Petróleo, tasa de cambio e inflación: La trinidad diabólica prisionera de la politiquería

Si usted amiga o amigo lector nació antes de 1977 (año en el cual el PIB per cápita alcanzó el máximo histórico 1920-2018) podemos decirle que pertenece a las generaciones embadurnadas de petróleo. Sí nació después de ese año, pertenece a las generaciones empegostadas de inflación. No es cualquier cosa esa distinción. Los embadurnados, yo entre ellos, igual que mi mamá y mis abuelos, crecimos en la época de crecimiento económico sin inflación. Entre 1920-1977 creció el PIB en un 8 por ciento anual, con solo una contracción en el año 1942 (21 por ciento) mientras la población lo hacía al 2,66 por ciento, permitiendo ello el crecimiento del PIB per cápita en un exuberante 5 por ciento y con una inflación que promedió en esos casi sesenta años un insignificante 1,45 por ciento. Desde 1978 y hasta el 2018 (cifras más o menos oficiales disponibles) apenas el PIB creció a un promedio anual del 0,54 por ciento, que determinó una caída del PIB per cápita de 1.4 por ciento anual. La inflación en promedio 1978-2017 fue del 46 por ciento y en el 2018 con la hiperinflación se subió a 65.374 por ciento.

Se dice fácil el cambio de escenario económico para las generaciones antes y después de 1977, pero los estragos sociales y políticos son más difíciles de atrapar en indicadores, debiéndose apelar a narrativas, algunas espeluznantes, para tratar de comprender, que no justificar, el colapso del rentismo petrolero venezolano. Hasta 1977 el petróleo nos acompañó en la senda de crecimiento económico, ayudado por unas elites y una población que mantenía unas expectativas de consumo más o menos modestas.

Para nuestros abuelos el petróleo hasta 1933 no les permitía importar mayores cosas pues la tasa de cambio promediaba por encima de los cinco Bolívares por dólar estadounidense. En agosto de 1934, Pedro Rafael Tinoco Smith (1887-1966), abogado de la compañía Lago Petroleum Company, filial venezolana de la Standard Oil, y padre del banquero Pedro Tinoco, QEPD, co-arquitecto de «El Caracazo 1989», debidamente autorizado por el Benemérito J.V. Gómez, de manera verbal realizó un pacto de «caballeros» entre la»Nación» y las compañías petroleras que llevó el Bolívar a 3,56 por dólar. Allí empezó el viacrucis para todo productor de algo en Venezuela pues con moneda sobrevaluada la producción nacional solo sobrevive a punta de subsidios y eso significa «enchufe» con el gobierno de turno sea este gomecista, lopecista, medinista, perejimenista, adeco, copeyano, chavista o madurista.

Acostumbrados a sudar el d+olar con el cultivo del café, caña de azúcar, piña, maíz y otros cultivos, nuestros abuelos solo podían aspirar a ganar lo imprescindible para comprarle a sus barrigoncitos unas alpargatas y una que otra tela importada para coser en casa la ropita de la familia. Nada de juguetes ni mucho menos ellos aspiraban a adquirir un automóvil. Cuando Keynes estaba en Londres devanándose sus sesos para ver que inventaba para salvar al capitalismo, los venezolanos cerraban la década de los veinte despidiéndose de la agricultura como actividad sustantiva y abrazándose al negro y espeso petróleo, pero con mucha lentitud, expresada esta en una modesta propensión marginal al consumo, el caballito de batalla en el que Keynes se apoyaba para crear demanda que a su vez halara oferta productiva. Bien por Keynes y mal por nosotros pues aquí lo que jaló la bendita PMC (propensión marginal del consumo) fueron a las importaciones de cuanto bien o servicio nos ofrecía la globalización.

Para la década de los 40 nuestros padres militaron en las luchas por usar la renta petrolera para sacudirse del paludismo, sembrar escuelas y criar más saludablemente a sus hijos. Acostumbrados a la austeridad propia de una Venezuela rural, la trasmitieron a sus hijos, quienes además pocas diversiones podían encontrar, salvo jugar beisbol, bañarse en los ríos y beber una que otra guarapita.

Así que las tres primeras generaciones embadurnadas de petróleo, nuestros abuelos, nuestros padres y nosotros mismos, llegamos a los setenta del siglo pasado siendo ignorantes felices de todo lo que se podía comprar en el exterior con los petrodólares. Solo veíamos despoblar nuestros campos, vaciar concreto y construir carreteras. Definitivamente, no éramos consumistas, pero gozábamos un puyero, se los digo con conocimiento de causa.

Si Keynes nos hubiese pedido que calculáramos la PCM de los años veinte y hubiésemos hecho la tarea, con las cifras de Asdrúbal Baptista, QEPD, le diríamos que la misma alcanzó en esa década de crisis mundial del capitalismo un modesto valor de 0.58 lo que quería decir que por cada Bolívar de ingreso (PIB) adicional que recibieran los venezolanos «eran propensos» a gastar poco más que la mitad. El resto iba a inversión y ahorro. Para la década de los 40 nuestros padres, siguiendo los patrones de consumo de los abuelos, mantuvieron esa propensión marginal al consumo.

Pero tanto dió el petróleo a la manera de comportarse el venezolano que al llegar los setenta, cuando mi generación se incorporó al mercado laboral y por ende nos estrenamos como consumidores, soltamos amarras y nos liberamos de la austeridad de nuestros abuelos y padres, y a consumir se ha dicho. La función de consumo, PMC, llegó entre 1970-1979, a 1,2565, !una pelusa!. Consumíamos los que se producía aquí y además lo que a cualquiera se le ocurriera importar, incluyendo los peloteros del beisbol profesional. Y ya consumíamos con inflación. Decóamos, muy arrogantemente, que era preferible el abastecimiento con inflación que la escasez. De ignorantes felices con relación a la inflación nos convertimos en ignorantes infelices pues nos amargaba ver que ganábamos platan, pero las cosas nos costaban cada vez más caras.

Desde 1980 para acá ni crecemos ni podemos importar lo que aprendimos a consumir en las vacas gordas, incluyendo los imprescindibles y saludables viajes a los imperios mesmos. La función de consumo volvió a un valor inferior a la que vivieron nuestros abuelos, con la diferencia que para ellos todos los años que venian eran de crecimiento en sus ingresos. A las dos o tres generaciones posteriores a 1980, vale decir, nuestros hijos y nuestros nietos, les ha tocado vivir con el pegoste de la inflación y sin crecimiento. ¿Qué tal?

Antes de entrar a la fase terrninal del rentismo petrolero, tuvimos una alegría de tísicos cuando después del fallido golpe de estado 2002 y del «exitoso» paro petrolero de 2002-2003, («exitoso» porque sus auspiciantes lograron contracción económica y destrucción de PDVSA) estuvimos un breve período de aumento del PIB per cápita y del consumo. Llevamos diez años, desde el 2013, que no vemos luz, así que Keynes nos dice desde la tumba: ¡qué hiciste papaíto!

A tenor de las estadísticas legadas por el profesor Baptista entre 1920 y 2008, el consumo privado representó el 66 % del PIB, muy similar al de EEUU. ¿Cuál es la diferencia?: la inflación, amigo lector, la inflación. Allá la controlan y aquí la padecemos esperando resolver primero quién tiene el coroto para captar renta, no para resolver la inflación estructural sembrada por el petróleo en su retirada traumática como motor económico, sino para «raspar» la olla.

¿Qué hacer ante las escasas perspectivas de relevo en las elites del país en el corto plazo? Pues, además de seguir padeciendo, espero que con progresiva resiliencia, la existente inflación empegostada que tenemos con especulación sin gobierno, tratar de identificar en nuestro entorno relevante las actividades que nos obligan a «consumir con inflación» para ver si hay «atajos tecnológicos» que podamos aprehender, y/o copiar y adaptar o, simplemente inventar.

El ato nivel de politiquería, que no Política con mayúscula, que impregna al país en la actualidad,impide debatir con cabeza fría las opciones de las decisiones difíciles y duras que tenemos por delante. Los protagonistas generacionales que les corresponde lidiar con la crisis están presos en la tríada del petróleo, la tasa de cambio y la inflación. Gracias a Carlos V de España y a Simón Bolívar, el petróleo es de la nación y por ende su manejo es el resultado de decisiones políticas de los administradores de esta, Estado y gobierno. La tasa de cambio es también una decisión política ejercida por el monopolio del Estado, léase gobierno. Cuánto devaluar o sobrevaluar y cuándo cambiar la tasa de cambio son decisiones políticas que al tomarlas gobiernos débiles, como el de ahora, dejan a la economía a las fuerzas de un mercado que lejos está de autorregularse. Resultado: la inflación hizo cama para acostarse por largo tiempo y no saldrá de ahí sino cuando se produzca un relevo de las elites actuales. ¿Será la generación nacida en hiperinflación (2017-2020) la que sacará al país de este atolladero histórico? ¿Qué opinan?



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Ramón Rosales Linares

Ex Ministro de Producción y Comercio del Comandante Presidente Hugo Chávez Frías

 rrosaleslinares@gmail.com

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