I
La caída del bloque soviético no se debió a una conspiración de la CIA. Eso debería ser noticia vieja. El sistema, además de aterrador y de robarles el poder a los trabajadores, luego de un portentoso crecimiento acabó estancado. El poder monopolizado por la burocracia reveló que la propiedad estatal y el socialismo no son lo mismo.
El capitalismo, en crisis desde el fin del “Estado de bienestar” en los 70, aprovecha la declinación de ese “socialismo”, que se presentaba como su alternativa, para forzar la única solución que tenía a la mano: la súper explotación. Logra imponer el retroceso a formas brutales de privatización de las riquezas, pregona que solo es posible el capitalismo más bestial. Tilda de “novedosos” a viejos esquemas del capitalismo pre Segunda Guerra Mundial. Invierte el lenguaje, llamando revolución a la reacción conservadora, y conservadora a la resistencia a la sobreexplotación. Tiene éxito en esa reinversión ideológica, porque la desprevenida clase media, que en su mayoría, lejos de leerse un libro, construye su opinión según el dictado de los medios, le compra el discurso enterito.
Por ello no se puede enfrentar al neoliberalismo y su obsolescencia con el viejo estatismo. Eso no es una salida socialista, sino poner a pelear al keynesianismo con los neoliberales.
Chávez ayudó a aclarar el asunto. Estableció el socialismo del siglo XXI como consustancial con la democracia. E insistió en ello. Lean la Introducción del Plan de la Patria (basta con los cuatro primeros párrafos): la transición al socialismo, apremió, es la democratización más radical y el desmantelamiento del estado burocrático. La democracia, definida como radical, es decir, directa y protagónica, no es un terreno extraño y provisional en el cual el socialismo lucha contra el capitalismo por necesidad.
II
Suspender la recolección del 20% de las firmas es inaudito. Es afectar un derecho constitucional, (penalizar a un amplio sector del país por una minoría), argumentando que hubo firmas fraudulentas. Igual las hubo (firmas planas, huellas repetidas, muertos firmando, etc.) cuando el referendo de 2004. Y Chávez fue incapaz de plantear esa argucia. Es una decisión de gravedad extrema. La dirigencia del proceso (que amalgama al gobierno, al estado, al partido y a la FA) da un paso más para igualarse a la Oposición: igual que para la MUD, la Constitución es un instrumento adaptable y la democracia solo es válida cuando permite acceder o conservar el poder.
Los que se autoproclaman “hijos de Chávez” enfrentan abiertamente su herencia en los puntos relacionados con la democracia, la Constitución Bolivariana y la necesidad de salvar el planeta.
La situación es compleja. Maduro no cuenta con más del 20% del apoyo popular (y dentro de este 20% una parte lo apoya por el temor a la locura opositora, sin compartir las ejecutorias del gobierno). Pero la Oposición no es dueña del 80% restante, aunque quiera adjudicárselo. Al menos la mitad de ese 80% desconfía o está también en contra de la Oposición.
La mayoría del pueblo sabe más de lo que creen los analistas. Sabe que la salida de Maduro no elevará el precio del crudo a los 60 dólares (para superar la crisis), sabe que el problema es estructural. El gobierno perdió el tiempo irresponsablemente hablando de la “guerra económica” en lugar de enfocarse en la caída de los ingresos petroleros y en la falta de producción interna. Tamaña reacción oficial rebasa el límite de lo creíble, pero así sucedió. Pero regresar a los 90, a utilizar las melladas recetas del FMI solo profundizará la recesión en la cual nos hundimos.
Ambos lados deberían asumir que la mayoría quiere salir de la crisis. Y no jugar con ella.
III
¿Qué pretende el gobierno al buscar detener la recolección de firmas del 20%? La torpeza de la MUD y sus luchas internas la han debilitado en los últimos meses. Pero no es el momento para aprovechar “oportunidades”, porque apostar a un desenlace rápido que postre a la MUD es ir por un camino peligroso. Hay que repetir lo mismo de siempre: dejen de ver la nata y miren hacia abajo. Allí verán el descontento amplio y profundo, porque, si no lo saben, estamos pasando hambre.