Sin columnas de nube ni de fuego, sin candelero de oro ni tabernáculo alguno, sin ángel que guíe nuestro camino ni trompetas de plata, este país nuestro, apaleado, expoliado y traicionado por tantos, se apresta a cruzar un nuevo desierto. Moisés y Aarón, Josué, Caleb y Eleazar, condujeron durante años a su pueblo hacia aquella tierra buena que está más allá del Jordán. ¿Qué liderato hará lo propio con el nuestro?
Ya no será la sangrienta travesía que nos llevó desde Angostura al Potosí, plantando por doquier la bandera de la libertad, fundando repúblicas y venciendo a un imperio en decadencia, sí, pero que era aún el más extenso de la Tierra. Aquélla nos dio la independencia, "el único bien que hemos adquirido a costa de los demás", según confesaba postreramente un ruborizado Bolívar.
Tampoco la del siglo de nuestras guerritas civiles, de nuestras Constituciones de opereta, de nuestros caudillejos afrancesados y vacíos.
Ni la que, ya en el siglo XX, nos vio protagonizar una lucha larga y heroica contra oprobiosas dictaduras militares, unas a lomo de una barbarie semifeudal, otras empujadas por el carro ruin de la corrupción y la violación sistemática de nuestros derechos humanos. Así obtuvimos, luego de mucho sacrificio, algo parecido a una democracia... con luces y sombras: del destello de libertades ciudadanas del 23 de Enero a la masacre del 27F y los alzamientos militares de 1992, y de las ilusiones de cambio, modernización y justicia que se forjaron en los '80 y los '90 a este desolado pantano en que estamos sumidos hoy, media una larga historia de conquistas y claudicaciones, de certezas e hipocresías, de posibilidades ilimitadas de bienestar para todos pero de hambre, pobreza y atraso para los más.
Y partieron de Sucot y acamparon en Etam: en este punto estamos, a punto de iniciar la travesía. Toca dar la espalda a los Blacamanes vendedores de milagros. Toca despreciar a quienes una y otra vez nos ofrecen el espejismo de falsos oasis. Toca desoír los cantos de sirena de quienes creen que el amor puede surgir del odio y que la paz puede nacer de la guerra. Dispongámonos a pasar de una estrategia de guerra de movimiento a otra gramsciana de guerra de posiciones que es propia de una ruta democrática. Aprestémonos a transitar lo que ha mucho llamábamos la larga marcha por las instituciones, eslogan acuñado por el activista estudiantil Rudi Dutschke en 1967 y que el propio Marcuse valoró y consagró. Y cedamos, unos y otros, en nuestras posturas extremas: si aquéllos siguen creyendo que sólo por la vía del ejercicio autoritario del poder se podrá construir una sociedad más justa (en vez de compartirlo) y si éstos siguen pensando en un "asalto" a Miraflores (para así extinguir al contrario) negando el diálogo y el voto, al final seguiremos teniendo por resultado un país devastado en lo material y, también, en lo espiritual.
Hora del reencuentro. Hora de ayudarnos unos a otros en esta ruda travesía por un desierto cada vez más hostil. Hora de recuperar el tiempo perdido y comenzar cuanto antes la gran tarea unitaria de la reconstrucción nacional: mientras más tarde la iniciemos, todo se nos hará más difícil.
En el Deuteronomio se nos cuenta que, aunque lo imploró, sólo de lejos pudo mirar Moisés la tierra prometida. Enojado con el profeta, Dios le había anunciado: ...no pasarás el Jordán. Y más luego, casi por precario consuelo, le dice: Sube a este monte de Anarim, al monte Nebo, situado en la tierra del Moab que está frente a Jericó, y mira la tierra de Canaán, que yo doy por heredad a los hijos de Israel. (...) Te he permitido verla con tus ojos, mas no pasarás allá. Ojalá a los venezolanos de esta generación no se les condene a igual penitencia.
Pero hagamos nuestra lo que dijo antes de morir Moisés como bendición a su pueblo:
¿Quién como tú,
pueblo salvo por Jehová,
escudo de tu socorro,
y espada de tu triunfo?
Así que tus enemigos serán humillados,
y tú hóllarás sobre sus alturas.
Que así sea.