y se come a la oveja. ¡Todo lo demás es cuento y río de hojas!. La revolución bolivariana no tiene más que un camino: profundizar el modo socialista de organización política, económica y social. No hay otro. Socialismo, democracia y capitalismo son excluyentes. Agua y vinagre. Mera ilusión de mezcla que el tiempo pronto descubre dolorosamente. ¿Aún habrá quien dude de lo que harán con el pueblo si toman el gobierno de nuevo?
Lo que hoy está sufriendo el proceso revolucionario es la consecuencia de seguir teniendo en sus entrañas el veneno capitalista disfrazado de chavismo. El individuo con mentalidad capitalista es primero individuo que persona. Es egoísta, piensa en sí mismo, en sus intereses, se mimetiza, canta, baila y se viste de revolucionario, pero todo cuanto hace tiene por fin su propio progreso. Posee la cualidad del camaleón, maneja las gradaciones y hasta tolera ciertas conquistas no esenciales del pueblo, pero al final trabaja por la conservación de sus privilegios. Trabaja para el enemigo de clase porque él mismo ya lo es. Con sus acciones siembran incertidumbre, duda, desazón, desesperanza. El pueblo –en quien reside el único poder real de la revolución-, termina siendo presa de la manipulación. Esto , dolorosamente, me consta.
Dos tareas inmediatas lucen imprescindibles, (1) el trabajo concientizador en el seno del pueblo a fin de que reconozca con claridad al lobo bajo sus variados disfraces, (2) el ataque a fondo contra la quinta columna dentro del proceso. Junto a ello, sin ambages, un salto adelante, atrevido, descarado, sin temor ni dudas, en la aplicación de políticas socialistas. Entre otras cosas eso los hará descubrirse. Saltarán como la liebre. Medran en la ambigüedad y le tienen terror al socialismo. ¿No les gusta la sopa? ¡TRES PLATOS!.