La máquina capitalista se renueva

Algunas personas le temen a la máquina cuántica que con inteligencia artificial controlará la vida humana. El problema es que no hemos caído en cuenta que esa “máquina” existe hace mucho tiempo. En realidad, no es una máquina sino un sistema complejo que nadie construyó y, además, que no es inteligente ni es artificial. Se llama capitalismo.

Es la forma de vivir que la humanidad construyó a lo largo de siglos, a imagen y semejanza de sus deseos de dominación. Y, tal parece, está en permanente perfeccionamiento. No sabemos si los humanos podrán desentrañar sus mecanismos antes de que ese sistema “autómata” nos lleve a la extinción. Empero, es importante saber que existe y nos controla.

Ese modo de producir o sistema de vida asimila toda clase de ideas, comportamientos, inventos y culturas de los disímiles grupos humanos que encuentra en su camino arrasador, aprendiendo de cada nueva experiencia. Su único propósito, si así se puede llamar, es su propia reproducción infinita. Y cada día exige más energía e incrementa su velocidad.

En realidad, desde que apareció la propiedad privada y la economía crematística (hace 2.800 años) basada en el enriquecimiento individual, ese sistema inició su construcción. Con cada invento tecnológico se fue perfeccionando y haciéndose más anti-humano. La ley del más fuerte fue llevada a sus extremos con la aparición del patriarcalismo y se instauró la primera forma de esclavismo que fue el de las mujeres. A partir de allí, seguimos todos en fila.

El capitalismo clásico apareció en Europa en el siglo XVI y está en plena expansión por todo el planeta. En el siglo XVIII aprovechó las revoluciones burguesas liberales para potenciar su desarrollo, haciéndole creer a la gente que el crecimiento económico (o “progreso”) sería el soporte de la libertad, la fraternidad y la igualdad. Lo mismo hizo con las revoluciones proletarias y nacionalistas del siglo XX, ampliando su cobertura y fuerza.

Durante el siglo XX, los capitalistas y asesores creyeron que podrían dominar al capital. Idearon teorías que podrían evitar las numerosas y graves crisis económicas y financieras que habían sufrido en siglos anteriores. Luego de la crisis de 1929 apareció la variante keynesiana como respuesta al “capitalismo de Estado” que habían instaurado los rusos en la URSS, y que pareció funcionar luego de la segunda guerra mundial. No obstante, la crisis de 1973 los aterrizó y golpeó con fuerza y los obligó a inventar el neoliberalismo (Friedman).

Pero nada ha servido, la máquina sigue su dinámica destructora y todas las teorías económicas fracasaron con la crisis de 2008. En el siglo XXI se evidencian problemas nuevos y más graves. La globalización neoliberal creó nuevas dificultades de tamaño planetario que tienen como base la absoluta irracionalidad del sistema con la preponderancia y hegemonía del capital financiero que impone su dinámica parasitaria, paralizante y auto-destructiva.

El desequilibrio ambiental que pone en peligro la vida humana en la tierra; la mentalidad criminal introducida en la economía y la política que amenaza sus formas de control social; la descomposición creciente de la sociedad de consumo que crea un ambiente de frustración y desmoralización en amplias capas de la población; las prácticas de despojo de recursos naturales y la acumulación por desposesión ante la ralentización negativa de la tasa de ganancia del capital; todo ello y mucho más, obliga a las castas capitalistas a inventar sobre la marcha nuevas formas de dominación y control presionados por la “máquina”.

Tal parece que los ideólogos del gran capital han descubierto en el “capitalismo asiático” y en el “modelo chino”, la forma ideal para reemplazar el “Estado de Derecho”, que ya no funciona en Occidente. No significa que alguien lo haya diseñado. La “máquina” se va amoldando y desde las entrañas del experimento “socialista-comunista” surgió una combinación que ninguna mente humana podría sospechar, por lo menos, para enfrentar esta etapa en donde los problemas se han potenciado y las soluciones exigen “mano dura”.

Los burócratas chinos con la ayuda de los teóricos globalizadores crearon (sin darse cuenta) una especie de “neoliberalismo de Estado” que combina cuatro características que para los neoliberales occidentales era imposible de imaginar: 1. Liberalización de la economía (libre mercado/ bajos salarios); 2. Estado despótico pero asistencialista (prohibición de la huelga/subsidios universales a servicios públicos, educación y salud); 3. Relato mítico nacionalista con florituras “marxistas” (el “sueño chino”/socialismo con particularidades chinas; una nación, dos sistemas); 4. Disciplinamiento cultural y consumista basado en el ideario confuciano (“enriquecerse es bueno”, “ahorrar es ético”, “obedecer es un deber”).[1]

En la práctica, es una nueva versión de los viejos imperios dinásticos y despóticos que oprimían a los campesinos chinos, pero los trataban bien y les garantizaban la protección de los ataques de enemigos extranjeros (manchúes, mongoles). Hoy, ante la guerra tecnológica y comercial que les ha planteado Trump, el presidente Xi Jinping llama a los trabajadores “a hacer nuevos sacrificios” para mantener la soberanía china y su “modelo socialista”.

En próximos artículos presentaremos la reconstrucción de ese proceso que en lo teórico ha combinado las ideas de Marx con las de Hayek y otros pensadores. Y podremos ver cómo al interior de China, al igual que en los EE.UU. y demás países, la contradicción entre “globalistas” y “nacional-populistas” está en pleno furor ante el auge de los actuales gobernantes que usan las consignas de “USA first” (Trump), el “gran sueño chino” (Xi) o la “gran madre Rusia” (Putin), para engañar a sus propios pueblos. 



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Fernando Dorado

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