Jorge Giordani es un nombre que no se puede desligar de la historia del período chavista de nuestra historia contemporánea. Su rol de proponente, ideólogo, planificador y conductor de políticas económicas durante el gobierno de Chávez, fue fundamental. El es responsable de lo correcto y errado de casi 16 años de dirección chavista de la economía. Por eso hay que prestarle atención. Y más cuando ahora habla desde una posición de disidente o de crítico del gobierno que se considera a sí mismo heredero y continuador de Chávez. Hace unos días, Giordani publicó un artículo del cual quiero discutir dos cosas: la noción de que el chavismo se halla ante una crisis de hegemonía y la propuesta de la construcción de una “tercera opción”.
El descontento, la pérdida del entusiasmo y de la esperanza masiva en la promesa revolucionaria, así como los errores y desviaciones graves que ha avanzado el gobierno de Maduro, llevan al exministro de Planificación a diagnosticar una crisis de hegemonía chavista en el país. De verdad, no aprecio que estemos ante una crisis, mucho menos de hegemonía, en los actuales momentos. Hubo, sí, momentos en que nadie apostaba un billete de dos bolívares a la estabilidad del gobierno. Hubo, sí, la pérdida de la mayoría electoral cuando los pasados comicios parlamentarios. Hay descontento masivo, hay descrédito de los líderes, hay desesperación y desesperanza, hay todo eso. Pero todo eso pasó. Insisto: la crisis ya pasó. Ya hubo un desenlace y una nueva normalidad. Fea, pero ahí está.
No puede haber crisis permanentes. Hay crisis recurrentes, en todo caso. Por ejemplo, el capitalismo como sistema económico entra regularmente en crisis, mientras se “equilibran” la producción y la realización de las mercancías, los créditos y los pagos, los desplazamientos de capital de los sectores menos rentables a los más productivos, etc. Esos aparentes péndulos históricos (democracias-dictaduras, izquierda-derecha) lo que revelan es que hay una estructura aún eficaz, que se recompone.
Por supuesto, hay crisis más profundas. Crisis terminales, crisis históricas. Situaciones en las cuales los conflictos y los desequilibrios exigen una transformación profunda de las estructuras que, como se sabe, sólo pueden distinguirse para fines analíticos (en lo económico, lo político, lo ideológico-cultural), pero que, en realidad, constituyen una sola totalización contradictoria. Cuando ocurren esas crisis históricas, la estructura cambia. Si no, sólo se recompone y vuelve a una nueva normalidad. Algo así ha pasado en la Venezuela de los últimos años. El capitalismo dependiente rentista tuvo estremecimientos, pero ahí sigue.
Por ejemplo, cuando murió Chávez, la base afectivo-emocional de la legitimidad del gobierno tembló. Por un momento pudo haber estado en crisis. Pero esto se resolvió cuando Maduro ganó las elecciones presidenciales. Incluso aquellas manifestaciones de “arrechera” opositoras devolvieron a la normalidad la situación política: de nuevo la oposición caía en sus conductas de siempre: la movilización inmediatista, la catarsis emocional. Lo mismo sucedió cuando las “guarimbas” de 2014. Seguíamos en la misma normalidad de las conductas políticas. Bastó una represión muy delimitada y una política de desgaste, como aquella de Chávez con la plaza Altamira, para aplacar aquellas manifestaciones que nunca se acercaron a una insurrección.
Se pronunció la crisis económica manifestada en inflación, desabastecimiento y recesión. Todo indicaba, porque era lógico para cualquier mirada sociológica o histórica, que esa crisis económica tenía que expresarse en lo político. La cuestión es que el Partido-gobierno-militares cerró filas; aprovechó las torpezas y divisiones políticas y simbólicas de la oposición (eso del retiro de los retratos de Bolívar de la AN, la solicitud del RR a destiempo y mal hecha, las actitudes camorreras); hasta convocó el diálogo con empresarios y políticos y…volvió la normalidad.
Claro: se trata de una normalidad poco deseable, si se quiere. El modelo “socialista-petrolero”, una variante del mismo rentismo populista del CAP de los 70, pero con una retórica heredada de la izquierda de los 60, que concibió y llevó a la práctica Chávez guiado por Giordani, no puede funcionar bien sin una abundante renta. Entonces el modelo se reacomodó, y allí está, nuevamente, restableciendo una nueva hegemonía basada en la expectativa de la dádiva populista (ver “Las máscaras del poder” y “El poder sin la máscara” de Luís Britto García), canalizada a través de los CLAPS y los “carnets de la Patria”, nueva versión de los carnets partidistas de la época adecopeyana.
Lo notable de esta nueva normalidad es que cristaliza unas tendencias que venían de antes, pero que tal vez pasaban por otra cosa, opacadas por el brillo del carisma del Comandante que hoy, por más cadenas y horas de TV que acumule Maduro, no se puede repetir. Me refiero a la tendencia autoritaria y de concentración de poder en un “cogollo” burocrático-militar. El contexto internacional también es diferente: los discursos chovinistas y racistas están enterrando el neoliberalismo y se imponen las tensiones de las guerras “frías y calientes” regionales, justificada por la ideología dominante de la geopolítica.
Hasta donde entiendo, una normalidad no es una crisis. No hay crisis permanentes. La cosa es un poquito más complicada.