"Tan solo el pueblo conoce su bien y es dueño de su suerte; pero no un poderoso, ni un partido ni una facción. Nadie sino la mayoría es soberana y dueña de su destino"
Simón Bolívar
Está en el tapete, quizás como nunca antes en este tiempo revolucionario, el tema de la corrupción. Asunto álgido y delicado, si los hay: delicado, porque quien asume el papel de denunciante habría de ser por lo menos, alguien sin mácula, dicho en buen criollo, sin rabo de paja, alguien sin intenciones ocultas, alguien que no vaya escogiendo la presa sobre la que disparar, alguien que no busque la aguja en el pajar cuando en su propio entorno hay como para hacerle una cama a un fakir.
Hay otra cosa también que quedó demostrada en las desviaciones registradas en algunos grupos de controladores sociales que terminaron eliminando a quienes les estorbaban y permitiendo –aupando muchas veces- corruptos amistosos. ¿Quién puede erigirse en Gran Censor Moral de la revolución?, ¿no estaría el pueblo dejando en manos de un Mesías de ocasión su soberanía y protagonismo?, ¿no debe ser el pueblo, a través de sus Consejos Comunales quien denuncie, señale e instrumente la eliminación de un foco de corrupción?, ¿crecerá de este modo el pueblo o sólo le seguiremos enseñando a mirar como pajaritos hacia quien "resuelve" sus problemas?
Si algo he visto a lo largo de estos años es la mala intención disfrazada de contraloría social ligadita con otras intenciones leales y honestas. La prueba está en que la plaga no ha retrocedido sino todo lo contrario. Censores utilizando su poder ocasional para enriquecerse, para constituirse en señores de los siervos de la gleba a cambio de su protección. Personajes, hasta ayer humildes, devenidos por obra y gracia de esa transferencia de la soberanía popular en dadores de vida o muerte. Al modo de la obra de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, tocando con su dedo al hombre para darle vida o quitársela.
De modo que antes de emprender esta peligrosa cruzada, deberíamos todos reconocer sus peligros, saber de qué está hecha la naturaleza humana, comprender su debilidad y vulnerabilidad ante las mieles del poder. Deberíamos tener muy claro el objetivo para no lamentarnos luego. Sólo el pueblo puede y debe tener ese poder, nadie más. Haría bien echar una miradita a la Revolución Francesa para advertir sobre estos peligros, o no ir tan lejos, ver en qué se convirtieron los Comisarios bajo la dictadura stalinista. Se hizo deporte -para agradar al padrecito Stalin- denunciar al camarada. ¡Claro que se elegía al camarada que fuera un estorbo, pero no para la revolución sino para los intereses más mezquinos!
Es el pueblo quien debe establecer el uso de las convenciones sociales. La mentira, el engaño y la hipocresía toman cuerpo ante la imposibilidad de armonizar los intereses individuales con el interés colectivo. El individuo –y no señalo a nadie en específico, sino a todos los individuos conmigo incluido- utiliza la mentira para abusar de la confianza colectiva cuando su poder se confronta con el poder del pueblo. Aprende el individuo que el uso del engaño le rinde provecho y se acostumbra a utilizarlo. Conviene no confundir la creencia del colectivo que no siempre es necesariamente acertada, con la mentira intencionada del individuo. La primera es propia del ensayo y error del propio pueblo, la segunda es una vulgar estafa. Tal es el caso del demagogo de todo tipo que canta loas al pueblo soberano con el propósito -mal escondido- de dirigirlo.
El pueblo es sabio y paciente, como nos recuerda el panita Alí. Dejemos en las manos del pueblo su salvación. Eso sí, hagamos que tenga el poder para que se salve sí mismo. Nada ni nadie podrá hacerlo como el mismo pueblo. Que la Ley de los Consejos Comunales empodere al pueblo, que ese mismo pueblo en Asamblea decida quien lo sirve bien y quien no. Que las decisiones sean órdenes para los poderes constituidos (Fiscalía, Contraloría, Gobernaciones, Alcaldías, etc.) Sólo así acabaremos de verdad con la corrupción y el burocratismo, estaremos sembrando la buena semilla de nuestro socialismo. Dejémonos de divismos, de protagonismos individuales y farisaísmo. Que cada Consejo Comunal sea el espacio de poder para el pueblo, y veremos maravillas. De lo contrario, todo seguirá siendo un pueblo buscando quien lo oiga, quien lo atienda, quien lo socorra… ¡Hagamos que se oiga, que se atienda y se socorra a sí mismo! ¡SÓLO EL PUEBLO SALVA AL PUEBLO!