Ecología y Nuevo Socialismo

La ecología enseña que todos los sistemas vivos, sean organismos, poblaciones o ecosistemas, tienen un margen de acción dentro del cual pueden mantener sus funciones a pesar de cambios externos. Esa propiedad llamada homeóstasis, que se logra mediante la alternancia de factores que favorecen el crecimiento (retroalimentación positiva), y procesos que lo frenan (retroalimentación negativa), tiene sin embargo un límite, que varía según la naturaleza de los sistemas. Por ello, la tolerancia ante la alteración de las condiciones no es la misma cuando se comparan sabanas, manglares y bosques tropicales lluviosos, por citar un ejemplo.

Pero el progreso tecnológico y económico que ha sustentado la expansión de las poblaciones humanas desde el siglo pasado, ha empleado solamente la visión de retroalimentación positiva, como si los recursos fueran ilimitados y como si la naturaleza tuviese una capacidad homeostática infinita. Detrás de tal comportamiento subyace la visión impuesta por los grandes centros de poder mundial, que ven un negocio no sólo detrás de cualquier intervención de la naturaleza, sino a posteriori, cuando se comercia con las acciones requeridas para subsanar las consecuencias aunque sea parcialmente.

La Conferencia Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo de 1992, convocada por la ONU en Río de Janeiro, concluyó que la contaminación atmosférica era consecuencia de un modelo de desarrollo económico e industrial que no respeta el medio ambiente, y se traducía en cuatro procesos que atentan contra la vida en la Tierra: el cambio climático, el agotamiento de la capa de ozono, las lluvias ácidas y la formación de neblumo en las grandes aglomeraciones urbanas.

El calentamiento global agudiza patrones naturales de circulación atmosférica, y aumenta las secuelas de destrucción por lluvias excesivas o sequías insoportables. También acelera el deshielo de glaciares afectando el régimen hídrico aguas abajo y el desarrollo de obras de energía hidroeléctrica. El reciente informe del MARN sobre cambio climático en Venezuela vaticina un aumento entre 1 y 2 ˚C en la temperatura del aire para el 2060, que sumado a la alta temperatura ya existente, puede alterar los patrones de fotosíntesis y respiración y la dinámica del agua en los ecosistemas. En cuanto a las lluvias, se espera que el área con climas secos pase del 39% actual a más de 47% para el año 2060.

A pesar de los buenos propósitos acordados en Río, la situación ambiental y socioeconómica del planeta siguió empeorando, porque el interés capitalista por el lucro rápido rechaza cualquier consideración ecológica, con el mismo énfasis que niega la equidad social. Por ello, en el año 2000 y en el marco de la ONU, los representantes de 191 países suscribieron los “Objetivos del Milenio”, que establecen metas para superar la pobreza atroz, mejorar sustancialmente la salud, la educación y la vivienda, o en síntesis, hacer posible el ideal de una vida digna para todos. La mayoría de tales metas se vincula con la disponibilidad y capacidad de tratamiento de los recursos hídricos, para hacerlos asequibles a las poblaciones humanas, y con las políticas de conservación de cuencas.

Si bien desde la década de los setenta Ignacy Sachs definió el concepto de ecodesarrollo, que demandaba la consideración del ambiente en el establecimiento de los programas de desarrollo, su empleo quedó relegado a círculos académicos o a la experimentación en algunos medios rurales, sin que sus principios llegaran a incrustarse como elementos sustantivos de la política de ambiente y desarrollo en país alguno. A la postre, la conceptualización del ambiente dentro del esquema desarrollista, derivó en la tendencia aún vigente, de asignar valor monetario a ecosistemas invalorables por su riqueza biológica e hídrica, para reforzar la mercantilización de la naturaleza, con la consecuente exclusión de quienes no pueden pagar tales “servicios”.

Ante la banalización del “desarrollo sostenible” y la ambigüedad del “desarrollo humano” propuesto por el PNUD en los 90, ¿sería posible, dentro del marco de un nuevo socialismo, rescatar los principios básicos del ecodesarrollo: sin recetas universales, diverso en el más amplio sentido del término, basado en los recursos locales y opuesto al consumismo globalizado?

La naturaleza del capitalismo niega la ecología, como denuncia Leonardo Boff, y como en el capitalismo todo tiene valor crematístico, ni siquiera la ética se salva. Por eso, a veces hasta los estudios de impacto ambiental, previstos como requisito para la intervención de la naturaleza, pueden dejar dudas sobre la validez de sus recomendaciones, más aún cuando la legislación privilegia a las grandes empresas consultoras no necesariamente independientes de las promotoras. Además, la creencia ciega en la comercialización de los avances tecnológicos para atenuar las consecuencias de la destrucción de la naturaleza con el señuelo del confort, sigue dominando la escena mundial hasta hoy día.

Sostengo que los principios expuestos por Sachs no podrían prosperar en el capitalismo, porque se oponen a la globalización y propician el mantenimiento de la diversidad de opciones, la iniciativa y participación local, así como el rechazo de las pautas de consumo de los países ricos, todo lo cual es intolerable para quienes se consideran dueños del mundo. Pero si hablamos de socialismo el contexto tiene que ser radicalmente opuesto.

El socialismo del siglo XXI sólo podrá significar un cambio radical, como marco para el desarrollo endógeno, en la medida en que establezca entre sus bases el respeto a los principios ecológicos, el respeto a una naturaleza que nos pertenece a todos y rechace los privilegios que reservan una alta calidad de vida sólo a los ricos. Sea bajo la rúbrica del ecosocialismo, de la Carta de la Tierra que plantea Boff, o de cualquier otra denominación que se aparte definitivamente de la visión impuesta por el capitalismo, una nueva relación entre ambiente, sociedad y economía no puede ser retórica sino real, condicionando el bienestar de la segunda a la preservación de la calidad del primero, porque es la única forma de lograr que los beneficios económicos sean sostenibles. Ya basta de pensar en la naturaleza en términos de dominación cuando la realidad impone la convivencia.

Para ello es indispensable rescatar la ética y lograr que sobre la base de una conciencia ecológica cada vez más firme, basada en la popularización de los conocimientos científicos, el pueblo se erija en vigilante permanente de los recursos naturales colectivos y adopte una posición honesta, crítica y participativa en los planes de desarrollo.


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Douglas Marín Ch.


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