Búsqueda de absolutos

Tal vez me quedé rezagado en algún momento del camino, pero siguen sorprendiéndome la cantidad de compañeros autodefinidos “revolucionarios”, algunos de ellos viejos dirigentes de la izquierda, que asumen con fervor alguna creencia religiosa, no sólo el tradicional catolicismo, sino de algunas de aspectos más exóticos, como cierta práctica oriental de imposición de manos o la veneración por Sai Baba, para no hablar de  los más pintorescos y vernáculos, como el culto a María Lionza o la Santería yoruba.

  De entrada, debo decir que respeto las creencias de cada quien. En ese sentido soy voltaireano. Me revienta que las autoridades de la U.C., por ejemplo, tengan una partida para financiar una parroquia universitaria y hasta coloquen imágenes de vírgenes en los pasillos de la casa de estudios. Pero no porque sea ateo (que lo soy, en el plano filosófico) o porque le tenga especial tirria a los católicos, sino porque considero LAICA la universidad, como lo es el estado venezolano todo, a todos sus niveles y ramificaciones. Si alguna cosa le quitaría a la Constitución actual, por lo demás excelente, es esa invocación a Dios y a todas las deidades de nuestros antepasados. Pero, ni modo. Tampoco es para morirse. Porque si ponen una Virgen ahí, debiera estar también uno de esos horribles altares santeros, o de las distintas cortes, o una foto afiche de Sai baba o alguna vaina islámica o judía. Qué sé yo. Sólo digo que hay libertad de cultos. Hay hasta libertad para no creer en esas cosas.

  Entiendo que la especie humana tiene en su cerebro, en su antropología misma,  la raíz de la religiosidad. Hay un libro de Deepak Chopra que me ayudo a entender eso. Todos, desde que nacimos, necesitamos esperar protección, fuerza, amor, de un Ser que es necesariamente sobrenatural y todopoderoso, además de justo (porque nos asumimos a nosotros como justos en nuestras demandas), para poder cumplir con todas las cosas que le pedimos, que son, muchas veces, imposibles, como una cura para el mal fatal que está acabando con la vida de una persona querida. La imagen de dios sería, entonces, como el recuerdo infantil de la imagen protectora, todopoderosa, justa y superior de nuestros padres. Igualmente Edgar Morin me explicó algo de eso: el pensamiento mágico-mítico-religioso está allí, en las culturas y hasta en el cerebro humano desde siempre, al lado, en relación de antagonismo, complementariedad y hasta de colaboración con el pensamiento técnico-práctico-lógico-científico. Ni modo.

  O sea que Dios o María Lionza o Babalú ayé o Chávez, o hasta la revolución y la clase obrera, Trump o Clinton, nos ofrecen, en un momento dado, esa tranquilidad tan necesaria para poder vivir, un remedio ligero para nuestras angustias. Cumplen con una función psicológica. Como sabemos la angustia es una clase de miedo profundo a no se sabe qué. Es un terror indefinido, a lo que vendrá, a que pase algo horrible, que a veces se materializa. Algunos filósofos dicen que es la muerte misma (supongo que todos esos espectros de las leyendas tradicionales, la Sayona, la Llorona, el Silbón, etc., simbolizan eso, precisamente: la Muerte).

  Percibo incluso que existe una suerte de dogmatismo atávico, primordial, espontáneo, profundo, en todos nosotros. Es lo que en mi libro “Interpretar el horizonte” llamé “verdades vitales”. Se trata de esa fe (irracional, claro) que nos permite funcionar en la vida diaria: que el sol va a salir en la mañana, que el piso no se va a disipar de pronto, que esas personas ahí son familiares y no unos robots que algún científico extraterrestre puso para probarme en un experimento de conductas, etc. Además, esas verdades las asumimos sin discusión. Su examen nos parece una pérdida de tiempo, porque son obvias, y su negación cosa de locos o perversos. Esas creencias están ahí, en el cerebro, porque se han sedimentado a través del flujo de mensajes que nos llega en nuestras relaciones sociales, familiares, escolares. Y esos sedimentos se endurecen y cuestan removerlos como las caries. Einstein decía que era más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. Eso es correcto.

  Ese dogmatismo primordial, ese fervor zoológico, esa religiosidad neuronal, es una buena tabla de salvación en momentos de desesperación. Como ya dije: es una especie de ansiolítico incorporado al cerebro y a las culturas. Por eso, entonces, un exguerrillero se mete a brujo, o los opositores creen que rezándole a la Virgen se va Maduro, o que si invaden los Marines la cosa se va a arreglar, o que si gana la oposición (¿cuándo? ¿con quién?) volveremos a una especie de Jardín terrenal que siempre está en el tiempo pasado, cuando éramos felices y no lo sabíamos, porque nos pusimos a comer manzanas y cosas así. Los mitos y los Libros sagrados siempre están a la mano. Es humano; es comprensible. A mí no me ha pasado, pero ¿quién sabe?

  Le rezo a la razón cuando escucho en la calle a esos fascismos silvestres, que sueñan con invasiones gringas o elecciones salvadoras o matanza de sinvergüenzas y narcotraficantes de apellido Flores (aquí viene una larga lista de jerarcas chavistas, empezando por Diosdado y Maduro). O cuando escucho esos stalinismos silvestres que imploran por el fusilamiento de Mendoza y demás “bachaqueros” y agentes del Imperio (Capriles, María Machado, etc., también una larga lista), una “limpieza” de los corruptos, gracias a las “revoluciones” y “remezones” que decreta cada tres meses el compañero presidente que, pobrecito, ahora tiene que enfrentar la insidia con que unos tipos piden explicaciones acerca de lo que fue (a todas luces, claro) un montaje del imperialismo, en vez de dejar que los trapos de la familia se laven en casa, porque es una cosa de la casa, íntima, tú sabes, y es una desconsideración y una deslealtad para con el presidente (¡y el país!) que al fin logró realizar su sueño de ser discjockey de salsa y de bailar eufórico con Cilia, feliz, en el gran festival de música que costará 2 millones de dólares. Tengan un poco de consideración. No se amarguen con las colas y los precios. ¡Por dios!

  Pero siempre confío en la racionalidad de los seres humanos. Posiblemente, esa sea mi religión particular, iluminista, de paso. Tal vez esa sea, sí, mi estupidez primordial, que soy humano también, vaya.



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Jesús Puerta


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