Ya es archiconocida la etimología de la palabra: gobierno del pueblo, poder popular. Es lo mismo. También ha sido repetida hasta el aburrimiento la fórmula de Lincoln: “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Todas estas definiciones de diccionario tienen el defecto de que se hacen la vista gorda de los contextos en que se usan las palabras. Sería mejor preguntar ¿qué ha significado la democracia para los venezolanos en momentos históricos diversos? Y más sensible: ¿qué significa “democracia” hoy para Venezuela?
Pero antes de esbozar una respuesta cabe hacer la siguiente digresión: los inventores de la palabra y el concepto, los antiguos griegos, la oponían a otros dos tipos de regímenes políticos: la monarquía (el gobierno de uno) y la aristocracia (el gobierno de los mejores, que eran pocos). Y no sólo eso: preveían que cada régimen tenía una modalidad decadente: la monarquía degeneraba en despotismo (el déspota es un individuo que manda lo que le da la gana, sin ley ni límites), la aristocracia enfermaba de oligarquía (gobierno de una rosquita) y la democracia (¡atención!) decaía y se convertía en demagogia. Para evitar esas degeneraciones, hubo un pensador, Polibio, que propuso compensar los defectos de cada régimen, con las virtudes del otro, y así contribuir a resaltar las virtudes de cada uno. Por otra parte, el título de “dictador” los antiguos lo concebían como una situación muy, pero muy, provisional, necesaria en momentos de catástrofes o de guerra, para salvaguardar el estado, que volvería a ser democrático, cuando la emergencia pasara. Pero incluso pensaban que el dictador debía ser electo.
Para interpretar el significado de “democracia” en Venezuela, es interesante recordar dos acontecimientos históricos contemporáneos: la muerte de Gómez y la caída de Pérez Jiménez. “Democracia” en 1936 y en 1958 significó para los y las venezolanas, sobre todo, salir del despotismo de Gómez, de su arbitrariedad, de su violencia, de su nepotismo. Significaba muchas cosas: desde la elección directa, universal y secreta de los gobernantes, hasta y sobre todo la vigencia de las libertades democráticas (de reunión, de expresión, de manifestación, de organización, de participación política). Pero también educación gratuita y para todos, reforma agraria, contratación colectiva.
Entre 1936, el morir Gómez, y 1948, cuando el golpe contra el presidente Rómulo Gallegos, se apreciaron como democráticas las actitudes de Medina Angarita, de conversar con sus opositores, de dejar la libre organización de los entonces novedosos partidos políticos; pero también las elecciones universales, directas y secretas, y las distintas políticas sociales (educación gratuita y obligatoria, reforma agraria, etc.).
Por eso, cuando se inicia el gobierno de Rómulo Betancourt, salido de unas elecciones como las que habían sido peleados por el pueblo durante muchos años, comenzó a aplicar la fórmula excluyente del Pacto de Punto Fijo, para perseguir a los políticos de la izquierda, así fueran parlamentarios, reprimir duramente las manifestaciones populares, detener, torturar y desaparecerá luchadores sociales y políticos, comenzó, en fin, a violar los derechos humanos de todos los opositores, se deshizo la alianza de aquella “Unidad Nacional” donde comunistas, adecos, urredistas y hasta copeyanos trabajaron juntos contra la dictadura militar perezjimenista, y la naciente democracia adquirió ribetes despóticos, lo opuesto a la tan deseada democracia.
La ruptura de aquella “Unidad Nacional” y la deriva antidemocrática de aquel primer gobierno adeco, tuvo varias causas; pero la principal fue que Betancourt había decidido participar en la gran alianza con los Estados Unidos, en el marco de aquella Guerra Fría contra la Unión Soviética, y por tanto cumplió su rol de perseguidor de los comunistas y la izquierda en general, representada entonces por el naciente MIR y parte de URD.
Vale resaltar que fueron los comunistas y la izquierda (que incluía un sector importante de AD) los que hicieron los mayores esfuerzos por el advenimiento de la democracia el 23 de enero de 1958. Hablar de que la democracia es burguesa y que instituciones como las elecciones universales, directas y secretas, el respeto de los derechos humanos y las libertades democráticas, eran sólo formalidades, hubiera sido una jocosidad cruel y malintencionada, aparte de una incomprensión inaceptable de la teoría revolucionaria.
Ese es el significado histórico de la democracia: un objetivo de la lucha popular, un motivo de unidad nacional, la apertura a reivindicaciones sociales impostergables. Oponer la revolución a cualquiera de los componentes de un programa democrático (elecciones, participación, cumplimiento de la constitución) es la evidencia de una degeneración despótica y oligárquica de la democracia. Peor si se justifica esa negación de la democracia con un supuesto carácter popular. Allí nos encontraríamos en el peor de los mundos posibles: un despotismo oligárquico y demagógico.