¿Significa algo el Reino de Dios para el hombre y la mujer de hoy ¿Cuál es el significado político del Reino de Dios? (I)

A la memoria de LUIS MANUEL ESCULPI, un luchador por el Reino de Dios.

Hoy está fuera de duda que el centro mismo de la predicación y del mensaje de Jesús está en su enseñanza sobre el Reino de Dios. El evangelio de Marcos lo ha resumido muy bien con estas palabras programáticas: "Cuando detuvieron a Juan (el Bautista), Jesús se fue a Galilea a pregonar de parte de Dios la buena noticia. Decía: se ha cumplido el plazo, ya llega el reinado de Dios. Enmendaos y creed la buena noticia" (Marcos 1:15). En estas palabras hay dos cosas muy claras: por una parte, que el mensaje esencial de Jesús era su predicación sobre el Reino; por otra parte, que esa predicación sobre el Reino es la "buena noticia", el evangelio que Jesús tenía que proclamar. Por consiguiente, queda claro que el centro mismo del evangelio es la predicación sobre el reinado de Dios .Pero ¿qué quería decir Jesús cuando hablaba del reino de Dios?

Toda la tradición del Antiguo Testamento habla de un Dios que interviene en la historia, que busca a los hombres porque tiene un plan de salvación para ellos. Yahvé aparece como alianza en la tradición sacerdotal, como liberación en el Éxodo, como justicia en los profetas, como fidelidad y misericordia siempre; es decir, como un Dios Salvador. La pura existencia de un Dios ajeno al mundo no interesa ni a Jesús ni a la tradición de Israel, en que él se inscribe.

Jesús anuncia al Dios paralos hombres y proclama su intervención decisiva en la historia. Pero Jesús no sólo habla. A veces existe una imagen de un Jesús demasiado teórico, como mero maestro. Como es frecuente la unilateralidad de entender el cristianismo como "doctrina". Sin embargo, Jesús habla y actúa. Como los profetas de Israel, acompaña sus palabras de signos que las aclaran y expresan su experiencia de Dios: Jesús come con pecadores y publícanos, expulsa a los vendedores del templo, etc.; realiza milagros como signos-efímeros y ambiguos, pero reales de la presencia de Dios en una historia marcada por el dolor humano. Toda la vida de Jesús, sus palabras y sus gestos, se convierte en una gran parábola que habla de Dios, fundamento y esperanza de toda su existencia.

Jesús no es un teórico que hable sobre Dios o en torno a Dios. El misterio esencial de Jesús es que hace presente la realidad de Dios.

La expresión "Reino de Dios" designa la utopía más ambiciosa del cristianismo. Se refiere a todas las esperanzas más hondas de la humanidad, que Dios ha prometido satisfacer. Pero la mayoría de los hombres y mujeres modernos y posmodernos no creen ya en utopías, ni en grandes discursos. ¿Qué puede significar para ellos y ellas el Reino de Dios?

Para los creyentes esta esperanza no es un sueño o una ilusión, pues creen que un día se realizarán el Reino de Dios y su Justicia. Por eso el Reino es objeto de esperanza. Pero debe ser también objeto de realizaciones ya en esta vida. En el presente ya se van viendo realizaciones parciales del Reino. En la vida de Jesús el Reino se fue haciendo presente en los milagros, en la expulsión de demonios, en el anuncio del Evangelio a los pobres, en el perdón de los pecadores, en la acogida a publícanos y pecadores... El Reino de Dios seguirá siendo creíble en la medida en que las Iglesias sigan poniendo éstos y otros signos de su presencia en medio de la historia humana.

El Reino de Dios no es un territorio, o un país, o una forma de gobierno... Es un estado de cosas y de personas en el que Dios reina, Dios ejerce su soberanía y ésta es aceptada por la humanidad, Dios ejerce sus derechos y éstos son aceptados y respetados por los hombres y mujeres. Es un estado de cosas que afecta a toda la creación y en especial a la humanidad, y se caracteriza por una convivencia acorde con la voluntad de Dios y con el bien de todas las personas. Esto es lo que quiere decir Jesús cuando invita a buscar primero el Reino de Dios y asegura que todo lo demás vendrá por añadidura. Esto es lo que quiere decir el pueblo sencillo con las expresiones: «Dios ante todo»; «primero es Dios que todos los santos»; «antes perderlas todas que ofenderle»...

¿Cómo combinar hoy la soberanía de Dios con la libertad y la autonomía humana? Porque, efectivamente, el hombre y la mujer modernos no están dispuestos a renunciar a su autonomía y a su libertad. ¿Podremos ser a la vez modernos y creyentes, modernos y cristianos?

Muchos no creyentes e incluso algunos creyentes consideran imposible, o al menos difícil, armonizar la soberanía de Dios y la libertad humana. Ese es su drama. Quizá la razón hay que buscarla en la falsa interpretación de la soberanía de Dios y de la libertad humana. Se olvida que los derechos de Dios son a la vez los derechos de sus creaturas, que la causa de Dios es la causa de su creación y particularmente del ser humano, que la soberanía de Dios se realiza sobre todo cuando se hace justicia y se humanizan las personas. Si no se entiende así, un Dios soberano se convierte en un ídolo, en un déspota. Quien ame la libertad no tolerará a ese Dios. Y si no se entiende bien la libertad, ésta puede conducir a un culto exagerado al propio yo. Entonces, Dios no cabe en la propia vida.

Pero, ¿dónde está Dios? ¿Dónde podemos ver su reinado, su soberanía, el ejercicio de sus derechos, la implantación de su justicia? Lo primero que vemos en este mundo son las actuaciones de los seres humanos. Sólo cuando sucede una desgracia algunas personas creen ver la actuación desafortunada de Dios. Eso no está bien. No deberíamos ser demasiado rápidos en achacarle a Dios todos los males de esta humanidad. Antes deberíamos asumir nuestras responsabilidades y avergonzarnos del mal que hacemos, lo mismo que nos ufanamos de nuestras conquistas y de nuestras justicias. Dios actúa en esta historia a través de mediadores humanos. Pero no todas las acciones humanas hacen presente d Reino de Dios y su Justicia. Jesús fue un mediador del Reino de Dios. Con su actuación bondadosa y misericordiosa hizo presente la justicia de Dios, su preferencia por los pobres y pecadores. ¿Cuáles son las acciones humanas que siguen haciendo presente el Reino de Dios?

En la tradición judeocristiana el Reinado de Dios está asociado a la abundancia de bienes para todos y en la abundancia de justicia y paz. No se trata, pues, de milagros espectaculares, sino de hechos que deberían estar al alcance de los seres humanos. La abundancia de bienes, la justicia y la paz forman parte de "los cielos nuevos y la tierra nueva". Pero, hoy, aquí y ahora, ¿vemos algún indicio de la presencia del Reino de Dios?

La abundancia de bienes existe, pero no todos los habitantes de la tierra los disfrutan. Los ricos son minoría y los pobres son mayoría. No faltan trigo, arroz y maíz..., pero falta una justa y equitativa distribución de esos bienes abundantes. Los bienes materiales son buenos y son una bendición de Dios. "Vio Dios que era bueno". Los bienes materiales son además un medio para acrecentar la comunión y la comunicación entre los seres humanos. La mesa compartida es el símbolo de esta comunión y comunicación que hace la vida grata y digna de vivirse. No hay fiesta sin banquete. La mesa compartida en alegría es la mejor prueba de una convivencia armoniosa. Y sin embargo, con frecuencia los bienes materiales rompen la convivencia, originan conflictos, dan lugar a guerras... Lejos de facilitar la comunión, la hacen difícil.

En la cultura moderna la abundancia de bienes se ha convertido en abundancia de mercancías. Sólo quienes pueden pagar tienen acceso a esas mercancías. En esta cultura la abundancia de bienes no garantiza la plenitud de vida para todos los habitantes, pues el gran ideal no es la comunicación de bienes, sino la apropiación de bienes. Los bienes materiales seducen tanto a las personas que se convierten en ídolos. A ellos se sacrifica cualquier valor. Hasta se vende a un amigo por aumentar el capital. En las riquezas se pone la salvación. La codicia es tan insaciable que provoca la violencia y destruye la convivencia y la comunión entre las personas. Así los bienes se convierten en males; nos alejan del Reino de Dios.

Los cristianos deberían introducir una seria reflexión sobre la importancia de la ecología y sobre la necesidad de conservar y administrar bien este planeta: cuidar de la santa madre tierra y administrar razonable y responsablemente los recursos naturales para las generaciones presentes y para las generaciones futuras. Respetar la creación y colaborar con el Creador. Y aquí deberíamos situar también nuestra reflexión sobre la economía. Además de cuidar los recursos naturales, tenemos que cuidar también su justo reparto entre todos los habitantes del planeta. No basta que abunden los bienes materiales ni basta crear riqueza; es necesario repartirlos o compartirlos justa y equitativamente. Sólo entonces la abundancia de bielas será un signo de la presencia del Reino de Dios.

Otro signo de la presencia del Reino en la tradición judeo-cristiana es la convivencia entre todos los seres humanos basada en la justicia y la paz. Que fluya la justicia, que fluyan los derechos de los pobres, que fluya la paz (Miq 4,1-5). El Reino de Dios consiste en unas relaciones de justicia y paz entre todos los seres humanos. Eso es vivir y convivir con calidad. Esa es la vida que Dios quiere. Para el hombre y la mujer modernos el mayor indicador de la presencia del Reino es la implantación de la justicia. Abundan las injusticias en nuestro mundo: desigualdades sociales y económicas, conflictos de alta y baja intensidad, terrorismo y violencia institucional, corrupción, tortura, violación de derechos humanos, multiplicación de las víctimas... Sin embargo, hay que reconocer que si todos estos hechos son denunciados, es porque han crecido la conciencia y la sensibilidad en torno a la justicia y los derechos humanos, y han crecido el compromiso y la militancia a favor de los mismos. La espectacularidad del mal no puede ocultar la presencia del bien y de la justicia en la historia humana. Ésta no es una humanidad de delincuentes; la mayoría de los seres humanos son hombres y mujeres de buena voluntad, más cercanos a la justicia y a los derechos humanos que a la violación de los mismos.

Es cierto que la justicia humana es pobre y deficiente; que es sólo un paso provisional hacia la justicia perfecta. Es cierto que la justicia legal es imperfecta, porque las leyes están hechas muchas veces a la medida de los intereses de los más fuertes y poderosos. Pero esto no impide que la ley humana sea ya un paso adelante para superar la ley del más fuerte, del más violento y el más desalmado... Es un pequeño paso, pero muy importante, y muestra que el Reino de Dios está creciendo poco a poco, muy humildemente. En todo caso, siempre será necesario añadir algo a la justicia humana.

Eso que hay que añadir a la justicia humana lo llama el Evangelio de Jesús misericordia, compasión, perdón. La justicia que Dios quiere es aquella que añade a la justicia meramente legal la solidaridad samaritana, la magnanimidad del dueño de la viña que paga a todos los trabajadores según su necesidad, la generosidad del padre de los dos hijos que perdona gratuitamente... Esta justicia lleva en su seno lo que a muchos seres humanos les parece injusto: la solidaridad, el perdón, la compasión, la misericordia, al amor gratuito... No es fácil armonizar la justicia y la compasión. Esa armonía parece privilegio de Dios. Es un estadio tan avanzado de humanidad que con frecuencia nos sentimos incapaces de alcanzarlo, y nos parece que el perdón y la compasión son injustos. Sin embargo, es nuestra misericordia la que más acerca el Reino de Dios a esta humanidad.

Hoy se dan ya importantes ejercicios de solidaridad, de perdón, de compasión, de misericordia y tolerancia. Mientras haya personas, creyentes o no, que ejerciten estas virtudes, tenemos garantía de que el Reino de Dios se está acercando a nosotros. Mientras haya personas comprometidas en la defensa de los derechos de los más pobres y excluidos, implicadas en programas de solidaridad, decididas a ejercitar la caridad y la misericordia... tenemos garantía de que los derechos de Dios están activos en nuestra historia. Simplemente porque están activos los derechos de las personas.

El Reino de Dios no es propiedad de los creyentes. Todas、 las personas tienen derecho a participar de él. Su realización tiene lugar donde quiera que personas y grupos luchan por la justicia y la paz, por los derechos de los pobres y excluidos, las mujeres y los emigrantes, los sectores marginados. El Reino de Dios y su Justicia se encuentran también más allá de las Iglesias. Todo lo que en las sociedades y en las culturas favorece una vida más digna y una convivencia más humana pertenece al Reino de Dios y su Justicia. Los hábitos democráticos, el diálogo paciente y constante, el ejercicio de la tolerancia, las prácticas de solidaridad, las actitudes ecuménicas... son valores de la cultura moderna y postmoderna que hacen presente el Reino de Dios y su Justicia. Este Reino germina ya dentro de esta historia.

Las conquistas ecológicas, económicas, sociales, culturales, éticas... que humanizan a las personas y facilitan la convivencia son signos de la presencia del Reino de Dios. Pero éste se hace presente también cuando las personas descubren el sentido de su vida. Hay que bajar a los estratos más profundos del ser humano, allí donde se juega el sentido o sinsentido de la vida. A veces, cuando las personas tienen cubiertas todas sus necesidades, se les presenta la necesidad más honda de dar sentido a su vida. V. Frankl sostuvo siempre que el problema fundamental del ser humano no es conseguir el placer, sino encontrar el sentido a la vida. Sin placer es posible seguir viviendo; sin sentido no vale la pena. La depresión que nos acosa hoy con tanta violencia tiene mucho que ver con la falta de sentido.

El Reino de Dios y su Justicia abren a las personas un horizonte nuevo de sentido, de fe, de esperanza. Por eso Jesús lo asocia con las bienaventuranzas, con la providencia de Dios que cuida de sus creaturas, con la actividad sanadora de Dios y con la promesa de una salvación consumada en el futuro. El Reino de Dios es salud, salvación, sanación, vida plena de sentido. La verdadera fuerza curativa de Jesús es corporal y espiritual: libera el cuerpo, pero también libera el alma; sana la enfermedad corporal, pero también perdona y libera de la culpa. Cualquier palabra o gesto que sana y libera a los atribulados, que devuelve sentido y sabor a la vida, que inyecta un poco de confianza y esperanza... son signos de la presencia del Reino.

Las religiones tienen una gran misión en este mundo nuestro tan abundante en bienes materiales y tan escaso en sentido, tan abundante en medios y tan escaso en fines, tan hastiado de política y tan necesitado de mística, tan avanzado en técnica y tan retrasado en ética, tan volcado en deseos cortos y tan huérfano de deseos largos y esperanzas... Las religiones tienen la misión de poner alma, espíritu, sentido... en esta humanidad. Para ello, tienen que aprovechar toda la experiencia y la sabiduría que han acumulado a lo largo de los siglos, y servirlas generosamente a la humanidad.



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Luis Antonio Azócar Bates

Matemático y filósofo

 medida713@gmail.com

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