La semana pasada iniciamos un recorrido por la historia económica de Venezuela apoyándonos en estadísticas disponibles que merecen respeto, sea por los autores que las construyeron, caso de Asdrúbal Baptista, q.e.p.d, o por obligante uso, dado el carácter oficial que ellas tienen, como son las del Banco Central de Venezuela o del Banco Mundial. En el inicio de nuestro recorrido publicamos las estadísticas correspondientes al Producto interno bruto, Pib, per cápita (https://wordpress.com/post/atilioramon.wordpress.com/155) y en prometimos abordar un indicador de imprescindible consideración para «historiar» la economía venezolana como es la inflación.
Como se muestra en la figura que abre este artículo, Venezuela gozó de un inflación baja por espacio de cincuenta y siete años, entre 1920 y 1977. Tras este período de oro en la cual a la par de baja inflación, el Pib per cápita creció al cinco por ciento anual, siguió un período que no ha concluido aún en el cual la inflación ha hecho cama en la economía del país. Llevamos cuarenta y cinco años padeciendo de una inflación que se ha «comido» a diferentes gobiernos de distintas ideologías. Incluso hemos experimentado la hiperinflación entre 2017 y 2019 y al final de la alegría de tísicos que tuvimos en el 2022 de nuevo surgió la amenaza de un retorno a ella, de lo cual analizamos en noviembre de este año (https://wordpress.com/post/atilioramon.wordpress.com/50)
Gracias al convencionalismo de un economista (Philip Cagan, 1927-2012) el término hiperinflación bautiza a una economía cuya inflación mensual supera el cincuenta por ciento en un determinado mes, que se convierte en el inicio del período hiperinflacionario. Según la definición impuesta por Cagan la hiperinflación terminaría en el mes anterior en el cual la variación porcentual de los precios cae por debajo de ese marcador convencional del cincuenta por ciento, y, ojo, Cagan sentenció además que para salir de la hiperinflación definitivamente había que durar un año sin alcanzar de nuevo el guarismo del 50 % en la variación de los precios.
Aplicando estos convencionalismos, Venezuela entró en hiperinflación en diciembre de 2017 y en marzo 2019 tuvimos la esperanza de haber salido cuando el marcador de la inflación fue de 34,8 %, una reducción significativa de lo padecido el mes anterior, 114,4 %, pero la alegría nos duró poco pues en septiembre 2019, seis meses después de la esperanza de marzo, la inflación subía de nuevo a 52,2%. En enero 2020 la inflación volvía a escalar por encima del listón de Cagan con una variación de precios porcentual de 62%. El año del COVID-19, 2020, ayudó sin querer queriendo a bajar la inflación, pero en diciembre la hiperinflación reapareció con un incremento de precios del 78 %.
Mediada por el parón de la economía que trajo el COVID-19, la inflación cedió en el 2021. En este año se volvió a un promedio de 19,1 % mensual, por debajo incluso del promedio histórico 1920-2017, 26.13%. Esa bajada de la inflación en el 2021, que amerita una contextualización especial que ya intentaremos más adelante, sentó una, insisto, apenas una, de las bases para la recuperación experimentada en el 2022, año en el cual el promedio inflacionario mensual bajó al 11 por ciento, algo no vivido desde la época de oro de 1920-1977. De enero a agosto 2022 el promedio mensual bajó al seis por ciento pero en septiembre (¿?) repuntó a 28,7 % y en diciembre de ese año escaló más, hasta 35 por ciento.
En enero 2023 la cifra de 42 %, continuando la racha que venía de los últimos meses del año anterior, disparó las alarmas asumiendo el gobierno una política antiinflacionaria que descansó principalmente en negar los pedidos de aumentos de salarios del sector público. Creyendo que mandando a la prisión de la inflación a los servidores públicos, el sector privado haría lo suyo y no movería las remuneraciones de sus trabajadores pero a cambio de esto haría el trabajo de reanudar la animación de la economía como lo hizo en el 2022. Reprimidos los salarios, si bien se especula que eso contribuyó a bajar la inflación, con ella se vino abajo la demanda. Se fue el primer semestre de 2023 y adiós a los pronósticos de crecimiento del cinco por ciento augurados a principio de año. Lo único digno de resaltar como un avance es la indexación de los bonos que el gobierno adoptó, lo cual es un reconocimiento de la cruda y dura realidad de la inflación, algo que ha debido hacerse hace muchísimos años pero la mediocridad de la ignorancia lo había impedido.
El repunte inflacionario de enero 2023 siguió, aunque en menor medida en febrero con 19.3%, pero a partir de marzo y hasta julio el indicador de marras bajó a un promedio también propio de la época de oro con 6 % mensual. Eso sí, pagando el almuerzo, pues como dicen los gringos en la vida, y en particular en la economía, agrego yo modestamente, no hay almuerzo gratis y la demanda se cayó llevando a los gritos casi desesperados de empresarios y analistas. Mes tras mes los empedernidos optimistas presagiaban que el próximo mes o el siguiente trimestre y hasta el venidero segundo semestre las cosas mejorarían. A todas estas, a pesar de la bajada de la inflación en los últimos meses, a punta de neoliberalismo puro, el 2023 duplicará probablemente la inflación anual, llevándola a 400 %, lo que indica que si bien seguimos alejándonos de la hiperinflación, ahora nos acercamos a otro mal: la estanflación.
El reconocido economista Asdrúbal Oliveros posteaba un X (antes twitter) en la cual señalaba una mejoría en las ventas «entre julio y agosto» de este año 2023, atribuyendo esto a una reducción en los márgenes de ganancias que «ha frenado notablemente la subida de los precios en dólares» (https://twitter.com/aroliveros/status/1697628072449581225)
Se cumplió así esa máxima popular de que la economía es como un cuero seco que si se pisa por un lado, se levanta por otro. Si se hubiesen aumentado los salarios tanto al sector público como al privado, los consumidores asalariados o jubilados hubiesen mejorado su poder de compra y hubiese existido demanda efectiva para la producción nacional y hasta para las importaciones.
La larga estadía de la inflación ha hecho cambiar muchas cosas tanto a empresarios como a consumidores. Del resultado de esos cambios dependerá en buena medida la salida de la crisis. Los consumidores, sobre todo los de mayor vulnerabilidad económica, han modificado drásticamente sus patrones de consumo. También los empresarios que han aguantado la paliza de la inflación han introducido cambios en sus estrategias empresariales.
No teniendo mayores opciones, los consumidores inermes ante un mercado dominado por especuladores y en ausencia de un Estado y un gobierno que los defienda, se refugian en lo único que puede hacer: disminuir las compras e inventarse creativas formas para buscar productos sustitutos a los que antes compraban. No se debe dejar de mencionar en la resiliencia a la inflación, la ayuda solidaria de la diáspora venezolana que arrima por encima de tres mil millones de dólares anualmente. (Ver Informe del PNUD sobre el desempeño macroeconómico de Venezuela en el primer semestre del 2023, https://www.undp.org/es/venezuela/noticias/boletin-de-desempeno-macroeconomico-de-venezuela-del-primer-semestre-de-2023)
Los empresarios, a diferencia de los consumidores y del mismísimo gobierno, tienen más opciones para enfrentar la inflación. Otra cosa es que quieran y sepan dar la pelea. Por lo menos tienen dos opciones. Una, disminuir sus ganancias y dos, reducir los costos. La disminución de ganancias, en lugar de haber sido forzada por el desplome de la demanda, como atestigua eleconomista Olivares, ha podido ser una inversión de mediano plazo, pues lo que se quitaban de ganancias lo hubiesen otorgado a sus trabajadores y ayudaban a estos a levantar la demanda agregada.
La otra opción para los empresarios está cantada desde hace mucho tiempo pero es más difícil de asumir. Reducir los costos fue lo primero que hizo Japón después de su derrota en la Segunda Guerra Mundial. Pero reducir los costos requiere, como perogrullada, conocerlos para saber dónde están los desperdicios y las potenciales áreas de mejora. He ahí el detalle. La ignorancia sobre cuáles son los costos, si no los reales al menos los aproximados, de lo que cuesta producir o importar y vender, es el principal obstáculo para vencer la inflación.
Los consumidores, ignorantes de temas de costos, solo saben que para sobrevivir hay que reducir todo gasto no indispensable y también han aprendido a establecer prioridades. Pero la batalla de la inflación es a dos manos: empresarios y consumidores. ¿El gobierno? mejor no se meta, pues cada vez que anuncia medidas, los agentes económicos, con información privilegiada conseguido en conchupancia con burócratas, les pican adelante y se aprovechan groseramente de los fallos del Estado y de la ausencia de gobierno, interesado solo en mantenerse en el poder a cuesta de lo que sea, incluso de enterrar ideológicamente a Chávez. Total esto último no es nuevo en nuestra historia patria. Ya enterramos así a Bolívar como enterramos a otros.
Ojalá salgamos de este largo tunel de lainflación y podamos escribir el artículo: Venezuela el país que al fin venció a la inflación.