Noche de insomnio: el poeta, el apagón y el golpe…

I ¿Qué será de toda aquella gente que se pasó cuatro meses exaltadas, haciendo guarimbas en las calles, montando "barricadas", batiendo banderas y haciendo sonar cacerolas hasta en las madrugadas; que aplaudió tantas muertes e incendios en Mérida?

¿Saben usted donde estarán?, pues, durmiendo la siesta o echadas viendo televisión, o cuchicheando muertos de la risa en alguna esquina o licorería; olvidadas de tanta sangre que corrió, de aquellas ristras de alegrías que corrían por las redes, con intermitentes saltos de tísicos que las excitaba o deprimía según el caso; aquellos meses en que se llenaron de pavor las casas con sus enfermos y sus niños dentro. Esto voy pensando metido en una buseta que se dirige al centro de la ciudad de Mérida.

II Es parte de una rutina saludable que hago cada día: salir a caminar dos o tres horas y embeberme solidariamente en los rostros de nuestro pueblo. El día jueves 22 de febrero, el del gran apagón (que duró quince horas) me dirigí al centro de Mérida como a las tres de la tarde. Una tarde fresca, serena y un poco atoldada. Desde el Viaducto de la Dieciséis, inicié mi caminata rumbo hacia la Pedregosa Sur, que en total serían como unos doce kilómetros, con la gran suerte de que justamente en el Edificio Alba me topé con el poeta Pedro Pablo Pereira. Le saludo:

  • Qué alegría poeta, un buen momento para conversar y tomarnos un café porque como usted no usa celular hay que sabanearlo.
  • Debes tener mucha plata –me replica el bardo de Ejido-: para que me estés amenazando con un café.
  • ¿Y usted qué hace por aquí, poeta?
  • Busco un jabón azulado. Que todo a mi edad se ha vuelto azul y llevo en la cabeza todo el tiempo a Rubén Darío:

"En las pálidas tardes

Yerran nubes tranquilas

En el azul, en las ardientes manos

Se posan las cabezas tranquilas".

  • ¿Y lo conseguiste, el jabón?
  • Sólo la mitad, con la mitad de mi mitad que viene en la pensión.

Entonces improvisa estos versos parodiando al poeta Cruz Salmerón Acosta:

Azul de aquellos tiempos tan lejanos
hacia los cuales mis pensamientos vuelan,
bajo las pocas ganas que me quedan,
¡olor que tantas cosas me revelan!

Azul que del azul del cuento emana,
cuando pasa el tiempo y no se lava,
un amigo, un amigo no es cualquier cosa
más con un café su amistad nos acompaña.

Azul de estos jabones tan costosos,
que valen para mis camisas y mis ensueños,
que purificarán hasta los hastíos.

Sólo me angustia cuando sufro antojos
de volverme un carajito sin ningún rollo
que ya no aguanto, hermano, estos fríos.

Después del café con el poeta comenzamos a caminar hacia Glorias Patrias, por la Dos Lora. Pasa un tipo veloz en un carro blanco que grita histéricamente:

  • ¡Sant Roz, hijo de puta!

Un grito que retumba a dos cuadras a la redonda, y que el poeta resume en estas palabras:

  • Aquí en Mérida te das el lujo de recibir tamaños piropos que ni a Diosdado se los tiran. Lo que sí te aseguro es que ese sujeto debe ser un pícaro que alguna vez ensartaste con tu pluma.
  • Lo que nos toca poeta, ensartaos los unos con los otros –le respondo.
  • Qué meritos los tuyos, que te los envidio porque el silencio cuando hay que hablar se hace espantoso. Que tus verdades sean tus culpas y que tus culpas tus verdades- cierra el caso el poeta, y nos despedimos porque el tomaba el trolebús hacia Ejido.

III- Comienzo a observar, bajando por la Dos Lora, que los comercios utilizan plantas para reponer la electricidad porque el apagón parece prolongarse. Veo por doquier ventas de cambures, gente que han puesto mesitas en las aceras para vender únicamente este fruto. Observo también que muchos de esos cambures están al límite de la oscurana, es decir al borde de pasarse de maduros. Saben los vendedores que para mañana ya estarán podridos pero así todo no los bajan de precio.

Voy, con mi morral azul al hombro, preguntando por el precio del queso, y por lo general veo que está entre 350 y 400 mil bolívares en kilo. El cartón de huevos roza ya los seiscientos. Lo más barato que he visto en todos esos tarantines es el kilo de harina de trigo integral (que traen del páramo) y que lo vi en un sitio (que antes era una marquetería) en 120 mil bolos.

Voy ahora a un lado del largo paredón del viejo hospital de Mérida. Son calles tan estrechas que cuando pasa un camión o un autobús los espejos retrovisores te tropiezan. Al finalizar el paredón, tuerzo hacia la sede de la Misión Robinson, donde pensaba "exprimirme" pero encuentro que está cerrada. Quería allí saludar a mi amigo Juan Veroes.

Retomo el camino por la Dos Lora, tan dulce el momento, calma y fresca como está la calle como en medio de una orgia de colores y sensaciones. Pasan lindas muchachas en shores, que las mujeres más lindas del planeta están en Mérida. Hora apacible, con un aire frío que pincha los huesos y en el que las musas se revuelven y hay un regustazo como dice el poeta Pedro Pablo de volver a los veinte...

IV Observo en un abasto de chinos una tremenda cola de unas cincuentas personas y una señora que se me acerca y que me pregunta: "-Oiga señor, qué estarán vendiendo allí…". Nos acercamos al jolgorio. El que atiende el negocio tiene un gran parecido a Chiang Kai-shek: espigado como un látigo y con esa mirada perdida de cansancio milenario que se trajo de su pueblo, de sus padres, de sus guerras. El barullo sólo existe afuera del negocio. Veo en unos estantes de este abasto varios paquetes de maíz en grano, a 45 mil bolos el kilo y aparto uno. El chino me dice:

  • Usted ve señor, toda esa gente que está allá afuera: son bachaqueros de una misma familia, controlados por aquel tipo gordo, de camisa amarilla. Aparecen repentinamente, y están creyendo que ya viene para acá una cava. Apenas nos llega mercancía se la llevan toda...

Hay dos policías a mi lado que están comprando chimó, que escuchan la historia, pero es como si el asunto no tuviera que ver con ellos.

El que dirige el grupo de bachaqueros, el tipo obeso de camisa amarilla, les da un discurso: "…Pueden ir retirándose que no va a llegar mercancía…". Y es como si repentinamente les echaran flee, que en pocos segundos se disuelven todo aquel bachacaje.

Son las cuatro, y la tarde se llena de perfumes adolescentes, de un muchachaje alegre que están saliendo de los colegios; como ríos de palomitas azules, que hace falta el poeta Pedro Pablo Pereira para que les cante algunos versos.

Me uno a esos ríos que van bajando hacia Glorias Patrias.

Veo ahora que los viandantes están más saludables, disfrutando del gran placer de caminar, de usar y abusar de los buses, por lo que se hace evidente que cada vez están visitando menos a los médicos. Nada enferma más a los seres humanos que los médicos y el confort; cuando todo lo consigues fácil y te echas y te vas pudriendo sin que te des cuenta y de paso vas engullendo cataras de medicinas sin que realmente tengas un carajo.

V-Paso frente al registro principal y al observar que no hay nadie haciendo cola para pasar allí la noche, le pregunto a un vigilante a qué se debe tal soledad, y me dice que los viernes sólo es para apostillar documentos.

VI-Tomo el Viaducto que enfila hacia el Mercado Principal. Otra vez, los ríos de gente, esta vez de obreros de la construcción y oficinistas del Circuito Judicial. Entro al Mercado Principal y está a oscuras, y los dueños de los negocios cerrando sus tarantines. Me "exprimo". Continúo mi marcha por la Avenida Las Américas, rumbo hacia La Pedregosa Sur. Hay atascos porque los semáforos no están funcionando. Por otro lado, en muchos comercios, producto de que se ha ido la luz, no se puede pagar por punto. Veo en El Rodeo que la torta de casabe que hace dos semanas costaba 25 mil bolos, la han disparado a ochenta mil, y eso que el fulano DolarToday sigue bajando. Un pan árabe cuesta 130 mil. Hace tiempo que en casa no se compra pan sino que lo hacemos. No tengo prisa porque seguramente, pienso el apagón será largo y qué hace ahora uno en un apartamento totalmente a oscuras. Paso por MacDonald’s, cruzo una avenida, llego al Seguro Social, y veo pasar a las busetas con racimos humanos colgando del pescante. Cuando estoy ya cerca de El Garzón veo la multitud (de unas tres mil personas) anegando la avenida, brumas de compradores que se proyectan hacia el Viaducto Miranda, que cubre centenares de metros cuadros a la redonda, todo para comprar tres kilos de azúcar a 60 mil bolos el kilo. Algunas familias organizadas por tribus. Que además para poderla comprar tiene que ser por el terminar de la cédula. En un caleidoscopio de rostros m voy dando cuenta de que no conozco a nadie. Un señor me dice que en la mañana había llegado a El Garzón tres gandolas cargadas de azúcar. En otros comercios, el kilo de azúcar se expende a 160 mil bolos el kilo, por ahí sáquese la cuenta del negocio de los bachaqueros.

VII-Son cerca de las seis de la tarde y entro al automercado "Ciudad de Mérida". Está a oscuras también, con tremenda colas internas en las que los usuarios llevan solo paquetes de galletas "María". Estas galletas las venden a 59 mil bolos el paquete, y a la gente repentinamente se le ha metido en la cabeza que están baratas. De resto no hay más nada.

Sigo mi marcha hacia la Humboldt, y en esta urbanización pregunto en varios abastos por el kilo de natilla, y me dicen que está en cuatrocientos mil bolos. No puedo comprar un poco porque lo expenden en endebles vasitos de plástico con una tapita de envoplast.

Todo es escandalizante, principalmente esa idea absurda de que después que te han puesto las cosas por las nubes, si al día siguiente esos mismos artículos no aumentan de precio, llegue la gente y piense que están baratos.

VIII-Enfilo hacia la avenida Los Próceres. Me voy internando por negocitos en el que los artículos alcanzan la estratósfera y se pierden en lo infinito del universo en expansión desmadrada. Me encuentro con el colega Elvis Rosales y nos vamos andando un rato, hasta que llego al negocio de los chinos del Puente de la Pedregosa a donde me meto para hurgar en las cuencas oscuras y vacías de sus estantes. Lo único que tienen estos chinos es margarina Mavesa a 190 mil bolos el tarro.

Un fenómeno que ahora observo con mucha frecuencia: cuando la gente está pagando entonces las tarjetas no pasan, y si lo intentas varias veces llegas al punto en que ya no tienes fondo y… pelaste. Es un peo de Credicard, y luego para que te repongan esa plata CUESTA UN BOLA…

IX-Son casi las siete de la noche cuando llego al edificio donde vivo. Subo las escaleras, y al entrar encuentro a mi esposa con un sinfín de historias que para oírlas tengo que echarme en el sofá. Encendemos dos cuasi consumidas velas y nos ponemos a leer, y así estamos hasta la once de la noche. Antes, la vida en los pueblos era así y nadie se quejaba cuando no había luz. Me asomo al balcón y veo que la luna está en cuarto creciente, e ilumina los espacios del estacionamiento que se ven con sombras escurridizas desde mi cuarto. Nos hemos habituado demasiado a los requerimientos de la tecnología y es un golpe terrible para mucha gente cuando se encuentra de pronto sin posibilidad de oír radio o ver televisión, sin agua, sin posibilidad de comunicarse por teléfono o quedar sin internet. Y además y sobre todo encerrado.

Entonces es cuando ese ser humano aterido por la necesidad de las redes sociales no puede conciliar el sueño, porque hay tantas artificialidades que ver que con el apagón que se nos mete por dentro y quedamos alumbrados como zombies.

XI-Me llama el doctor Denis Gómez y me dice que el Hospital está sin luz, y que él está sumamente preocupado, y que para él esto tiene que ver con un golpe en proceso. Le digo que ya todos los golpes de la tierra nos los han dado. La necesidad de saber qué está pasando, de eso que se llama "informarse" me escuece como mosca cojonera, y tomo el celular.

Y me pongo a revisar en mis "contactos", a quién podría llamar para preguntarle que qué será lo que está pasando y me voy dando cuenta de que casi todos, o todos mis "contactos", no son sino una ristra de pendejos como yo que seguramente no sabrán nada de nada. Que este mundo nadie sabe nada de nada.

Qué triste es preguntarle a un pendejo (como lo es uno mismo), qué grave o trágico será algún sorprendente evento que nos esté pasando.

Uno con su esposa ya lo ha hablado casi todo lo que hay que decir en este mundo, pero así y todo no ponemos a hablar. Buscamos en las gavetas con la luz de la vela a ver qué encontramos y allí hay dos cigarros que nos ponemos a fumar. Y fumando nos ponemos a esperar que llegue la luz, y la luz llegó a las ocho de la mañana del día 23…, menos mal.



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

 jsantroz@gmail.com      @jsantroz

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