Hasta los enemigos más encarnizados del marxismo lo reconocen como una concepción del mundo. Es decir, es una visión de conjunto de la naturaleza y del hombre, una doctrina completa. Ya en sus obras de juventud, Marx comprobó que el proceso técnico, el poder sobre la naturaleza, la liberación del hombre respecto de ella y el enriquecimiento general provocaban en la sociedad "moderna", o sea, capitalista, esta consecuencia contradictoria: la servidumbre, el empobrecimiento de una parte cada vez mayor de esa sociedad, es decir, del proletariado. Durante toda su vida, Marx continuó el análisis y siguió el proceso de esta situación, mostró que esa contradicción implicaba una sentencia de muerte contra una sociedad determinada: la sociedad capitalista.
Así pues, es evidente que el individualismo está muriendo, aunque deje en la sensibilidad supervivencias profundas. La historia del individualismo mostraría a los grandes representantes de esta corriente retrocediendo, cediendo terreno, comprobando con disgusto la naturaleza antagónica, contradictoria, de las relaciones naturales y humanas. Más todavía: el individualismo literalmente ha "estallado" debido a sus propias contradicciones internas.
Se sabe por otra parte, que todo el aspecto económico, jurídico y político del individualismo -el liberalismo clásico, la doctrina del laissez faire ha fracasado en la práctica y teóricamente; y ello a pesar de los desesperados esfuerzos de los "neoliberales".
Ciertamente, y es que debido a sus contradicciones internas y a su incapacidad para comprender las contradicciones en general, el viejo racionalismo, el viejo liberalismo y el viejo individualismo se han descalificado. En tanto que, el marxismo aparece ante todo como expresión de la vida social, práctica y real, en su conjunto, en su movimiento histórico, con sus problemas y sus contradicciones, lo que incluye también, por consiguiente, la posibilidad de superar la estructura actual.
En efecto, en el marxismo, las proposiciones referentes a la acción política dependen abierta y racionalmente de las proposiciones generales. Son teorías políticas subordinadas a un conocimiento racional de la realidad social, y por lo tanto a una ciencia, pues, como una sociología científica con consecuencias políticas; mientras que la concepción del mundo que se opone a él es una política justificada abstractamente por una metafísica.
La Alienación
Lo humano es un hecho: el pensamiento, el conocimiento, la razón, y también ciertos sentimientos, como la amistad, el amor, el coraje, el sentimiento de la responsabilidad, el sentimiento de la dignidad humana, la veracidad, merecen sin discusión posible tal calificativo. Se distinguen de las impresiones fisiológicas y animales: e inclusive, si admitimos la existencia de seres subhumanos hay que conceder al ser humano su dominio propio.
Acerca de la palabra "inhumano", todos saben hoy lo que designa: la injusticia, la opresión, la crueldad, la violencia, la miseria y el sufrimiento evitable. Ciertamente, esto no fue siempre así. Pues, estas nociones no eran tan claras y formulables. Tanto en la vida como en la conciencia, lo humano y lo inhumano se confundía por completo. Pero, ¿a qué se debe que actualmente sean distinguidos por la conciencia cotidiana?
Sin lugar a dudas, a que el reino de lo humano parece posible, al hecho de que una reivindicación profunda entre todas y fundada directamente sobre la conciencia de la vida cotidiana proyecta su luz sobre el mundo.
La dialéctica muestra que lo humano debe desarrollarse a través de la historia. ¿El hombre no hubiera podido crecer "armoniosamente", adquirir nuevos poderes por el solo esfuerzo de la buena voluntad, desarrollando su historia sobre un plano por completo moral o intelectual? Sin duda, esta hipótesis idealista no toma en cuenta la dialéctica. Aplica el método de construcción abstracta y fantasmagórica que los utopistas aplicaron al porvenir.
Lo inhumano en la historia, y, sin lugar a dudas, toda la historia ha sido inhumana, no debe abrumarnos ni ponernos frente al misterio como la presencia eterna del mal, del pecado, del diablo. Lo inhumano es un hecho, lo mismo que lo humano. La historia nos los muestra inextricablemente mezclados, hasta la reivindicación fundamental de la conciencia de nuestros días.
La dialéctica viene a explicar esta comprobación, a elevarla a la categoría de verdad racional. El hombre no podía desarrollarse más que a través de contradicciones; por tanto, lo humano no podía formarse más que a través de lo inhumano, primero confundido con él para diferenciarse en seguida a través de un conflicto y dominarlo mediante la resolución de ese conflicto.
Esto revela como la razón, la ciencia y el conocimiento humano llegaron a ser y son instrumentos de lo inhumano. Así es como la libertad no ha podido ser presentida y alcanzarse más que a través de la servidumbre. Y así es también como el enriquecimiento de la sociedad humana no pudo realizarse más que a través del empobrecimiento y la miseria de las más grandes masas humanas. Del mismo modo, el Estado, medio de liberación, de organización, fue también y sigue siendo un medio de opresión.
Lo humano y lo inhumano se revelan en todos los dominios con la misma necesidad, como dos aspectos de la necesidad histórica, como dos factores del crecimiento del mismo ser. Pero estos dos factores, estas dos facetas, no son iguales y simétricos, como el Bien y el Mal en ciertas teologías (el maniqueísmo). Lo humano es el elemento positivo; la historia es la historia del hombre, de su crecimiento, de su desarrollo. Lo inhumano no es más que el aspecto negativo: es la alienación, por otra parte inevitable, de lo humano. Por tanto, el hombre, al fin humano, puede y debe destruirla, rescatándose a sí mismo de su alienación.
La alienación, al liberarla de interpretaciones místicas y metafísicas, de toda hipótesis fantasiosa, Marx dio un sentido preciso a la antigua y confusa teoría de la alienación. Mostró que la alienación
del hombre no se define religiosa, metafísica o moralmente. Las metafísicas, las religiones y los sistemas morales contribuyeron, por el contrario, a alienar al hombre, a arrancarlo de sí mismo, a desviarlo de su conciencia verdadera y de sus verdaderos asuntos trascendentales de la vida misma. Pues, la alienación del hombre no es ideal y teórica, o sea, no ocurre solo en bien y sobre todo práctica, y se manifiesta en todos los dominios de la vida práctica.
El trabajo está alienado, sojuzgado, explotado, se ha vuelto fastidioso, humillante. La vida social, la comunidad humana, se halla disociada en clases sociales, enajenada, deformada, transformada en vida política, falseada, utilizada por medio del Estado. El poder del hombre sobre la naturaleza, lo mismo que los bienes producidos por ese poder, están acaparado, y la apropiación de la naturaleza por el hombre social se transforma en propiedad privada de los medios de producción. El dinero, símbolo abstracto de los bienes materiales creados por el hombre (esto es, del tiempo de trabajo social medio necesario para producir tal o cual bien de consumo), domina como amo a los hombres que trabajan y producen. El capital, esta forma de la riqueza social, esta abstracción (que, en cierto sentido, y tomado en sí mismo, o es más que un juego de letras comerciales y bancarias), impone sus exigencias a la sociedad entera e implica una organización contradictoria de esta sociedad: la servidumbre y el empobrecimiento relativo de la mayor parte de sus miembros.
Sin lugar a dudas, de este modo los productos del hombre escapan a su voluntad, a su conciencia, a su control. Toman formas abstractas: el dinero, el capital, los que en lugar de ser reconocidos como tales y de servir como tales (esto es, como intermediarios abstracto entre individuos actuantes) se convierten, por el contrario, en realidades soberanas y opresivas. Y ello en beneficio de una minoría, de una clase privilegiada que utiliza y mantiene ese estado de cosas. Lo abstracto se convierte así, abusivamente, en lo concreto ilusorio y, sin embargo, demasiado real que abruma a lo concreto verdadero: lo humano.
En consecuencia, la alienación del hombre se revela en su temible extensión, en su real profundidad. Lejos de ser sólo teórica (metafísica, religiosa y moral, en una palabra ideológica), es también y sobre todo práctica, es decir, economía, social y política. En este plano real, se manifiesta en el hecho de que los seres humanos estén sometidos a fuerzas hostiles que no son, pero se han vuelto contra ellos y los arrastran hacia destinos inhumanos: crisis, guerras, en fin, hacia convulsiones de todo tipo.
Pues bien, el hombre o la especie humana, que lucha contra la naturaleza y la domina en el curso de un devenir propio, no pueden separarse de ella. La relación del hombre con la naturaleza es una relación dialéctica: una unidad cada vez más profunda en una lucha cada vez más intensa, en un conflicto siempre renovado que toda victoria del hombre, toda invención técnica, todo descubrimiento en el conocimiento, toda extensión del sector de la naturaleza dominado por el hombre viene a resolver en su provecho.
Esto, sin lugar a dudas, envuelve que el hombre no se desarrolla, más que en relación con este "otro" de sí que lleva en sí mismo: la naturaleza. En efecto, no ejerce su actividad ni progresa más que haciendo surgir del seno de los objetos, de los productos de la mano, y del pensamiento
humano. Estos productos no son el ser humano, sino sólo sus "bienes" y sus "medios". No existen más que por él y para él; no son nada sin él, porque son el producto de su actividad; recíprocamente, el hombre no es nada sin esos objetos que lo rodean y le sirven. En el curso de su desarrollo el ser humano se expresa y se crea a sí mismo a través de este "otro" de sí constituido por las innumerables cosas elaboradas por él. Al tomar conciencia de sí mismo, como pensamiento humano o como individualidad, el hombre no puede separarse de los objetos, bienes y productos. Aunque se distingue de ellos e inclusive se les opone, tal cosa no puede suceder más que una relación dialéctica: en una unidad.
Pero, precisamente, he aquí que, en el curso de este desarrollo, ciertos productos del hombre adquieren inevitablemente una existencia independiente. Incluso lo más profundo y esencial de sí mismo; su pensamiento y sus ideas le parecen originados fuera de él. Las formas de su actividad, de su poder creador, se liberan del sujeto humano, y éste comienza a creer su existencia independiente. Estos fetiches (que van desde las abstracciones ideológicas y el dinero hasta el Estado político) parecen vivientes y reales, y lo son en cierto sentido, ya que reinan en lo humano.
Es así que el ser humano que se desarrolla no puede, separarse de este "otro" de sí mismo constituido por los fetiches. Además, los bienes sin los cuales no existiría ni por una hora, y que, sin embargo, no son "él", están indisolublemente ligados al ejercicio de sus funciones y de sus poderes. La libertad no puede consistir en la privación de los bienes, sino, por el contrario, en su multiplicación. La relación del hombre con los bienes no es, esencialmente una relación de servidumbre, salvo en una sociedad en la que los bienes son sustraídos a las masas humanas y acaparados por una clase que se apoya en una organización y un fetichismo adecuado.
Sin lugar a dudas que, la relación del ser humano con los fetiches difiere en consecuencia de la relación con los bienes. La relación dialéctica del hombre con los bienes se resuelve normalmente, y todo momento, mediante una toma de conciencia del hombre como vida propia y goce apropiado de su vida, como poder sobre la naturaleza y sobre su propia naturaleza. Mas la relación del hombre con los fetiches se manifiesta como enajenación de sí y pérdida de sí; es esta relación la que el marxismo llama alienación. Aquí el conflicto no puede resolverse más que mediante la destrucción de los fetiches, mediante la supresión progresiva del fetichismo y la recuperación por el hombre de los poderes que los fetiches dirigieron contra él: mediante la superación de la alienación.
La superación de la alienación implica la superación progresiva y la supresión de la mercancía, del capital y del dinero mismo, como fetiches que reinan de hecho sobre lo humano. Implica también la superación de la propiedad privada. No la supresión de la aprobación personal de bienes, sino de la propiedad privada de los medios de producción de esos bienes, medios que deben pertenecer a la sociedad y pasar al servicio de lo humano. La propiedad privada de los medios de producción entre, en efecto, en conflicto con la apropiación de la naturaleza por el hombre social. El conflicto se resuelve mediante una organización racional de la producción que quita a las clases y a los individuos monstruosamente privilegiados la posesión de esos medios.
El hombre no se hace humano más que al crear un mundo humano. Llega a ser él mismo en y por su obra, sin confundirse con ella y, sin embargo, sin separarse de ella. La producción activa por el hombre de su propia conciencia interviene en el proceso natural de su crecimiento, sin quitarle por eso el carácter de proceso natural, hasta el momento en que, mediante un salto decisivo, el ser humano llega a ser capaz de organizar su actividad de manera consciente y racional.
En el curso de este desarrollo, de por sí complejo, surge otro factor de complejidad: el mundo inhumano (falsamente humano) de los fetiches. Por tanto, la historia humana muestra interpretaciones e interacción incesantes detrás aspectos o elementos: el elemento espontáneo (biológico, fisiológico y natural); el elemento reflexivo (la conciencia naciente, débilmente diferenciada en sus comienzos, pero, sin embargo, ya real y eficaz); el elemento aparente, ilusorio (lo inhumano de la alienación y los fetiches).
Este mismo proceso complejo de triple aspecto, en el que, sin embargo, el elemento consciente llega siempre, en un momento decisivo, a dominar el elemento espontáneo y criticar el elemento ilusorio, puede señalarse en todas estas realidades prácticas, históricas y sociales: la nación, la democracia, la ciencia, la individualidad, entre otros.
Dicho esto, el socialismo, no se define como un ideal, como un paraíso sobre la tierra y en un porvenir incierto. No se define tampoco como un estado de cosas, ordenado y previsto por un pensamiento racional pero abstracto. Estas anticipaciones, esas utopías, esas construcciones imaginarias son excluidas por un método racional: el marxismo, es decir, la sociología científica. De otro lado, sólo el análisis dialéctico puede distinguir estos elementos, perpetuamente en conflicto en el movimiento real de la historia.
La Moral
El marxismo, entiéndase materialismo histórico, aporta una crítica de los sistemas morales del pasado, y contribuye luego con indicaciones prácticas y teóricas para la creación de una nueva moral.
Los sistemas morales fueron siempre o se transformaron siempre, en instrumentos de dominación de una casta o clase social. Marx mostró de varias maneras que nunca hubo una moral de amos y una moral de esclavos, sino sistemas morales establecidos por los amos para los esclavos. Las condiciones de existencia legitimadas por los sistemas morales permitieron siempre esa dominación, que la formulación moral venía en seguida a coronar, sancionar y perfeccionar; de igual modo, que la formulación jurídica y religiosa.
Tanto el derecho como la moral sancionaron siempre las relaciones y condiciones existentes, a fin de inmovilizarlas e inclinarlas en el sentido de la dominación de las clases económicamente privilegiadas y políticamente reinantes. En consecuencia, la alienación moral no está separada, social, histórica o prácticamente, de las otras formas de alienación: la ideología general, el derecho, la religión, entre otras.
El marxismo afirma que actualmente es necesario crear una nueva ética, liberada de la alienación moral y de la alienación ideológica; se niega a establecer valores fuera de lo real, y en consecuencia, busca en lo real el fundamento de las valoraciones morales.
Ante todo, en la sociedad moderna, como la nuestra, dividida en clases una de éstas juega un papel, sin lugar a dudas, privilegiado, en el sentido profundo de la palabra: es el proletariado. Sólo él puede liberar la sociedad y al hombre liberándose a sí mismo, porque soporta todo el peso de la opresión y de la explotación. En su condición de clase oprimida, aceptó largo tiempo los valores morales que le fueron impuestos y lo mantenían sometido: resignación, humildad, aceptación pasiva, etcétera. Como parte integrante de la clase sojuzgada, el proletariado encontraba en la moral una compensación ficticia y una recompensa ilusoria: era un pobre "meritorio", un "bravo y honesto trabajador", siempre que aceptará sin discusión los estrechos límites de su actividad. El proletariado no llegaba, como clase oprimida, a crear sus valores propios, y menos todavía a hacerlos admitir. El trabajo, y sobre todo el trabajo material, eran despreciados. De igual manera, y en un plano análogo aunque con un peso diferente, las mujeres continuaban sojuzgadas o explotadas, y en consecuencia, la maternidad no fue jamás reconocida plenamente como función social y como valor, ni el trabajo doméstico como un trabajo social.
Es así que el proletariado ascendente se comporta de un modo por completo diferente. Marx y los marxistas comprobaron este hecho y mostraron sus razones, esto es, su racionalidad profunda. La clase ascendente se libera de los valores ilusorios y crea sus valores propios, su heroísmo, sus virtudes. Como trabajador explotado y oprimido, el proletario sólo necesita paciencia y resignación. Pero como individuo consciente de su clase, y en consecuencia, del papel histórico de esta clase, tiene necesidad de coraje, de sentido de las responsabilidades, de entusiasmo; debe adquirir conocimientos múltiples y considerar como valores, la lucidez en la acción y la comprensión de las situaciones.
Oprimido y sumiso, el proletario considera la obediencia como una virtud. Pero cuando actúa, en la lucha económica y política, la iniciativa, la disciplina, el sentido de las responsabilidades se convierten para él necesariamente en valores. Debe adquirirlos, pues para él es una cuestión de vida o muerte. Tiene así acceso a una esfera superior de actividad. Su aporte consiste esencialmente en una ética nueva, que resuelve, problemas en apariencia insolubles, como por ejemplo, la necesidad de unir la disciplina colectiva con la iniciativa individual resuelve prácticamente, en el dominio limitado pero profundamente real de la acción, el viejo conflicto entre lo individual y lo social. Marx dijo sobre estos problemas, que para el proletariado estas virtudes nuevas son aún más necesarias que el pan de cada día.
De ahí que, si la resignación ya no tiene sentido y la pasividad no puede ya pasar por una virtud, es porque otra cosa llega a ser posible. El poder del hombre sobre la naturaleza es lo suficientemente fuerte para que desde ahora toda resignación se relegue por sí misma en lo irracional y lo absurdo.
El marxismo no trae un humanismo sentimental y quejumbroso. Marx no se ocupó del proletariado porque estaba oprimido, para lamentarse de su opresión. Mostró cómo y por qué el proletariado puede liberarse de la opresión y abrir caminos hacia todas las posibilidades humanas. El marxismo no se interesa en el proletariado en la medida en que es débil, sino en la medida en que es una fuerza; no porque es ignorante, sino porque debe asimilar y enriquecer el conocimiento; no porque la burguesía lo haya sumido en lo inhumano, sino en la medida en que lleva en sí mismo el porvenir del hombre, y rechaza como inhumana esta vanidad burguesa. En un plato: el marxismo ve en el proletariado su devenir y su posible.
De este modo el marxismo renueva la idea del hombre y del humanismo dándole un sentido plenamente concreto. Ha subvertido, ha revolucionado la vieja filosofía. Ha eliminado el pensamiento abstracto, contemplativo, especulativo, en una palabra, abolió la metafísica. Y ahora marcha a pasos de vencedores.
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