Como cualquier sociedad, los venezolanos y venezolanas nos desenvolvemos en un tejido social cuya solidez, eficiencia y eficacia depende en buena medida de la salud de las instituciones madres, es decir de las instituciones que paren, o engendran, otras instituciones con las cuales interactuamos día a día para satisfacer nuestras variadas necesidades.
Enganchados en confrontaciones por instituciones como la del voto, el subsidio, el impuesto, la propiedad pública o la privada, la soberanía y otras, evadimos la discusión de las causas que hacen que estas instituciones funcionen bien, regular o mal. Por instituciones madres entiendo las instituciones que en toda sociedad humana, en cualquier época de su desarrollo, conforman el andamiaje en donde transcurre la vida social, política, económica y cultural del país. A mi modesto entender, son siete las instituciones madres que ha creado el hombre en su proceso civilizatorio y de cuya salud depende que las sociedades evolucionen de un estadio a otro con mayores o menores traumas. La primera institución madre de toda sociedad es la familia, proclamada hasta la saciedad como el núcleo de toda sociedad. ¿Cómo está la salud de la familia venezolana actualmente? Es una pregunta que le dejo al lector.
A la familia le sigue, casi cronológicamente hablando, una segunda institución madre como es la fuerza armada. Desde las hordas pre-familia hasta las comunidades virtuales contemporáneas, el poder de la violencia ha estado presente en el devenir de la humanidad y ese poder la humanidad ha tratado de moderarlo, domesticarlo, humanizarlo, civilizarlo pues, a través de la institución armada, llámese ejército, Pentágono, milicia o cualquier otra denominación. Desde tiempos inmemorables el hombre a dedicado esfuerzos para tratar de domar el instinto de la violencia animal a través de un militar profesional, educándolo no solo en el uso de las armas, sino también en los derechos humanos. Observando las expresiones verbales y corporales de un militar, sea activo o no, se sabe rápidamente si el esfuerzo educativo ha sido provechoso o infructuoso. Hay de todo, por supuesto.
Es debatible si el ejército es previo o no a la tercera institución madre de toda sociedad como es el Estado. Hay quienes incluyen el ejército dentro del Estado pero eso, a mi juicio, es una miopía pues cada vez es más evidente, no sólo en nuestra Venezuela a lo largo de toda su historia republicana, que a la hora de las chiquiticas cada sociedad avanza o se estanca en función de la fortaleza o debilidad de su estamento militar, el que detenta el monopolio de la violencia. La opacidad característica de la institución armada impide a la ciudadanía monitorear el estado de salud de esa institución, y sólo en momentos de crisis se logra conocer más o menos como están las cosas dentro de ella.
Otra pregunta que dejo al lector: ¿cómo están nuestras fuerzas armadas como institución para enfrentar los desafíos actuales y futuros de la sociedad venezolana?. Del Estado pareciera existir consenso en el país que es la institución madre que más mal se encuentra. Con todo lo controversial que resulta el Estado, el consuelo es que es relativamente más fácil cambiarlo, aunque sea parcialmente, que cambiar, al menos en el corto plazo, el desempeño y calidad de las otras instituciones madres. El sentido de pertenencia y la solidaridad que se aprecian en la familia y en las fuerzas armadas constituyen muros difíciles de derribar. En cambio hasta con un referéndum o una revolución rápidamente se echan las bases de un nuevo Estado, eso sí, siempre y cuando se cuente con el apoyo tanto de la familia como del ejército. Las otras cuatro instituciones madres que acompañan a la trilogía familia, ejército, Estado, son complementarias de estas y tienen más el propósito de coadyuvar al desenvolvimiento en paz de la sociedad que producir revoluciones.
Ellas son, la religión, la academia, el mercado y la diplomacia. Una rápida ojeada a estas nos permite apreciar las bondades pero también las limitaciones que tienen estas instituciones para la sociedad. Así, la religión que en otras partes ha sido, o es, casi un Estado, depende su legitimidad en la aceptación o coerción que logre con la familia. En Venezuela la religión más importante, la católica, desde el propio advenimiento de la República ha tenido problemas para liderar al país. Ha sido una iglesia pobre no solo materialmente sino también en producir liderazgo, con las excepciones del caso. Hoy con el apoyo de su máxima jerarquía, el Vaticano, tiene la oportunidad la nomenclatura criolla de posicionarse como una institución de valía para el país.
Ojalá no desperdicien esa oportunidad. La quinta institución madre por revisar, la academia, que engloba todo el sistema educativo, público y privado, no parece estar a la altura de las exigencias del país, ni en el pasado reciente ni en el presente y por lo que se vislumbra ni en el futuro inmediato.
Después de posicionarse la educación como el movilizador social por excelencia, el rentismo petrolero la anuló y en el campo más neurálgico para el país, el universitario, la defensa de reivindicaciones rentísticas ha sido más fuerte que el desprendimiento hacia el país. Si en algo se traduce la crisis del país es en el gran déficit de una elite ilustrada que saque al país de este atolladero histórico.
La quinta institución madre, el mercado, no puede ser más débil en una Venezuela que tanto antes como después del advenimiento del petróleo no se ha caracterizado por disponer de una masa crítica suficiente de emprendedores, y en la era petrolera lo que hemos tenido es mayoritariamente captadores de renta con una fuerza laboral la lucha de clases la ha subordinado por la lucha por la renta petrolera.
Finalmente, la séptima institución madre del entramado institucional del país es la diplomacia, la que nos permite relacionarnos con el mundo. Afortunadamente la salud de esta institución madre está determinada tanto por la capacidad propia como por la de nuestros vecinos. La importancia de Venezuela, por x o y razón, para otros países e incluso para el mismísimo Vaticano, ha permitido que la diplomacia nos esté ayudando a que poco a poco nos vayamos desbarbarizando y entrando por el carril de la civilización. Roguemos porque allende los mares y fronteras nuestras, amigos del mundo nos sigan ayudando a por lo menos vernos la cara, que ya es mucho. De persistir en el diálogo es de esperar que nos entendamos, a despecho de quienes nos quieran ver ensangrentados.
En resumen, de las siete instituciones madres de Venezuela, descansamos principalmente en la familia, en el sentido de pertenencia y en la solidaridad que allí se produce. Si no nos hemos ido a una confrontación sangrienta como otros países es porque aún se privilegian las relaciones familiares. Privilegiemos pues la familia y con ello tendremos Patria.