Tareas para la formación de cuadros revolucionarios

El problema del desgaste

¿Qué ha ido pasando con nuestra gente en medio del pueblo? Lo que puede afirmarse desde la experiencia es que la postura ha ido evolucionando hacia posiciones más conscientes. En un primer momento todo era emoción. No puede hablarse ni de un seguimiento claro ni muchos menos de un acompañamiento consciente. Lo impedía la inmadurez ideológica de la mayoría de los cuadros revolucionarios, aquellos sobre quienes descansa la labor fundamental de organizar e ir sembrando conciencia.

Hoy, bajo muchos puntos de vista, las cosas han cambiado sustancialmente. Mucho de lo que se planteaba como sueños ha chocado con la dura realidad del burocratismo corrompido. Puede decirse que para ser un cuadro revolucionario hoy se requiere menos pavoneo y más discernimiento, tal como lo decíamos en trabajo anterior. De todas formas es interesante fijarse en algunos rasgos muy serios de este presente. Nos referimos en primer lugar a la dureza material que muchas veces presenta el trabajo de los cuadros. En segundo lugar a las dificultades de tipo comunitario que aparecen en la medida en que se dificultan los logros.

Es lógico que la actividad de todos los días presente un frente de desgaste y arroje sobre los cuadros la penosa impresión de impotencia e ineficacia en la que muchos de nuestros cuadros viven en estos momentos. Además de no renunciar a la imaginación, nos será necesario no perder de vista a la paciencia, forma revolucionaria de lograr que las dificultades no determinen nuestra vocación y existencia. Paciencia revolucionaria equivale a resistencia, a fortaleza mezclada con confianza en nuestros proyectos.

El paso del tiempo ha ido produciendo lógicamente un cierto cansancio en los más jóvenes. Se van conociendo más íntimamente las pústulas de la corrupción y eso agota. Es un cansancio que viene de adentro y que hay que combatir con una fuerza especial. La lucha diaria tiene sus propios demonios domésticos cuyos nombres más comunes suelen ser los “problemas burocráticos”, la “soberbia de los camaradas acomodados”, “el infernal papeleo”, las “tensiones internas”, y tantos otros. Que se experimenten en forma intensa no tiene nada de anormal. Lo peligroso es que esas “tensiones” nos venzan.

Tenemos la impresión de que en muchos casos la adhesión revolucionaria ha sido más generosa que lúcida. El deseo muy por delante del análisis de las condiciones objetivas y subjetivas. Esa falta de solidez ideológica nos lleva a pagar el alto precio del desencanto, el desaliento o la desesperanza.

¿Qué soluciones tiene esto? Desde luego, las causas no desaparecerán en un día. No se puede transformar un aparato estatal estructurado para satisfacer las necesidades del capitalismo e infestado por los antivalores del sistema en un dos por tres. La creación del hombre nuevo no se decreta. Es una labor larga y penosa, que semeja al lento proceso de la naturaleza para dar frutos. No estando a la mano impedir la lluvia sólo queda taparse, protegerse, cubrirse para que no nos moje.

El asunto entonces está en la formación de los cuadros. De la inserción puede hacerse una experiencia personal de generosidad, de voluntarismo, de imperativo ético o mandato moral… y eso no está mal, salvo porque no responde a una experiencia profunda. La conciencia emerge, precisamente, en esas situaciones de cansancio, de agotamiento y oscuridad, como fuente de vida, de alegría y esperanza frente a la cultura del egoísmo y la muerte capitalista. La conciencia es un resorte que se despliega cuando encuentra a su enemigo enfrente. No hay que olvidar que por años se le expropió la dignidad al pueblo, se le convirtió en pedigüeño, en mendigo, y que eso mismo será también un fuerte obstáculo, no sólo el burócrata corrompido sino la labor corruptora del sistema en el alma del pueblo.

Lo primero a lo que llama la misión de los cuadros es, por tanto, a nuestra propia conciencia. Una conciencia que para ser verdad, debe alcanzar la cabeza, las manos y el corazón, eso que en lenguaje especializado llaman ortodoxia, ortopraxis y ortofrenia. Así se evita que la inserción en el pueblo produzca una nueva forma de dominio sobre él, a la vez que proporciona firmeza frente a las dificultades y derrotas. Mantener la identidad revolucionaria ante el ataque de los mil diablos del capitalismo depende de una profunda experiencia conciencial. ¡Conciencia revolucionaria!, ¡conciencia y seremos invencibles!

¡SON DIEZ!
MILLONES LOS QUE LES VAMOS A METER
¡SON DIEZ!


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Martín Guédez


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