"La demagogia es la hipocresía del progreso"
"La demagogia es la degradación de la democracia"
"Esta es la idea, que trabajemos de la mano. Son nueve mil compromisos concretos que firmamos con las comunidades más aquellos que hicimos con cada sector. Eso es parte de nuestro Plan de Gobierno, y lo cumpliremos a plenitud"
"Hemos tenido un taller muy importante: Taller de Alto Nivel de Planificación Estratégica hacia la nueva etapa de la Revolución Bolivariana. Es muy importante"
I. Demagogia
El diccionario de la Real Academia Española (RAE) define a la demagogia como:
1. Práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular.
2. Degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder" .
La palabra "demagogia" fue usada por primera vez en la comedia Los caballeros de Aristófanes, en el 424 a.C. En sus primeras expresiones , el término tiene una acepción neutral, que indica simplemente la "guía política de la ciudad", es decir, la actividad política desarrollada en posiciones de mando. Sin embargo, rápidamente la demagogia se vuelve una "mala" palabra, un epíteto que sirve para calificar de manera negativa el modo de hacer política de aquel que busca sólo los consensos fáciles. Originalmente demagogia designaba el "arte de guiar al pueblo"; pero con el tiempo, el término fue tomando un matiz peyorativo. En el lenguaje corriente se define como la técnica de arrastrar al pueblo, dando satisfacción a sus intereses inmediatos sin atender al bien común. O dicho en otras palabras: demagogia es la capacidad o aptitud para gobernar pueblos con la preocupación constante de halagar a la masa social. El demagogo sería por tanto, la persona que adula a la multitud con gestos o actuaciones, para atraérsela con el fin de buscar su apoyo. Este concepto se ha convertido, así, en una especie de comodín utilizado actualmente en todo tipo de conversaciones, no estrictamente políticas, para calificar a personas o hechos de forma despectiva. Incluso el mayor de los demagogos puede arremeter contra esta técnica retórica, pese a utilizarla sin el menor arrobamiento. Alrededor de esta palabra tan escurridiza se ha creado, desde antiguo, un bosque de definiciones sobre el que parece necesario reflexionar.
Se considera que fue Aristóteles quien ha definido por primera vez esta expresión como una forma corrupta de la democracia, y al demagogo como "adulador del pueblo". Tanto Platón como Aristóteles consideran que, cuando una democracia entra en crisis, surge un extraño florecimiento de demagogos por doquier que halagan a las masas con intenciones interesadas. La elocuencia desatada y la capacidad de conspiración de estos personajes llevan inexorablemente, en períodos de grandes depresiones, a la instauración de regímenes autoritarios o claramente tiránicos. Cuidado, pues, con las interpretaciones parciales y las dotes persuasivas de los demagogos, nos vienen a decir los ilustres pensadores del mundo clásico griego. En nuestro tiempo se podría repetir con parecida insistencia la misma recomendación, pues el comportamiento de los demagogos, de ayer y de hoy, es muy parecido: utilizar los momentos de desequilibrio de los países para saltar al ruedo con sus encendidas polémicas catastróficas, declaraciones provocativas o claramente difamatorias. Arrogándose el derecho de interpretar, de forma personalista, la predilección de la ciudadanía: mezclan sus preocupaciones con los intereses de todo un país, y consideran íntimamente como "enemigos del pueblo" a todos a los que se oponen a sus deducciones. Esto, lógicamente, es una osadía; pero no hay que sorprenderse porque el demagogo suele ser el más temerario y locuaz que existe. Cuando las pasiones (políticas, religiosas, nacionales o militares) permanecen en reposo, estas personas resultan casi irreconocibles. Está claro que la demagogia no es propiamente una forma de gobierno y no constituye naturalmente, un régimen político sino que es una práctica que "se apoya en el sostén de las masas favoreciendo y estimulando sus aspiraciones más irracionales". Los demagogos a través de sus métodos de sugestión se lanzan a ofrecer fáciles promesas, que saben deliberadamente que son imposibles de realizar. Sin embargo, lo cierto es que muchas gentes las creen y se ilusionan con ellas. En ese momento de fervor y esperanza, parece la ocasión precisa para movilizar a las masas a su favor. La demagogia tiene su punto fuerte en los lugares comunes más ramplones y con frecuencia en la difamación. De ahí que los demagogos presenten programas de reforma social y económica basados en análisis parciales de los problemas: exagerándolo todo con la práctica de la crispación permanente, debido a su entusiasmo innato por la conspiración. Estos individuos peligrosísimos, a veces con claros desarreglos psicológicos, suelen aprovecharse de los problemas reales de los pueblos para dramatizarlos y magnificarlos con el propósito de crear todo tipo de zozobras en la ciudadanía. Por supuesto, dicen siempre hacerlo por puro patriotismo desinteresado. Alguien definió, en este sentido, a la demagogia como un discurso e intrigas de aquellos que fingen ostensiblemente apoyar y defender los intereses del pueblo con el fin de captar sus favores y así llegar o volver de nuevo al poder.
II. Arquetipo del demagogo
El demagogo fabrica la verdad ya que interpreta mejor que nadie la voz "profunda" del pueblo, eleva esa versión al rango de verdad oficial y sueña con decretar la verdad única. Existe una diferencia importante entre el demagogo y el "buen político" en lo que corresponde al uso de la palabra y su relación con la verdad, pues mientras el demagogo se vale de la palabra y la retórica para deformar la realidad, para ser "indiferente" a la verdad y, por tanto, para menospreciar los fenómenos que emergen de la realidad, el "buen político" usa las palabras como recurso retórico para decir las cosas tal como son, para interpretar y complejizar la realidad, para ofrecer senderos que se dirijan a cambiar el estado de cosas existente. Los demagogos, por tanto, hacen un uso impropio e intempestivo del arte de la retórica.
Si nos adentrarnos en la personalidad del demagogo, podremos comprobar que posee un conjunto de particularidades que lo distinguen de los demás mortales. Representa un arquetipo que se repite con múltiples variantes a través de la historia, lo que lo hace fácilmente reconocible. El demagogo es como un centauro de la vida política: se le distingue incluso a muchas distancias. Apenas pronuncia sus primeras palabras, ya se sabe cuál es su intención: el mandato, la dominación, a veces el lucimiento pero, fundamentalmente, la permanencia en el torbellino del éxito. Todo ello lo consiguen gracias su tesón. Sin olvidar su fluida oratoria provocativa contra sus oponentes y a su habilidad para halagar al "pueblo". Pero no hay que fijarse de tales lisonjas, pues la antigua sentencia latina ya advierte que "No des fe a los hombres de palabras muy halagadoras. El cazador atrae a los pájaros con el dulce sonido del caramillo". De ahí que la facilidad de los demagogos para la adulación de mucho que pensar. Para el demagogo no hay psicagogía posible porque no importa el ascenso de la otredad, sino su propio ascenso; desprecia la psicagogia de la polis para exaltar su propio arribismo material en el poder; pero es muy hábil en el engaño con las palabras. Es un don Juan del logos que no busca amar, sino el placer de sentirse amado. Su opción no es la construcción del consenso, sino del espejismo, y para ello hace uso de la retórica laudatoria y promisoria. Construyendo la promesa de un futuro paradisíaco, no seduce, sino que narcotiza a su audiencia con sobredosis de esperanza.
Ante tales métodos hay que tomar las debidas precauciones si no se quiere terminar preso en la telaraña urdida con la incertidumbre elocuencia de estos demiurgos. Enumeremos, pues, sin orden ni concierto, las características psicológicas esenciales del demagogo:
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Autoritarismo.
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Insolencia y arrogancia.
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Fácil elocuencia, con un don inmediato para la persuasión.
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Excelente "comunicador" para convencer a las masas.
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No duda jamás: vive de afirmaciones y negaciones rotundas.
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Se alimenta frecuentemente de tópicos vulgares.
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Es violento y provocador nato.
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La difamación y la calumnia suelen ser a veces sus armas predilectas.
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Recurre, si es preciso, a la emoción inflamada.
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Utiliza la ironía retadora o el humor bufonesco.
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Desprecio por cualquier opción alternativa, aunque hable difusamente de derechos humanos.
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El reduccionismo histórico está en su discurso.
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Emplea la mentira de forma descarada y sin parpadear.
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Adulador de los sentimientos populares.
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Las técnicas de la intriga las utiliza con naturalidad.
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Si es muy bajo intelectualmente, recurre a gestos y expresiones harto chabacanas.
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Maneja a su conveniencia al vocablo "pueblo".
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Narcisismo unido a una pedantería insoportable.
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Le gusta rodearse de gente sumisa para que lo admiren.
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En democracia suele ser un desestabilizador, salvo que tenga un buen cargo o que sus negocios marchen viento en popa; en cambio, en las dictaduras, se pone irremediablemente a las órdenes del tirano.
Se puede dar por seguro que, una vez leídas tales singularidades, nadie querrá identificarse con ellas, y menos que nadie, los propios interesados pero, la realidad, es que existen "personalidades" que pueden coincidir de forma parcial o absoluta con ellas. Unos creen que son gentes para escapar a kilómetros, por mucho carisma que dicen pueden tener; otros, en cambio, los consideran seres privilegiados, se arroban entre ellos y los aclaman. No es necesario insistir que el hombre-masa y la mujer del mismo estilo pueden sentirse identificados con un demagogo astuto que interprete bien la aguja de marear, en un momento concreto de exaltación individual o colectiva.
Estos atributos o características mínimas de la demagogia y de los demagogos aparecen tanto en sus realizaciones antiguas como en sus expresiones contemporáneas, sea entendida ésta como un conjunto de prácticas políticas y/o técnicas de persuasión dirigidas a ganarse el favor del pueblo o como una forma de gobierno que nace de la degeneración de la democracia.
III. Coda
Cuando los demagogos se posicionan en los diversos poderes públicos todo el Estado se corrompe, creándose un mundo ficticio basado en mentiras. Cuando la demagogia se une al poder se practica la injusticia, el nepotismo, la ineptitud, el despilfarro, en suma, se multiplican las prácticas corruptas. El hecho de que demagogos ocupen puestos de representación popular es grave porque, al ser figuras públicas, se convierten en referentes para los miembros de los diferentes sectores de la sociedad. Concentran la mirada de colegas de partido, compañeros de trabajo, de aspirantes a política, de jóvenes y niños tornándose automáticamente en maestros de la corrupción.
ALGO DE RFERENCIA
Bobbio, Matteucci , Pasquino . Diccionario de Política. Siglo xxi México
https://americanaffairsjournal.org/2017/05/populist-demagogy-and-the-fanaticism-of-the-center/