Desde hace varias décadas para acá, en verdad, las reducciones de la jornada laboral en las empresas de las sociedades capitalistas han resultado contraproducentes. Se presume mentira que los asalariados pudieran mejorar su productividad mediante semejantes reducciones en el número de horas diarias y/o semanales de trabajo hechas bajo las mismas condiciones capitalistas.
Es que si se incrementase la producción hasta, por lo menos, igualar el volumen correspondiente a la jornada inmediata anterior, resultaría positivo para toda la sociedad, pero, de traducirse en una mayor oferta para una demanda constante podrían inducirse una baja de precios lo cual es improbable porque ningún empresario rebaja precios*, salvo para rematar mercancías invendibles o cuando confronte apuros frente a sus acreedores. En consecuencia, se vería obligado a reducir la oferta mediante acaparamiento lo cual le encarecería los costes y con ello los posibles precios de venta, o mediante destrucción de los bienes sobreproducidos como lo hemos visto ocurrir en Venezuela durante la IV república y también en la presente.
Eso, que pareciera una contradicción, se aclara si caemos en la cuenta de que, por lo general, esas reducciones de la jornada no se acompaña de incrementos en la platilla laboral de las empresas involucradas; por el contrario, los costes medios de la producción suelen encarecerse proporcionalmente porque, de perogrullo, a menos horas-trabajo, menor producción que para los mismo costes totales da mayores costes unitarios**, y a mayor inversión unitaria,
una mayor ganancia sometida a una tasa constante. Además, una menor producción frente a una demanda fija suele encarecer los precios.
Es decir, al empresario burgués le ha convenido reducir la jornada más que perjudicarlo, pero, esa mejoría empresarial va con cargo o es financiada por el consumidor de un PIB cuyas mercancías ahora producidas en menor cantidad para una demanda fija provoca alzas de precios. No ocurriría así con incrementos en los costes por concepto de medios de producción como maquinarias o mejoras técnicas para el uso de dichos medios.
Efectivamente, el costo de la vida durante todo el siglo XX ha sido creciente, y agravado de vez en cuando por otras causas de baja en la oferta para una misma demanda.
Muy diferente ocurriría bajo condiciones socialistas donde necesariamente las reducciones de la jornadas buscan, no solo dejar más tiempo libre a los trabajadores, sino que las horas de producción mermadas con dichas reducciones de la jornada se ven compensadas con mayor empleo de mano de obra hasta entonces desempleada, y con lo cual se incrementa el empleo del resto de las fuerzas productivas que son asimétricamente** complementarias.
En socialismo, el camino hacia el progreso se habrá desbrozado eficazmente. Con ello crecerá forzosamente el PIB, pero no apunta de incrementos en el costo de la vida, sino del aumento de los bienes útiles o de la masa de valores de consumo tanto productivo como consuntivo.
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* Obsérvese que el manejo gráfico de la oferta y la demanda pretende identificar producción con oferta para confundir a los economistas poco avizores, mismos que han defendido lo indefendible bajo ese falso criterio. Es que, alcanzada cierta cantidad de producción, las mercancías son una muestra de dicha producción y se le llama mercancías sólo en tanto y cuanto son lanzadas al mercado, es decir lo que representa la oferta.
** A los mayores costes unitarios se les ha vendido a la sociedad bajo el perverso concepto del inverso de la utilidad marginal decreciente, un artilugio económico y contable proburgués que se vale de una constancia forzosa del capital constante o variable, mientras hace variar el resto de las variables. Véase la curva de costes marginales "crecientes, siempre crecientes, y de allí su inclinación positiva de izquierda a derecha en las gráficas "convencionales" o impuestas en la literatura de la teoría Económica Burguesa o vulgar. Con semejante "ley" burguesa se ha pretendido negar la productividad del trabajador frente al empleo de maquinarias que le sirven al capitalista como depósito del excedente de capital que acumulativamente lo obtiene a punta de plusvalía ya que resulta evidente que si se mejorara realmente el salario, a los trabajadores poco les importaría el tamaño de la jornada dentro de ciertos límites humanos, marcados por la resistencia de sus cuerpos y mentes.
Digamos que las reducciones de la jornada diaria o de la jornada semanal o anual, busca justificara esa tecnificación reciente que se destapó a a raíz de las cacareadas revoluciones industriales de los siglos XVIII-XIX y que hoy se han repotenciado mediante la electrónica o cibernética.
*** Decimos complementariedad asimétrica por cuanto el trabajador está potenciado para crear valor hasta con sus uñas a secas, mientras las máquinas o materia prima y brutas no producen nada sin la mano creativa del trabajador.