Sostengo que esta faz violenta y brusca, agreste y pobre, precaria y mendicante que muestra hoy la patria, no es la resulta de un error de diseño ni sólo la consecuencia de la incompetencia y la corrupción: es el diseño. Es la concreción de un modelo acariciado y fraguado desde los tiempos de Chávez: la formación histórica de lo que por comodidad podemos llamar el chavismo-madurismo. Así como el estalinismo no es sino la continuidad del marxismo-leninismo y como Gómez no fue sino la continuidad del hegemonismo burgués andino de Castro, el madurismo es el desarrollo y la concreción histórica del chavismo (y el paralelismo entre aquéllos y éstos, en temperamento, idiosincrasia, irresponsabilidad, ofuscamiento, locura y sentido del poder, es mayor de lo que podría imaginarse a primera vista). El madurismo no es ninguna "traición" del legado: es el legado. En la Venezuela de Maduro, se verifican las ideas de Chávez. Ojalá que estas notas sirvan en algo para que los llamados chavistas disidentes e incluso los maduristas más lúcidos, sometan a un examen autocrítico la obra de estos 20 años, su proceso histórico subterráneo, para desde él, superarlo críticamente (en el sentido que la dialéctica marxista da al concepto).
En la Venezuela de Maduro el partido de gobierno es lo mismo que el Estado. Los Poderes Públicos y todas sus instituciones son copados por los camaradas. No hay siquiera el escrúpulo vergonzante del puntofijismo que también confiscaba la autonomía de los Poderes pero, siendo entre dos, y a veces entre tres y cuatro, terminaba por darle un margen de maniobra al ciudadano. Esta ocupación partidista de hoy es desembozada y es a uno. Se cree que el Estado y sus recursos, que son o deberían ser de todos, les pertenecen al partido. Parafraseando a Luis XIV, los maduristas creen que el Estado es ese "yo" colectivo que es el partido, y viceversa. La deriva autoritaria, dictatorialista y proto-totalitaria se hace así fatal.
En la Venezuela de Maduro la efigie de Zamora quedó para los estandartes: nada más centralista y menos federal que el Estado madurista.
En la Venezuela de Maduro, sin controles ni contrapesos, la corrupción es una fatalidad, más que una atrofia atribuible a la condición humana.
En la Venezuela de Maduro el partido/Estado es la patria, el pueblo, la nación, así haya sido elegido por un escaso 29 % de los votos totales. Los demás son entes extraños, molestos invitados al festejo de la patria, nunca parte de ésta.
En la Venezuela de Maduro el control del poder no se cede. La alternancia republicana no figura en el diccionario político del chavismo-madurismo. Los revolucionarios llegan al poder para quedarse, por las buenas o por las malas. Ni pendejos que sean. Su misión histórica es de tal envergadura que requiere de siglos. Lo peor es que ellos se lo creen.
En la Venezuela de Maduro el socialismo comunistoide y fascistoide del siglo XXI no es una propuesta política entre muchas otras, en democrática disputa por el favor popular: es la doctrina oficial, el credo de todos. No se persuade, se impone.
En la Venezuela de Maduro la Fuerza Armada es un componente más del partido/Estado. Los militares se hallan integrados al tinglado burocrático madurista, en posición siempre subalterna al partido. Acatan y ejecutan con las armas las decisiones del partido y su liderazgo participa de ellas como parte de la dirección política madurista.
En la Venezuela de Maduro la política es una guerra, el adversario es un enemigo, y la victoria es el exterminio del otro o su reducción a una existencia precaria e inofensiva. Es palabra del Padre Fundador quien alguna vez proclamó que todo lo que sabía de política lo había aprendido en la Academia Militar. Figúrese usted.
En la Venezuela de Maduro la Constitución es una coartada. Se usa como arma arrojadiza contra el contrincante político pero se viola a conveniencia. Nada más cínico que blandir el librito azul y patearlo luego.
En la Venezuela de Maduro las fuerzas del mercado son constreñidas al parecer del Estado. Sí, se negocia con empresarios privados, en particular transnacionales, pero siempre está allí la espada del Damocles estatista pendiendo sobre sus cabezas. Puede optarse por versiones incluso salvajes de capitalismo, pero sin discutir que es el Estado quien tiene siempre la última palabra. El Estado madurista no regula al mercado sino que pretende (fallidamente, claro) controlarlo.
En la Venezuela de Maduro las miles de empresas estatizadas terminaron por convertirse en pesados armatostes que requieren de auxilios financieros una y otra vez (como SIDOR), penosos desaguaderos de los dineros públicos, y por propia naturaleza, caldos de cultivo de la corrupción. Agobiada de encargos populistas desde 2003 en adelante, hasta PDVSA ha sido destruida, y mire usted que no era tarea fácil.
En la Venezuela de Maduro la crisis es consustancial al sistema. En los parámetros de su restringida visión de las cosas, la economía no desarrollará sus fuerzas productivas, el déficit y la inflación son una enfermedad congénita, la desconfianza es una tatuaje indeleble del des-orden establecido, y el hambre y la pobreza su signo más elocuente.
En la Venezuela de Maduro el salario real de los trabajadores ha sido destruido con verdadera saña, reducido a dimensiones que nadie habría imaginado.
En la Venezuela de Maduro la miseria se ha sistematizado en innumerable misiones, planes, becas, bonos, comités y consejos... El ciudadano se va convirtiendo así en un adminículo del Estado, dependiente de las migajas que se reparten.
En la Venezuela de Maduro los servicios públicos son "gerenciados" por obscuros burócratas sin méritos ni competencia. Un sol en el hombro vale más que un título universitario. Apagones, cortes de agua, cocinas a leña y hasta escasez de gasolina son ya parte del paisaje nacional.
En la Venezuela de Maduro el caos es perpetuo.
En la Venezuela de Maduro la clase dominante (si puede llamarse así) es la burocracia. A este tercio del país se le otorgan privilegios grandes y pequeños. El carnet del partido abre puertas y diligencia prebendas.
En la Venezuela de Maduro somos más dependientes que hace 20 años, endeudados hasta los tuétanos. El patriotismo es sólo una consigna, o un desplante inútil frente al imperio. ¿Qué patria tiene el niño que no come, el enfermo que muere de mengua, el anciano empujado a la indigencia luego de toda una vida de trabajo? La patria es el hombre, nos cantó Alí, no el mármol ni el bronce de los próceres.
Ésta es la Venezuela de Maduro.
¡Ah!, y lo olvidaba: la Venezuela de Maduro tiene su oposición, la que le hace el trabajo, la que presume de radical y belicosa pero de hecho colabora con ella, la que en vez de luchar sale corriendo a refugiarse en el abstencionismo infecundo, la pitiyanqui que sólo consigue atornillar al madurismo en el poder.
Toca convencer más que vencer (según el decir que esputó Unamuno al fascismo franquista en su célebre discurso de Salamanca), persuadir a quienes detentan el poder de que esta Venezuela al final no le sirve a nadie. Proyecto sin destino, sólo tiene una posibilidad de trascender: asumir como propia la democracia plena, esto es, la tolerancia y el respeto al otro, el acatamiento a la Constitución (incluso para cambiarla) y la alternancia republicana como algo normal. Abandonar la tentación totalitaria, que sólo promete más sufrimiento y destrucción. Y volver al pueblo, que somos todos, depositario de la soberanía de la nación: que su voluntad sea el pivote desde el cual podamos pasar de la Venezuela de Maduro, con él y no contra él, a la Venezuela posible, la Venezuela de todos.