Un síntoma del primitivismo de los códigos políticos es confundir lo táctico con lo estratégico, la aspirina con el tratamiento completo de quimioterapia, un polvito rápido con 25 años de matrimonio. Allí está la raíz, tanto del inmediatismo como del foquismo, con sus versiones de izquierda (la lucha armada desde los 60 hasta más o menos los 90, incluido el camino del golpe chavista posible de1992) como de derecha (Chávez vete ya, Maduro vete ya, las guarimbas, los golpes otra vez). Tal vez allí se hacen eficaces los modos de producción de signos de la cultura de "los 15 minutos de fama" (Andy Warhol) o de la "sociedad del espectáculo" (Guy Debord), maximizada por las redes sociales sustitutas de la TV y la radio en aquello de ponerle volumen a la estupidez que, como el dinosaurio, "ya estaba allí".
Por supuesto, el ser humano requiere ilusiones para poder vivir. Ya Nietzsche dijo para siempre que la verdad es sólo la mentira que podemos soportar para poder seguir viviendo como hasta ahora. Si razonamos y analizamos demasiado, con seriedad y rigurosidad, estamos expuestos a un pesimismo aplastante o un nihilismo que deja sin sentido todos los valores que pudieran guiar cualquier comportamiento. Por eso Gramsci menciona la contraposición "pesimismo de la razón, optimismo de la voluntad" y reconoce que en situaciones de derrota contribuye a mantener el ánimo y la moral, creer que la Historia porta un sentido, una enseñanza y hasta es el juez en un juicio. Sorel evidenció la necesidad de un "mito movilizador" para que las masas trataran de ser valerosas, esforzadas y hasta magníficas, y así poder producir acontecimientos. Estoy hablando de mentiras piadosas que se aplican, igual en la crianza de niños pequeños, que en la conducción política; cuentos maravillosos como el del Niño Jesús o el de la revolución o la democracia; no me refiero al simple engaño que Maquiavelo justifica como uno de los instrumento de la política en general. Para seguir citando, como canta Sabina: "más de cien mentiras que valen la pena".
En el caso del inmediatismo, el vanguardismo o el foquismo, la coba que nos comemos es que un solo acto (trancar la calle, caerle a pedradas a la policía, irse de excursión al monte con unas armas y un "amor universal" guevarista tan parecido al de los mártires cristianos), realizados por supuesto por un grupito de tipos excelentes, geniales, hasta bonitos, además de heroicos, sacrificados y decididos, resolverá, de una vez por todas, un enredo que lleva décadas formándose y, por tanto, es como una cebolla de muchas capas y ninguna semilla central. Vista desde la fría ironía del que ve la cosa desde lejos, la situación es hasta irrisoria. Como para que el personajillo aquel de los Simpsons, el abusador consuetudinario de Bart, los señale con el dedo y diga "ja ja".
La crisis venezolana es de esos intrincados enredos históricos que agrega todos los días otra capa de asquerosos pelos ensortijados anudados. Colapsó el rentismo, no sólo por la astronómica robadera, sino porque ya ni producimos suficiente petróleo; colapsó el sistema eléctrico por la falta de mantenimiento, inversiones, éxodo de talentos, decisiones equivocadas y, de nuevo, la robadera. Colapsó el agua, no sólo la distribución, sino las fuentes. Colapsaron las instituciones, las universidades, el sistema educativo, los hospitales y la salud en general. La hiperinflación y la recesión, la economía que ahora es la mitad. Todo eso desespera, claro, sobre todo cuando te das cuenta de que, como el pasajero del avión que se precipita al vacío, no te alcanza el sueldo, no puedes adquirir la medicina imprescindible o definitivamente hoy ni almuerzas ni cenas, si quieres comer algo mañana (¿hay mañana?). Quieres una solución así de rápida porque, si te duele mucho algo, si te están torturando electrocutando tus genitales, por ejemplo, sólo puedes desear que cese el dolor. Dar un tris con los dedos, como aquel personaje malvado de Marvel. De allí, el abuso del "¡ya!" en todas las consignas ¿Cómo entender que hay un error en esta urgencia, precisamente?
Frente a la crisis, hay una idea que es ya casi consenso: cualquier paso en dirección a algo que pudiera solucionar aunque sea un aspecto del enredo (perdonen la redacción abundosa; pero quiero recalcar que no se trata de hallar "la solución" o "la salida": no hay tal cosa), pasa por lo político. Otro enredo ¿lo político? ¿Cambiar de gobierno? ¿Hacer funcionar las instituciones? ¿Garantizar los derechos y deberes? Por ahí va la cosa. Lo político hoy es otro enredo intrincadísimo. Pues bien, esa cosa espantosa, oscura, tentacular, extraña a las geometrías terrestres (Lovecraft), ya no se va a resolver como en las películas de Marvel, con una batalla de los Vengadores, de los marines, de los guerrilleros, de los milicianos, o cosa parecida, que aparece en esos delirantes agitadores de guerras imaginarias por twitter. No. Ya Abrams lo dijo. Y dijo otras cosas: que la oposición es un monstruo de 40 cabezas. Me imagino que ni Abrams, ni Bolton, ni Trump, conocieron aquel personaje de la desaparecida y recordada Radio Rochela, que decía, separando las manos en un rápido y terminante movimiento, "¡está listo, eso está listo!". El desconcierto de la CIA con la idiosincrasia criolla debió ser de novela, de novela venezolana, claro.
Si la cosa no es asunto de un desembarco de marines ni la caída de cientos de paracaidistas, tampoco de unos generales, capitanes, coroneles, o lo que sea, por la sencilla razón de que son ellos, precisamente, los que están mandando, entonces no queda otra: me tengo que calar al otro y hasta hablarle, y así empezar a ver cómo desanudo esos cientos de nudos. Tomar un cabello (sin alusiones personales) y luego otro y otro y otro: los presos, las sanciones, los contratos, las deudas, el Poder Electoral, el Judicial, el Legislativo, las elecciones, la Constituyente (mejor eso lo dejamos para lo último, a ver si se nos termina de olvidar), etc.
En ese marco, por supuesto, hay dos y hasta tres niveles de conversaciones. Las determinantes, que son las de Estados Unidos, Rusia y China, en las cuales, episódicamente, se mete Cuba y hasta Europa, Irán y Siria. El otro nivel, los diplomáticos de organismos, grupos de apoyo, gobiernos del vecindario. Por último, los muchachones del gobierno y de (cierta) oposición, la cual, a su vez, debe ponerse a negociar entre las decenas de cabezas de la hidra que es. Estas pueden dominar episódicamente en la atención pública, pero estemos claros de, por la trascendencia del enredo, cuál es el nivel determinante.
Pero hay también, aparte del determinante y el dominante, un nivel decisivo: el pueblo mismo venezolano. Cualquier camino (ya vimos que no podemos hablar de "solución" ni "salida") tiene que contar con la aprobación del pueblo que ejerce su soberanía, como bien reza la Constitución y el buen sentido republicano, a través del sufragio. No se trata de elegir una nueva Asamblea Nacional, ni siquiera un nuevo presidente (que también), sino, en primer lugar, aprobar el inicio de un proceso de diálogo y negociación que incluya la recuperación económica (bajar la inflación, recuperar la inversión y la producción, volver a producir petróleo y todo lo demás), la recuperación institucional (cumplir las normas y reglas, para que pueda creérseles), la recuperación emocional y moral, la más difícil porque depende de lo anterior, en una apuesta de una década por lo menos por restañar las heridas, volver a hablarse con el mismo lenguaje, respetando la opinión del otro, sin agresiones, teniendo un árbitro aceptado por todos, etc. Si no se permite que el Pueblo decida, no habrá baile a donde ir.
Por eso, retomo el título de este artículo, el referendo consultivo no es tan sólo una consigna táctica, sino que implica toda una estrategia. Es posibilitar la decisión del Pueblo de caminar por la senda de la paz y la democracia. Acordar estrategias para las tres recuperaciones: la económica, la institucional, la moral, que el país está bien mal, destruido. Esto es de principios. Ponernos de acuerdo en los objetivos y los caminos para alcanzarlos. Lo demás es cuestión de que sean gatos que cacen ratones. Lo del color es lo de menos, aunque cada quien tiene sus gustos, Deng.