Democracia al uso

El cerco a las masas se estrecha en todas las direcciones por parte de quienes ejercen el poder real. Ya no basta con entregarlas sin contemplaciones a la vorágine del mercado o intimidarlas con el nuevo instrumento de dominación que es la actual pandemia ni controlarlas con la democracia representativa tradicional, exigen una democracia a su gusto y con su total aprobación. Esto es lo que viene sucediendo con la democracia al uso.

Se ha venido planteando la democracia como un proceso electoral en el que participa el pueblo al objeto de elegir a unos representantes políticos, para que luego estos actúen libremente sin sujeción al mandato de los electores. Hoy, tal vez aprovechando la mayor incidencia de la pandemia, se ha avanzado abiertamente en la dirección de añadir que esa representación solamente es válida cuando cuenta con la aprobación del poder capitalista, porque es el que controla la situación. Sucede que al capitalismo, la democracia representativa le ha venido bien, por cuanto sirve para adornar el mercado con cierto ambiente de libertad e infunde la creencia entre los consumidores de que pintan algo en el panorama del sistema. Sin embargo, para que las cosas marchen, es preciso mantener el control de los elegidos, ya que resulta esencial al objeto de continuar la buena marcha del negocio. De manera que si la democracia venía exigiendo cumplir con un primer requisito, que es el simple ejercicio del llamado derecho al voto de la ciudadanía para elegir por quien quiere ser gobernada, hoy se ha añadido otro, ya sin disimulos, que es contar con el visto bueno de la elite del poder.

No es infrecuente que el proceso electoral de los distintos países, pese a las cautelas, se escape del control capitalista, y cuando así sucede se imponga como objetivo remediarlo acudiendo a diversas complicidades de naciones afines a sus conveniencias y personajes fabricados para la ocasión. Es aquí donde se pone al descubierto esta segunda exigencia que la elite del poder capitalista impone a la política de los pueblos. De esta manera, una primera estrategia a seguir es que, si el electoralmente el elegido no cuenta con el plácet de quienes manejan los hilos del sistema a nivel global, la elección no es válida por ausencia de libertades o no sirve porque ha sido manipulada. Lo que inevitablemente hay que probar, no obstante se prefiere no entretenerse en ello de manera convincente, dejando caer la simple sospecha de falta de limpieza. Sin embargo cuando la elección la manipulan los elementos afines al sistema a través de los instrumentos sofisticados que hoy es posible emplear haciendo uso de las nuevas tecnologías para seducir, influir y manipular a las personas, resulta que es perfectamente válida, pese a que la libertad de decidir queda en entredicho. Son dos varas de medir con las que sin ningún pudor se trata de dejar a salvo la apariencia de un sistema regido por los intereses del mercado, a su vez controlado por una minoría de empresas multinacionales, en el que a las personas solo les cabe interpretar el papel de comparsas.

La realidad de una democracia bajo el control capitalista responde a un claro objetivo que no es otro que las masas, además de cercarlas en el mercado, no puedan acceder al control político y en definitiva domestiquen al propio mercado y con ello al empresariado. De ahí que lo fundamental sea contar con elementos afines al sistema en las cabeceras de los gobiernos para que permitan continuar sin obstáculos con el proceso de explotación, libre de barreras y garantizando la fidelidad de los consumidores. Los ejercientes del poder no dudan por lo general en seguir las consignas del mandatario en tanto les permita mantener la estabilidad en el cargo, tarea que no requiere grandes esfuerzos dada la aceptación de las gentes del entramado consumista.

Cuando, pese a los medios de control de que dispone el sistema para asegurarse la fidelidad de los elegidos por su mediación, resulta que no entran en ella, no se pliegan a sus decisiones o simplemente no responden a sus previsiones se diseña un plan para tratar de apearles del sitial. A tal fin, los saboteadores juegan un papel decisivo como líderes del movimientos de masas manipuladas para ir paradójicamente contra sus propias decisiones electorales. El primer paso es la deslegitimación electoral, pero incurriendo en la antinomia de que se declaran demócratas, cuando resulta que están demostrando que no creen en la democracia, puesto que no aceptan los resultados electorales, simplemente alegando que han sido trucados. Está la opción de escudarse en, por ejemplo, la falta de libertades o la manipulación, de lo que curiosamente tampoco están exentas las llamadas elecciones libres, dada la eficacia que en ellas despliega el poder del dinero, la habilidad de la propaganda y el tratamiento de datos personales. Si el ardid de la falta de libertades fracasa, es frecuente que se acuda a los tan sufridos derechos humanos que, si bien suelen ser eficaces para cualquier fin, son utilizados en esta situación para sacar a la luz la maldad del gobernante electo. Se pasa por alto que el que más o el que menos entre los llamados demócratas hace lo que puede para sortearlos cuando existen diferencias de intereses, básicamente porque los derechos tal y como han sido diseñados no son limitaciones del poder, ya que en la práctica el poder está por encima de los derechos. Al final solamente les queda el argumento de que la democracia se ha convertido en dictadura.

Habría que tener en cuenta, frente a la deslegitimacion gratuita de algunos procesos electorales, que en todo caso hay que atenerse al dicho de que el pueblo ha hablado. Y, si según se reconoce, es soberano, al menos sobre el papel, no hay nada más que hablar. Si resulta que no viene bien la elección a los intereses del sistema, solo cabe esperar hasta la próxima consulta, por ver si cambian las tornas. Entretanto, a atenerse a los resultados porque es lo que lo que toca, y a dejarse de poner palos en las ruedas. No obstante, habría que señalar que si con la democracia al uso, en ocasiones puntuales, la situación se sale de las previsiones de la elite del poder económico, imagínese lo que sucedería con una democracia de verdad, en la que decidan los electores y no sus representantes.

anmalosi@hotmail.es



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Antonio Lorca Siero

Escritor y ensayista. Jurista de profesión. Doctor en Derecho y Licenciado en Filosofía. Articulista crítico sobre temas políticos, económicos y sociales. Autor de más de una veintena de libros, entre los que pueden citarse: Aspectos de la crisis del Estado de Derecho (1994), Las Cortes Constituyentes y la Constitución de 1869 (1995), El capitalismo como ideología (2016) o El totalitarismo capitalista (2019).

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