Tiempos de decadencia

  Mariátegui insistía mucho en distinguir lo revolucionario de lo decadente. Lo hacía refiriéndose al impacto que en la década de los veinte (época rica en innovaciones artísticas, políticas y del pensamiento) tenían las vanguardias artísticas (cubismo, futurismo, expresionismo, surrealismo, etc.) y políticas (el bolchevismo, por un lado, y, a la derecha, el fascismo). Era pues, una época de cambios violentos, agresivos. Había mucha incertidumbre. Se parecía a ésta, en la incertidumbre, en el ambiente enrarecido y crispado, de guerras y conflictos de desenlaces impredecibles. Pero en este momento, lo más evidente es la decadencia.

  Decadencia del imperialismo norteamericano, en primer lugar. Después del clímax de su poder, cuando se derrumbó el llamado “bloque socialista” (las dudas se nos agolpan en la frente ¿fue eso socialismo?), los Estados Unidos vivieron por lo menos una década en el pináculo de su poder político, militar y económico. Fueron los años del discurso apologético de la globalización neoliberal, que se había iniciado ya en los 80. Sólo apareció, en un primer momento, una amenaza tangible: el terrorismo islámico integrista, que les dio con dos aviones en la mera Meca del capitalismo mundial: las dos torres gemelas. Vinieron guerras destructivas, atroces, el desguace de naciones enteras (Libia, Afganistán, Irak) revestidas con la mentira sistemática propia de la propaganda de guerra. Pero también aparecieron los límites del poder imperial: el movimiento alterglobalizador, la visibilización de las potencias económicas emergentes, el levantamiento de Eurasia, esa alianza imponente de Rusia y China, la nueva izquierda latinoamericana que le metía un freno formidable a los planes norteamericanos para su “Patio trasero”, concretamente, el ALCA.

  El punto que marca el declive es 2008: el colapso financiero en el mero centro del sistema mundo capitalista. Luego, los encuentros “calientes” y “tibios” con las fuerzas rusa y china en Crimea, en las islas del Pacífico y en Siria. La “nueva guerra fría” (el Papa Francisco lo dijo) tuvo un primer desenlace en la irrupción de la derecha populista, proteccionista, racista, de Trump, que plantea la revisión de los artículos de fe de la doctrina neoliberal: los tratados de libre comercio. Ello en concordancia con la voluntad de una mayoría británica a salirse de la Comunidad Europea, el BREXIT. Estos son los indicadores que llevan al vicepresidente de Bolivia, García Linera, y al destacado economista Jorge Beinstein, a hablar del “fin de la globalización”. Nota común de ambnos análisis: no hay solución revolucionaria en el horizonte. Wallerstein, el analista del sistema mundo, el que pronosticó la decadencia del imperialismo hace ya varias décadas, observa que China y Rusia pretende pugnar por el control del mismo sistema mundo capitalista, no por su sustitución. Si no hay paso a otra cosa, si no hay revolución, hay decadencia.

  No se trata de pesimismo u optimismo. Esto es sólo la constatación de las tendencias presentes. Y la decadencia tiene expresiones globales y nacionales. Toda la nata política venezolana es decadente. La oposición ni siquiera es coherentemente de derecha. El neoliberalismo nunca penetró realmente en la dirigencia de los partidos opositores. Hace poco leí a una académica guatemalteca “denunciando” que Leopoldo López opina que el estado debe intervenir en la economía, idea izquierdista, según la verdadera derecha neoliberal global. Son de una derecha betancurista, altramontana, histérica más que histórica. Inmediatista, no tienen más estrategia que prometer la salida del gobierno, responder a lo que les digan en los grandes centros imperiales (hoy decadentes también). Hausman, Mendoza, Pérez ofrecen un programa económico centrado en un inmenso préstamo del FMI. Los empresarios venezolanos son rentistas, Nunca estarán cómodos con un capitalismo verdadero que los deje a la intemperie del mercado mundial. Su fragmentación no es por diferencias ideológicas, es por aspiraciones de figuración mediática.

  De la decadencia del partido-gobierno-militares, no diré mucho. Sólo invitar al flamante ministro de Cultura que estudie al gran estudioso de la cultura latinoamericana Ángel Rama, para que entienda y no use como un chamo de bachillerato el término “transculturación” (prometo un artículo al respecto). A Jaua y Roa, que tienen que reconocer que no saben mucho de las carteras donde los pusieron, en el nuevo reparto de poder entre las tribus de “alacranes”, les recomiendo que lean algo de Prieto Figueroa y Luís Bonilla, uno de los investigadores más serios de la educación en Venezuela. A los ministros de economía les ruego que renuncien, si no hacen cambios importantes, sobre todo en el frente cambiario y monetario, sobre todo que le pierdan el miedo a declarar la moratoria de la criminal deuda externa y a recurrir al capital privado, como en China, Vietnam y ahora en Cuba, para salir de esos pequeños dinosaurios de empresas estatizadas.  Al gabinete “enrocado” en general, un poquito de humildad. No es cuestión de hacerse más soberbios por haberles ganado un juego politiquero a esa oposición tan chimba. Dense cuenta de que ya cancelaron la revolución.



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Jesús Puerta


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