Queremos enrolarnos en una buena guerra por la justicia, pero por aquí andamos en Mérida, medio varados. Nos reunimos con camaradas y recibimos los comentarios de cómo va la lucha y echamos de menos aquellos días posteriores al golpe del 11-A y los de la resistencia durante el paro petrolero. Aquellos días en que amanecíamos en la plaza Bolívar, distribuyendo periódicos y panfletos, discutiendo, organizándonos, con los ideales calados hasta los huesos. Teníamos entonces un alto sentido de nuestra misión, y veíamos aquellos enjambres de gentes que emergían de todas las clases y tendencias de izquierda o de posiciones neutrales y que valientemente estaban dispuestas a ofrendar sus vidas por la causa bolivariana. Recuerdo aquellas fogosas marchas, aquellos ímpetus y fervorosos llamados a la lucha. Aquel florecer de iracundos y creativos cantos y llamadas victoriosas al combate.
¿Qué fueron de tantos camaradas que nos acompañaron en esas batallas? Muchos fueron llamados a un cargo y el cargo se los tragó. Se los engulló la burocracia, y triturados por la rutina ahora no dicen ni pío, y andan como desinflados de orgullo, de valor, sin causa ni ánimo. Perdieron o se les averiaron los ímpetus. Yo he visto algunos de ellos adiposos, como fatigados, como desorientados y desganados. Resignados a lo que venga; sin rumbo, sin aliento, sin sentido de una verdadera organización social.
Hay una horrible contramarcha que es esencial que veamos porque nos hiere, nos preocupa, nos aísla.
Ya no me anima escribir aunque devoro cuanto tenga que ver con la gran batalla internacional contra el imperialismo. Escucho a Chávez y me pregunto qué hago yo aquí en este desierto de ideas y de batallas. ¿Dónde realmente se encuentra nuestro frente? ¿Por qué nos despreciamos tan indolentemente? ¿A qué puesto nos debemos dirigir para ayudar en algo, con nuestras manos, con nuestros hombros, con nuestros conocimientos? (Desgraciadamente, en cuanto a mí, lo que he aprendido toda la vida ha sido escribir, pero lo que hace falta es acción.)
Se presentan tantos muros contra la acción, aherrojados como vivimos por las pautas que marcan la vieja y envilecida democracia representativa; los resabios de la inmunda politiquería del pasado. Esa rueca eterna de los procesos electorales que nos imponen los medios golpistas y asesinos, y en la que se filtran muchos vicios del pasado, y que acaban por desfigurar las funciones de muchos centros de lucha social, y que desvían tremendamente el propósito de los más altos ideales de la lucha bolivariana. Es terrible que los permanentes torneos electorales en los que prevalece la defensa de un cargo se impongan sobre la formación ideológica, sobre los principios y esa necesidad vital del cambio que radica en la conciencia revolucionaria.
Cuánto queremos actuar pero se nos muestran los caminos distorsionados o cerrados. No nos explicamos muchos cómo es posible que una inmensa cantidad de puestos claves estén en manos de lo más alejado y opuesto de lo que pueda llamarse revolución. Eso se palpa, y uno incluso hasta se acomoda para no incomodar.
¿Cómo hacemos para emular a nuestro comandante Chávez, a ese fuego abrasador que lo consume, que clama por acción, acción, mil veces acción?
¿Cómo hacemos?