El gobierno vive su propia fantasía, se ha desligado tanto del país que ya gobierna algo que sólo existe en su mente rentista. El gobierno está contento con los números del cne, con los indicadores del banco central.
Al principio se creyó las declaraciones fuera de la realidad de los altos voceros, eran exageraciones de uno que otro funcionario, o de las travesuras verbales de fumadores de lumpias. Pero luego afloró la triste verdad: el gobierno vive, gobierna otro país, uno creado en la imaginación desenfrenada por la intoxicación de poder.
Las medidas que toma no son para el país chavista, sino para el país adeco. No va al Socialismo, se dirige al más abyecto de los sistemas populistas rentistas, de esos que inexorablemente desembocan en fascismo.
Las medidas económicas marcan la mentalidad del gobierno: ante la penuria de la población, lo primero que se les ocurre es negarla, se mudan de país; en su país, dicen los voceros, hay comida como para siete países, el otro bobo declara aquí nadie pasa hambre, otro más bobo niega la inflación, el menchevique decreta que el dólar today baje a cinco mil, se ocultan los números de la inflación, se decreta la muerte del billete de cien.
La negación de la realidad no funciona, la penuria, como el dinosaurio de Monterroso, sigue allí. Se le ocurre otra brillante idea: el problema no es la penuria, es que la masa no proteste, no haga motín. Entonces la solución es darle más, aumentar el sueldo, aguinaldo, juguetes, perniles, becas, bonos, que lluevan los dineros sobre la masa... pero hay un problema, no hay dinero, no hay con qué. Esa rebatiña es posible en el otro país, en de la cabeza del gobierno, no en el país de la realidad. El país sigue su penuria sin gobierno, el gobierno sigue viviendo en otro país.
La realidad es implacable con los que la ignoran, les pasa por encima. Así, el gobierno, que gana elecciones de mentirilla, reparte promesas que no alimentan y sube sueldos aguados, un día se encontrará con el país que padece y se producirá un chispazo. La realidad los arropará a los dos, despertarán de su sueño el gobierno y de su engaño el país. Entonces será necesario recomponer la realidad.
El gobierno se lamentará de no haber educado al pueblo para el sacrificio, el haberlo tratado como un adolescente consentido, el haber sido un padre botarata, nuevo rico, irresponsable. Los líderes lamentarán haber sido tan adulantes, tan poco críticos. La masa, quizá, sólo quizá, ahora sí sabrá reconocer a sus líderes verdaderos, no los confundirá con demagogos de poca monta, de medio pelo.
Y ese día tendremos un país con gobierno, un gobierno con país. Podremos emprender las grandes tareas que la existencia azarosa nos impone.
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