Los acontecimientos se suceden con cada vez mayor velocidad, pero si queremos entender su sentido debemos procurar tener cierta precisión conceptual. Es importante (como empezó a discutirlo Francisco Visconti en un artículo reciente) tener la mayor claridad posible acerca del significado y la diferencia entre legitimidad y legalidad, porque en ello se juega una postura política adecuada, correcta, conveniente y sentida. Luego de la expresión de rechazo al gobierno, manifestada por un grueso sector del pueblo venezolano en las calles. Después del reconocimiento del gobierno norteamericano al presidente de la Asamblea Nacional como Presidente de la República de Venezuela (sic), la toma de posición de los aliados del actual gobierno de Maduro (Rusia, China Turquía, así como Cuba y Bolivia), la declaración de los representantes de los estados de México, Uruguay, la Comunidad Europea y demás, así como la de todos los altos jefes militares de los REDI, reconociendo como presidente constitucional a Nicolás Maduro, nos resulta claro que hay una crisis de legitimidad insoslayable. Ella continúa y profundiza una crisis institucional que se ha venido escalando desde 2015: desconocimiento mutuo entre los Poderes Públicos del Estado (la de la Asamblea Nacional por el TSJ, de la Presidencia de la República por la Asamblea Nacional), la práctica suspensión de la Constitución a la cual todos dicen respetar, la imposición de un organismo cuasi permanente de legislación (y hasta Ejecutivo) como si fuera supraconstitucional (la llamada "Constituyente").
La próxima situación de tensión máxima se dará cuando se venza el plazo dado por Maduro a los diplomáticos norteamericanos para abandonar la sede de su Embajada, en virtud de la suspensión de las relaciones diplomáticas que, por su parte, desconoce el gobierno estadounidense puesto de no acepta como presidente a Maduro, sino a Guaidó, con quien los voceros de EEUU afirman que sí mantendrán relaciones. Si hay alguna acción física, no solamente declarativa o discursiva, para ejecutar la expulsión de esos diplomáticos, se le pondrá fácil al gobierno de Trump justificar una intervención militar norteamericana en Venezuela, aludiendo a una presunta violación del espacio nacional estadounidense representado por los terrenos donde está la Embajada. Las proporciones de la intervención militar norteamericana no la podemos predecir, pero sí prever: muerte, destrucción, más sufrimiento para todo el pueblo, humillación de la soberanía nacional, gobierno títere que justificaría prolongar al infinito la lucha. Eso puede pasar. Pero los hechos no son fatales. Todavía puede pasar otra cosa.
Pero antes, demos un breve paseo por el concepto de legitimidad. La primera distinción necesaria es con la legalidad. Esta última se refiere al seguimiento de las normas positivas, expresamente publicadas, textuales o, cuando mucho, interpretadas a la luz de la jurisprudencia, la razón y la justicia. Pero nos encontramos con que ambos bandos sostienen que se apoyan en la Constitución. Hay entonces un profundo conflicto de interpretación. No hay acuerdo, no hay razón. Las partes entonces recurren a la fuerza. Los argumentos son sólo justificaciones ad-hoc.
Por eso hay que hablar de legitimidad y crisis de legitimidad. La legitimidad se refiere a lo que es auténtico, justo, adecuado, genuino, de acuerdo a la razón, las costumbres, la historia, el consenso social. Cuando no es posible acuerdos, mucho menos consensos en torno a valores fundamentales, se produce la crisis de legitimidad (que es, desde otro punto de vista, también una crisis de hegemonía). En estos momentos cruciales, estamos viviendo tal vez la culminación de una de esas crisis. Por un lado, se parece a la crisis de legitimidad de la que hablaba el chavismo en 1998-1999, y que de alguna manera, tuvo su desenlace con la aprobación popular de una nueva Constitución. Esto si nos colocamos en el punto de vista de esa masa, importante, que movió la oposición, en función a remover a Maduro de la presidencia. Pero, por el otro, hay elementos nuevos: no sólo el desconocimiento de los Poderes Públicos y de las fuerzas políticas, sino también una lucha por el poder en la cual se pone en juego la vida. Esto nos remite a la lucha por el reconocimiento entre el Amo y el Siervo explicada por Hegel en la "Fenomenología del Espíritu". Para decirlo muy rápidamente: sólo disponer de la propia vida para la lucha, asumir la necesidad de la muerte en ese enfrentamiento, podría lograr el reconocimiento mutuo.
Ahora, con la activa participación directa norteamericana y en su coordinación con otros gobiernos latinoamericanos y de la OEA, la lucha involucra, no sólo el principio de la soberanía nacional, sino inevitablemente, a todas las fuerzas más allá del país, específicamente, a las grandes potencias geopolíticas: Rusia, China, Turquía, Irán, Europa, etc.
La única manera de evitar un desenlace específicamente bélico, una intervención militar norteamericana en nuestro país, es adelantando la negociación política, en la cual quien tiene que ceder más es quien tiene más, a nivel nacional el gobierno de Maduro, a nivel internacional, los Estados Unidos. Se trata como se ve, de una negociación a varios niveles.
Luce bastante difícil y complicado, pero existe ya una base material para el acuerdo: las riquezas petroleras y mineras de este país están a disposición de los grandes capitales de todas las potencias involucradas. Y en su explotación extractivista están de acuerdo todos esos actores descritos hasta aquí, como lo ha demostrado Maduro con sus gestos significativos de abrir la explotación petrolera y minera al capital transnacional en condiciones bastante ventajosas. Una guerra civil sólo obstaculizaría una explotación tranquila del botín, debidamente repartido.
Por supuesto, aquí, en ese gran acuerdo a dos niveles (nacional e internacional), quedan marginados y excluidos los sectores ecosocialistas y los extremistas de izquierda y de derecha. Pero tal vez, se evitaría una guerra donde perderían todos, incluidos los sectores populares que quedarían al margen. Pero la historia seguirá su cauce y siempre habrá oportunidad de luchar por la supervivencia. Tal vez lo más importante hoy, por ahora, es resguardar alguna paz, la poca paz que resultó ser tan frágil.