Diosdado Cabello hizo el trabajo. Habló, por Maduro, en la gigantesca concentración de ayer, con motivo de apoyar al presidente obrero, después de que los apátridas atentaron contra su vida el 4 de agosto, en la Avenida Bolívar.
El discurso de Cabello fue contundente. Claro, preciso y estruendoso, sin perder el hilo y la compostura. Le respondió a la derecha radical y a los que no lo son, pero que espían detrás de las cortinas. Les dijo hasta del mal del cual van a morir.
Dijo que la próxima marcha, en vez de ser para Miraflores, podría ser para otro lugar. ¿A qué lugar se refirió? Sería el Country Club, por ejemplo. ¿Sería, por allí fumea, donde tienen sus nidos la oligarquía parasitaria y conspiradora?
Lo cierto es que nunca había visto a Diosddo articular un discurso, sin papel a la vista, con tanto acierto. Con tanta contundencia y con el verbo preciso que denotó, perfectamente el mensaje que quiso enviar a la derecha nacional e internacional.
Sus palabras fueron acompañadas con los gestos y los movimientos del cuerpo, de donde brotaban toneladas de energía que vaciaba sobre la masa humana que lo odian estática, y que quedó embelesada ante su líder, para después devolverle el amor con frénicos aplausos.
No hay duda. Absolutamente, ninguna duda sobre el temple del hijo prodigo de El Furrial. Por algo es odiado, hasta la medula, por la derecha radical y sus adláteres. No hay nada que hacer. Así, o más claro.