Los cuarteles, como las farmacias, siempre tienen a alguien de turno. Con este introito, pretendo dejar aquí algunas estampas en un contexto histórico-laboral de algunos eventos que se presentan en la vida militar, dura, con esas vivencias de momentos agradables y desagradables; enclaustrada en sus tareas, muchas veces, imperceptible para aquellas almas que nunca han sabido llevar un uniforme y probar la incomodidad de unas botas, en esa etapa de "Nuevo, Nueva" -argot propio de nuestra esencia castrense-. En un servicio diurno o nocturno, cualquier cosa puede suceder. Hay que estar preparado para lo que venga. Quién no haya levantado nunca un informe, después de entregar un servicio, es porque jamás montó una guardia. La militaridad es inmutable en el tiempo. La carrera militar no es un rally de competencias; es una prueba de resistencia.
En víspera del 04 de Febrero que se aproxima, se vienen a mis seniles neuronas, las remembranzas de aquel servicio (Oficial de Inspección) en el Batallón de Armamento "Manuel Toro No. 01", adyacente a las instalaciones del arsenal militar. Bueno, que puedo contarles. Acomódese en su taburete. Resulta que, en esa ocasión, me hallaba desempeñando el segundo turno de Ronda (El turno más pesado: De 12:00 a 03:00 de la madrugada). En ese ínterin, pude apreciar que empezaron a entrar a la unidad los profesionales que vivían fuera de las casas de guarnición. Los que habitaban éstas, con su grupo familiar, se apersonaron a hacer acto de presencia a la oficina del comando de la unidad. Ya, reunidos todos, bajo las órdenes del Comandante del Batallón, sin saber aún el motivo específico de la confluencia, recibí las instrucciones del jefe de la unidad, en estos términos -"¡Maestro, mande a reforzar los puestos de guardia!"- El mandato consistía en colocar dos soldados de seguridad por garitas y puestos. Cumplí la orden sin titubeo, no obstante, ignoraba el por qué. Se trataba de una obediencia debida, una orden legítima.
Posteriormente, de cumplir mis obligaciones, me dirigí hasta la oficina del comandante. Al llegar allí, él, nos explica, palabras menos, palabras más, "¿¡Ustedes no saben lo que está pasando!?" -Hubo un silencio sepulcral en el ambiente- y prosiguió: -"Hay un golpe de Estado. Los paracaidistas están tomando Miraflores"-. Con esto, despejé mis dudas. A la sazón, había un televisor encendido, que estaba transmitiendo, en vivo, la declaración de un Teniente Coronel, el cual, yo, no conocía, nunca había trabajado con él. Se trataba del Comandante Hugo Rafael Chávez Frías, quien fungía,para ese entonces, 1er. Cmdte. del Batallón Nicolás Briceño; ubicado en lo que llaman "Tacita de Plata", Maracay, Edo. Aragua.
El aparato televisivo nos mostraba una persona con rostro de cansancio, con las pupilas dirigidas al horizonte, con asertividad, moderado al hablar, con una oratoria, quizá, improvisada como consecuencia del momento en que hallaba desenvolviéndose. Daba unas argumentaciones a la prensa Nacional; dirigiéndose a la ciudadanía, y a los efectivos militares que se encontraban comprometidos en la acción. Entre el fracaso y la esperanza, entre las debilidades y las fortalezas; el oficial superior asumía con responsabilidad los fundamentos de su pretensión; valor inexistente en protagonistas de eventos de esa naturaleza.. Todos los presentes quedamos atónitos. Cuando el enigma impera, el silencio se hace presente.Hubo algunos comentarios insulsos, dispersos, que se entrecruzaban.
Después de esto, me retiré a continuar pasando revista en compañía, si mis células cerebrales no me fallan, de un Teniente de apellido Salazar Bohórquez (Oficial de Día). Juntos, llegamos hasta la prevención del arsenal, donde nos habían informado que se encontraba un borrachito, más encendido que tizón de parrilla, que pretendía saltar la empalizada para penetrar, sin autorización a la unidad. El Oficial supracitado, cómo que era Karateca o Judoka; ya que le aplicó una llave técnica al beodo, dejándolo neutralizado. El embriagado, se levantó, ajustándose los calzones; y se marchó zigzagueando, proliferando epítetos, echando pestes, con la lengua enredada, al régimen de turno. Desapareció en la obscuridad que arropaba a la avenida, como sucumbe el pequeño pez en las fauces del tiburón.
Después de todo este trajín, como es obvio, entregué somnoliento mi turno. Al siguiente día, los comentarios propios de estos sucesos, se hicieron presente por toda la red comunicacional de la Nación, a la par, que me enteraba que mi hermano Williams Leonardo, había caído prisionero en Fuerte Tiuna, motivado a que era plaza del Batallón Briceño; y había estado involucrado en los acontecimientos. Nos esperaron largas semanas de acuartelamiento; prácticamente incomunicados; ya que para esa época, no existía el boom de los celulares. Unos cuantos meses después, este escribidor fue transferido para la otrora Academia Militar de Venezuela, Caracas.
Así como esta narración, cuántas existirán en otras unidades. Historias que forman parte de la vida orgánica de cualquier dependencia castrense, en sus diferentes niveles de organización de la Fuerza Armada; testigo muda del pasado, presente; y de ese hermético futuro que a sus integrantes les aguarda. Ya, en la decrepitud, sólo quedan los recuerdos, de los que dejamos el pellejo y el espíritu de nuestra juventud en las 4 paredes de un cuartel; donde a veces, pasábamos más tiempo que en nuestros hogares. Las nuevas generaciones tendrán su connatural memoria. Cada cual echará el cuento cómo le haya ido en la fiesta. Así es la vida.
Escribe, que alguien lee. El que lee, algo le queda.