He estado conversando con mis pacientes lectores acerca de esas atrofias: políticas, económicas, sociales, culturales, que yo llamo "ismos" de Chávez, que pervirtieron a un proyecto originalmente democrático y popular en otro autoritario, incluso autocrático (con Chávez en vida), y contrario, objetivamente hablando, ateniéndonos a sus resultados finales y más allá de sus intenciones justicieras, a los intereses del pueblo. Vimos en la columna pasada las cuatro primeras atrofias: caudillismo, autoritarismo, perpetuacionismo y centralismo. Hoy veremos las últimas tres:
• Militarismo: tal vez por su condición de teniente coronel pero conectado con una visión socialista comunista a la cubana, el comandante no sólo designó a muchos militares en cargos públicos tradicionalmente civiles (lo que sería lo de menos, pues los militares son tan venezolanos como cualquier otro y, de contar con las condiciones y las credenciales requeridas, tienen derecho a ocuparlos), sino que incorporó la cultura militar a la vida política (algo muy propio, dicho sea de paso, de los comunismos y los fascismos). Lo dijo una vez en un discurso ante sus compañeros de armas: "Todo lo que yo sé de política lo aprendí en la Academia Militar, porque, en fin de cuentas, ¿qué es la política sino la guerra por otros medios?". Al darle la vuelta a la frase afamada: La guerra no es sino política por otros medios, nos retrotrajo un siglo en términos de civilización y cultura políticas. Que la guerra, ese hecho atroz, sea gobernada por la política, o sea, por las negociaciones entre los Estados, por el debate de ideas, etc., es una conquista civilizatoria: que la política sea gobernada por la lógica de la guerra, no lo es. Así, el adversario se convirtió en un enemigo al que había que perseguir incluso en la derrota y eliminar (como se hace en la guerra); una posición conquistada se defiende a sangre y fuego, no se negocia ni se cede.
De hecho, entre el MVR electoral y el PSUV, hay esa diferencia: no se trata ni siquiera de la forma leninista de partido, que ya desde principios del siglo pasado era imitación de un ejército (el famoso "Estado Mayor de la revolución" de Lenin lo dice todo), sino que hasta en su léxico y sus maneras el PSUV es una estructura política militar: unidades de batalla, comités tácticos de combate, etc. Que sus electores se despierten a votar al sonido de la diana de los cuarteles, nos releva de más argumentaciones: no se tiene votos y militantes sino soldados.
• Estatismo: no es la hoy consensuada certeza keynesiana de que el Estado tiene algo que hacer como factor regulador de la economía, vía bancos centrales y políticas macroeconómicas básicas, etc., sino el frenesí, la demencia injerencista del Estado en todo, creyendo que los controles y más controles podían sustituir las fuerzas casi "naturales" del mercado: control de precios, control de cambio, y estatizaciones y más estatizaciones. El mito del Estado empresario en cuyos hombros puede reposar el desarrollo de la nación, cuando está suficientemente demostrado por la experiencia histórica que al desarrollo se accede gracias a la riqueza que creen millones de ciudadanos, siempre 10, 20 veces mayor que la de cualquier Estado (por eficiente y honesto que sea).
La herencia inflacionaria que recibió este gobierno era casi ineludible: subsidios por todas partes; una deuda pública triplicada de 1998 a 2013 (y quintuplicada o más al día de hoy); déficit fiscal; dinero inorgánico; 1.100 empresas estatizadas (entre ellas 400 industrias), todas improductivas, (ya para 2007, estas confiscaciones habían espantado a 4.014 de las 11.117 industrias que existían para 1998: hoy quedan, según se dice, ¡menos de 2.000!); caída de la producción no petrolera (y, ahora, petrolera también, a causa de las políticas económicas oficiales y de las "sanciones" gringas)... todo, en fin, condujo a una inflación que ha prácticamente extinguido el salario real de los trabajadores y sus prestaciones y sus pensiones. Una fuerza que se decía y era una clamorosa fuerza popular, terminó, en nombre del pueblo, perjudicando al pueblo. Por eso hay que ver con moderada esperanza, pero esperanza al fin, algunas de las medidas liberales de mercado y reprivatizadoras del gobierno de Maduro, tentativa de rectificación de la atrofia estatista del "legado" de Chávez.
• Populismo: ya el caudillismo, mencionado en el primer punto de estos siete "ismos" de Chávez, hace parte de la atrofia populista, pero de lo que hablamos aquí es de la práctica -inveterada en nuestro caso- de repartir una riqueza que la sociedad no ha creado. Al puntofijismo también le pasó: en tiempos de bonanza petrolera, se crea la ilusión de que desde el Estado puede satisfacerse todas las demandas sociales. Además de que la fuerza de trabajo que concurre a crear esa riqueza petrolera es muy pequeña, el petróleo constituye un ingreso temperamental, voluble, sujeto a circunstancias externas sobre las que no tenemos control. De una gran "palanca" para el desarrollo que pudo ser, se trastrocó en una maldición: el mito del ogro filantrópico (Octavio Paz dixit) que con la riqueza del Estado podía saldar todas las necesidades sociales del pueblo. Curiosamente, el presupuesto público per cápita que el petróleo creaba, era uno de los más bajos del continente, más bajo que el de Chile, por ejemplo, e incluso que el de Colombia: a despecho del boom petrolero de los '70, sólo el ministerio de Defensa de Francia ostentaba más recursos que toda la república de Venezuela; y en los '80, pasaba lo mismo con el ministerio de Salud del Canadá. Puede, pudo haber sido, sí, una "palanca" formidable para ayudar a crear otras fuentes de riqueza, diversificando nuestro aparato productivo con la mirada puesta en la exportación a los grandes mercados mundiales y no al restringido mercado interno, como era el diseño del llamado Plan de Sustitución de Importaciones de los '60 y los '70. Pero durante los tiempos de vacas gordas (el puntofijismo vivió uno, el chavismo vivió otro aún más espectacular), el Estado petrolero financiaba y subsidiaba todo, incluso la corrupción: programas sociales o misiones, servicios públicos, institutos autónomos, empresas del Estado por quebradas y deficitarias que fuesen. Pero la voracidad del Estado populista era tal, que ni siquiera estos recursos bastaban: así se llegó en 1998 a una deuda de $ 30.000 millones, lo que ya era un escándalo, en 2013 a una de más de $ 100.000 millones, y hoy, en medio de la penuria, se habla de una que ha pasado de largo los $ 150.000 millones.
Luego de 2004 se llegó al colmo del Estado populista: reducir los gastos de inversión de PDVSA, nuestra "gallina de los huevos de oro", para ponerla a repartir comida (PDVAL), construir casas y curar enfermos, todas funciones esencialmente ajenas a la empresa (¡y luego nos quejamos por el estado de nuestras refinerías!).
Caída la fácil entrada de divisas que el petróleo permitía, el castillo de naipes se vino al suelo (como le pasó al puntofijismo de los '80 y los '90). Está demás decir que el populismo crea unos tales daños al conjunto de la sociedad, que al final al que más perjudica es al pueblo, en particular a sus sectores socialmente más vulnerables. Hoy, las vigorosas misiones de antaño, que permitieron en su momento (artificialmente pero permitieron) una importante reducción de la pobreza, no son sino una vaga sombra de aquéllas, un tinglado de sistematización de la miseria, como me gusta designarlas.
El chavismo, oficialista o disidente, tiene la palabra. Identificando estas siete atrofias (y no sé si otras), reconociéndolas como un error, puede actuar a conciencia para su superación, en un sentido democrático y en un sentido productivo. Es decir, resguardando y regresando a la democracia representativa consagrada en la Constitución, condición sine qua non para avanzar hacia formas de democracia participativa y directa, y desarrollando las fuerzas productivas capitalistas dentro del marco de una economía social de mercado acompañada por un vigoroso y eficaz Estado de bienestar. Así, con otras fuerzas y otros proyectos: de centro, de centro-izquierda, de derecha popular, quizá podamos avanzar todos juntos, chavismo incluido, en la realización del sueño de una Venezuela nueva, libre, de progreso y con justicia social para todos.