"En los grandes procesos históricos, veinte años son igual a un día, si bien luego pueden venir días en que se condensen veinte años", escribió Marx. La táctica del revolucionario debe tener en cuenta, en cada grado de su desarrollo, en cada momento, esta dialéctica objetivamente inevitable de la historia humana; de una parte, utilizando las épocas de estancamiento político que marcha a paso de morrocoy, para desarrollar la conciencia, la fuerza y la capacidad combativa organizada; y de otra parte, encausando todo este trabajo de lucha de utilización hacia la victoria final del movimiento revolucionario, capacitándose para resolver las grandes tareas del luchador social y así llegar a los días triunfales "en que se condensen veinte años". Pues bien, cuando la burguesía conquistó el poder político y estableció sobre las ruinas de la sociedad feudal su modo capitalista de producción, sobre ese modo de producción erigió su Estado, sus leyes, sus ideas e instituciones. Instituciones que consagraban la esencia de su dominación de clase: la propiedad privada. La nueva sociedad, basada en la propiedad privada sobre los medios de producción y en la libre competencia, quedó así dividida en dos clases inequívocas: 1. La poseedora de los medios de producción, cada vez más modernos y eficientes; 2. Y, la desprovista de toda riqueza, poseedora solo de su fuerza de trabajo, obligada a venderla en el mercado como una mercancía más para poder subsistir. Rotas las cadenas del feudalismo, las fuerzas productivas se desarrollaron hasta más no poder. Surgieron las grandes industrias y fábricas donde se acumulaba un número cada vez mayor de trabajadores. Las empresas más modernas y técnicamente eficientes iban desplazando del mercado a los competidores menos eficaces. El costo de los equipos industriales se hacía cada vez mayor; era necesario acumular ingente sumas superiores de capital. Una parte de la producción se fue acumulando en un número menor de manos. Surgieron así los poderosos emporios empresariales y, más adelante, las asociaciones privadas capitalistas mediante cártel, trust y consorcios, según el grado y el carácter de los asociación, controlados por los poseedores de la mayoría accionaria, es decir, por los más poderosos propietarios de la industria. La libre concurrencia, característica del capitalismo en su primera fase, dio paso a los monopolios que concertaban acuerdos entre sí y controlaban los mercados. ¿De dónde salieron las colosales sumas de recursos que permitieron a un puñado de monopolistas acumular miles de millones de la chatarra del dólar? Claro está: de la explotación del trabajo humano. Millones de hombres y mujeres obligados a trabajar por un salario de subsistencia, produjeron con su esfuerzo los enormes capitales de los monopolios. No conformes comenzaron a invadir el mundo, siempre tras el afán de lucro y las ansias de poder; en esta locura dan inicio al apoderamiento de las riquezas naturales de los países económicamente más débiles y a explotar el trabajo humano de sus pobladores con salarios mucho más míseros que los que se veían obligados a pagar a los trabajadores de la propia metrópoli. Se inició así el reparto territorial del mundo. En 1914, 10 o más países imperialistas habían sometido a su dominio económico y político, fuera de sus fronteras, una buena parte de los pobladores de nuestra hermosa Tierra, incluyendo territorios. El mundo quedó repartido y con él sus pueblos, pues, fueron dominados por el asesino capitalismo salvaje. Hoy esa humanidad ha dicho basta y ha echado a andar. Y su marcha de gigantes no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia, por la cual ya han muerto más de una vez.