El ex presidente brasilero José Sarney declaró recientemente a O Globo,
que el proceso político de su país “es muy diferente al venezolano”. Y
añadió, “Venezuela es un caso aparte, porque es un populismo militar.
Es un retorno a los años 50”. Pero se olvidó decir que la tesis
socialdemócrata que sustenta, es una expresión demagógica de finales
del siglo XIX. Ella ha sido una postura, que bajo la oferta engañosa
del “estado benefactor”, produjo en su país la más grosera
concentración de riquezas existente en Suramérica, manteniendo una
competencia interregional, rayante en la conflictividad, que impidió un
proceso de integración que hubiese equilibrado las relaciones con el
todopoderoso norte anglosajón. Sin dudas, la tendencia socialdemócrata
brasilera, apuntaló la tesis de Kissinger de convertir a Brasil en un
centro subimperial, tal como ocurría con el Irán del Sha, para el
dominio de este subcontinente por los intereses, ya globalizados por el
trilateralismo, de las grandes empresas transnacionales, con su
pretensión de control de un mercado planetizado. No es justamente el
país carioca, donde la influencia socialdemócrata fue decisiva, un
modelo a seguir en el mundo indoamericano. Como tampoco lo fue el
sistema consensual, instalado en Venezuela desde 1959, orientado por
esa misma corriente política, que genero una ilusión de armonía,
produciendo al igual que en Brasil, una exclusión social que ha
alcanzado a más del 50% de la población de ambos países.
En lo que si hay que estar de acuerdo es en el hecho que señala la
diferencia entre el proceso venezolano y el brasilero. Venezuela nunca
fue un país imperial o subimperial en sus orígenes coloniales. Fue una
colonia secundaria, tardíamente ordenada, en la cual se desarrolló una
población significativamente importante, lejos de las estructuras
jerarquizadas establecidas por el mercantilismo, dentro de la noción de
la monarquía absoluta. Incluso, la aristocracia criolla nacional,
devenida en oligarquía después de la guerra de independencia –un evento
que nunca ocurrió en Brasil- derivaba parte muy importante de su
riqueza acumulada de actividades de contrabando, realizadas
clandestinamente con los competidores del Imperio español. De allí, que
no se conformaran nunca instituciones, que como en el caso brasilero,
respondían a esquemas imperiales. Aquí no hay una aristocracia de la
sangre, que como la existente en el mundo carioca, domina las tierras y
la función militar, acumulando un poder, que la socialdemocracia de
Sarney ayudó a consolidar. Por ello, es prácticamente imposible para un
movimiento socialista como el Partido de los Trabajadores (PT),
controlar el poder en ese país. Debe compartir el dominio de esa
sociedad con los poderes fácticos, entre los cuales esta presente la
demagogia socialdemócrata, para lograr avanzar algo dentro del objetivo
de incorporar los sectores excluidos de esa sociedad, y mejorar la
calidad de vida de las clases no privilegiadas de los enclaves de
desarrollo secundario que dominan la economía y la vida social
brasilera. Nuestra Fuerza Armada es heredera de un ejército popular que
incluyó las poblaciones indómitas mestizas que conformaban un espacio
fronterizo entre los imperios español, portugués, británico, holandés y
francés. Por ello, ella ha sido impulsora de procesos inspirados en el
igualitarismo y lo libertario.
En realidad, lo que despectivamente llama Sarney como populismo
militar, ejemplos del cual fueron los regimenes de Perón en Argentina,
Velazco Alvarado en Perú, Jacobo Arbenz en Guatemala y Torrijos en
Panamá, fueron gobiernos incorporadores que pusieron bajo riesgo las
plutocracias desarrolladas dentro del esquema liberal, o las
oligarquías de origen militar, inspiradas en el nacionalismo
estatizante. No es por azar que estos regimenes populistas hayan sido,
y sean hoy, adversados por el neoliberalismo decadente, al cual le ha
servido de mampara la socialdemocracia demagógica. Y no es aleatorio
que sean esas plutocracias, y oligarquías, no solo el principal
obstáculo para reducir las extremas desigualdades existentes en los
países indoamericanos, disminuyendo los conflictos domésticos, sino la
barrera fundamental para adelantar una integración que nos permitiría
participar en la definición del orden mundial. Para ese proyecto
imperial, eran tolerables tanto las tiranías militares tradicionales,
inspiradas en el nacionalismo, como las implantadas en Brasil en la
década de los 60, como las democracias formales, que bajo la treta del
estado benefactor, permitían la expansión creciente del capital, con su
efecto excluyente. De modo que esa declaración de Sarney no puede verse
como una critica al gobierno venezolano. Tiene que percibirse como la
expresión de los intereses del capitalismo transnacionalizado, y un
oscuro sentimiento imperialista, presente en Brasil como resultado de
sus tradiciones, y del dominio de la plutocracia en ese país.
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