En blanco y negro

Marxismo (y VI)

A manera de conclusión. Los capitalistas a raíz de la lucha por la competencia fungen cierta amistad, aunque la realidad muestra que se odian entre sí. Por eso, en esa fase del surgimiento del sistema capitalista con su par la oligarquía, como el mundo es limitado en extensión, se produjo el choque entre los distintos países poderosos monopolistas.

Estallan las guerras imperialistas, que costarían a la humanidad 50 millones de muertos, decenas de millones de inválidos e incalculables riquezas materiales y culturales destruidas. Aún no había ocurrido este apocalipsis, cuando Marx ya había escrito que "el capital recién nacido rezumaba sangre por todos los poros, desde los píes a la cabeza".

El modelo capitalista de producción, una vez que hubo dado de sí todo lo que era capaz, se convirtió en un abismal obstáculo al progreso de la humanidad. Pero la burguesía, desde su origen, llevaba en sí misma su contrario. En su seno se desarrollaron gigantescos instrumentos productivos, y a su vez se desarrolló una nueva y vigorosa fuerza social: el proletariado, llamado a cambiar el sistema social ya viejo y caduco del capitalismo por una forma económico-social superior y acorde con las posibilidades históricas de la sociedad humana, convirtiendo en propiedad de toda la sociedad esos gigantescos medios de producción que los pueblos, y nada más que los pueblos con su trabajo, han creado y acumulado.

A tal grado de desarrollo de las fuerzas productivas, resulta absolutamente caduco y anacrónico un régimen que postulaba la posesión privada y, con ello, la subordinación de la economía de millones y millones de seres humanos a los dictámenes de una exigua minoría social. Una clase social vil por sus bajas pasiones, egoísta, que sobre los luchadores sociales odiados por ellos se ensañan hoy, con persecuciones y el crimen, precedidas de las peores ofensas y calumnias a través de todos los medios de comunicación social, una prensa monopolista y burguesa. Siempre en cada época histórica, las clases dominantes han asesinado invocando la defensa de la sociedad, del orden, de la patria: su sociedad de minorías privilegiadas sobre las mayorías explotadas, su orden clasista y excluyente que mantienen a sangre y fuego a los desposeídos, la patria que disfrutan ellos solos, privando de ese disfrute al resto del pueblo; por eso, reprimen a los revolucionarios que aspiramos a una sociedad nueva, a un orden justo y de justicia social, en suma, una patria verdadera para todos y todas.

Las condiciones subjetivas de cada pueblo, es decir, el factor conciencia, organización, dirección, pueden acelerar o retrasar la revolución según su mayor o menor grado de desarrollo; pero tarde o temprano, en cada época histórica, cuando las condiciones objetivas maduran, la conciencia se adquiere, la organización se logra, la dirección surge y la revolución se produce. Vale subrayar, el destino de la humanidad no está en las manos de una OTAN, un Banco Mundial, un FMI, en una OEA o en la ONU, o en otra institución similar a éstas que sólo buscan abrir mercados al capitalismo y arroyar a los pueblos. Son organismos vetusto y anacrónicos pro-imperialistas.

El destino de la humanidad está en las propias manos de los pueblos. En muchos países de nuestra América Latina, la revolución en esa dialéctica marxista es hoy inevitable. Ese hecho no lo determina la voluntad de nadie, está determinado por las espantosas condiciones de explotación en que viven millones de millones de hombres y mujeres, el desarrollo de la conciencia revolucionaria de los pueblos, la crisis mundial irreversible del imperialismo y el movimiento universal de lucha de los pueblos subyugados.

Si somos capaces de hacer una abstracción que nos pueda conducir a la interpretación de los hechos concretos que tenemos a la vista, confirmaremos cómo la sociedad capitalista está poniendo en crisis las relaciones de producción que el mismo sistema capitalista creó. El socialismo como único plan B para salvar a la humanidad de su autodestrucción, no es una invención de soñadores, sino la meta final y el resultado inevitable del desarrollo de las fuerzas productivas dentro de la sociedad capitalista.

A la luz de estos artículos debemos entender nuestro tiempo histórico, que no es otra cosa que la conclusión del capitalismo y el gran salto hacía una vida vivible, digna y en libertad, tras la victoria final socialista. La democracia y la justicia social, irreversiblemente necesita al socialismo.



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Alberto Vargas

Abogado y periodista, egresado de la UCV, con posgrado en Derecho Tributario y Derecho Penal. Profesor universitario en la cátedra de Derechos Humanos

 albertovargas30@gmail.com

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