Me decía una escudriñadora de la esencia humana que las acciones tomadas en los últimos meses por Maduro y Cabello rayan más con un quehacer suicida que con la respuesta sensata de unas personas que con sentido común afrontan una situación de alta presión que ellos mismos generaron. Le respondí que si en ese caso se tiene un "plan B" y se aseguran recursos en otras partes del mundo, se entendería como un sacrificio humano (o inhumano) a mucha gente en Venezuela pero no como un suicidio. Y allí vino su argumento final: "En cual lugar de este planeta podrán ellos vivir, aun con todos los recursos, después de haber destruido un país de la manera que lo hicieron."
No pude evitar la imagen final de Hitler y Goebbels con sus respectivas familias, aun cuando en nuestro caso, ese suicidio no se proyecta de tipo físico sino político y la familia no son una amante ni una esposa con sus hijos sino eso que se podría llamar: lo que fue la izquierda venezolana.
Esos que fueron flamantes líderes de una nueva propuesta revolucionaria hoy son imágenes famélicas, casi inertes, con miradas pérdidas o muertas como aquellas de Auschwitz. Algunos podrán verse hasta obesos en los medios, pero no es así, la decrepitud los agobia. Por ejemplo: Tarek William Saab o Aristóbulo Isturiz, en realidad son presas del miedo a sus jefes quienes destruyeron lo que ellos quizás fueron alguna vez. Que otra cosa les espera sino mantenerse en sus campos de concentración aguardando el final.
Otros sacrificados, incapaces de ver el aspecto que van tomando sus carnes, recuerdan a los que Santiago Arconada identificó por tener "una posición ambigua". Viéndolos ahora desde otra perspectiva ellos son de variada procedencia y actividad; van desde connotados intelectuales y políticos reconocidos por su honestidad y no por vagabunderías, hasta activistas comunales o personas comunes. Pueden criticar con fuerza al gobierno pero son incompetentes para ver, y por tanto denunciar, las altas cabezas responsables. Quizás su temor más grande es ser confundidos con la oposición localista o ideológica que por años han señalado, y es por ese temor que fácilmente el sistema que critican también los extorsiona: "si te pasas de la raya te llamo traidor". La lista es grande pero por respeto a ellos no los nombro, ojalá ellos mismos lograsen verse en ella.
Otros más precavidos que ambiguos saben "disparar un tiro al gobierno y otro a la revolución" o hablar y hablar sin decir nada, quizás resguardando gratitud por algún favor concedido o por conceder: La gravedad del momento sobrepasa la comodidad del eclecticismo político.
Por eso, ante esta selva de conchupancia y ambigüedad, ver los videos por Aporrea del Arco Minero del Orinoco (AMO) y oír la voz clara de gente de izquierda que se opone sin miedo y ante tribunales al decreto presidencial 2.248 del AMO, el cual es muestra de sumisión a las categorías más bajas y explotadoras del capitalismo mundial, nos reconforta y nos llama al compromiso de quienes no estamos dispuestos a sacrificarnos ni sacrificar al país por dos suicidas políticos.
La lucha contra la imposición del arco minero es la lucha por defender la riqueza ambiental más importante de Venezuela y del planeta: el agua dulce. Contra el absurdo ataque a la frágil capa vegetal que hace única y fértil la amazonía venezolana, contra el acoso que están viviendo los pueblos originarios y en especial el pueblo Pemón, y contra un modelo extractivista que ya busca expandirse más allá de lo que hoy se conoce como la zona del arco minero en Venezuela.
En la lucha contra el arco minero está la oportunidad de encontrarnos de nuevo con la dignidad y con lo que somos; por tanto, acompañamos y le decimos a Ana Elisa Osorio, Santiago Arconada, Héctor Navarro, Andrea Pacheco, Esteban Mosonyi, Edgardo Lander, Gustavo Márquez, Francisco J. Velazco y a muchos más: No están solos, somos más con ustedes.
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