Sobre el totalitarismo

Se ha venido planteando el totalitarismo como una cuestión de temática política, en la que un grupo de poder, invocando una ideología, dirige doctrinalmente desde esta dimensión la existencia de las personas y la conciencia colectiva. La unidireccionalidad de sus propósitos acosa todo aquello que se sitúa al margen de sus planteamientos, y lo hace en términos de intolerantes, excluyentes y opresores. De ahí que la libertad y los derechos individuales reales pasen a ser papel mojado, en cuanto no convenga su presencia real al grupo dirigente. Se crea un mundo fabricado a la medida de los intereses de sus oficiantes y exige a los fieles creencia total en la doctrina, bajo la amenaza del castigo. Se ha llamado totalitarismo en cuanto dirige en su totalidad, conforme a sus cánones, la vida de un país, pero no oculta su pretensión de hacerse universal. La novedad de estos fenómenos, significativamente presentes en el mundo del pasado siglo, en realidad no son nuevos, siempre han permanecido y permanecen en estado latente y, desde otras perspectivas, que parecen no llamar tanto la atención, han estado presentes, ya sea como fundamentalismo o imperialismo.

En los últimos tiempos cabe hablar de totalitarismo de mercado, establecido por el grupo dominante de las empresas multinacionales que va más allá de lo comercial y fija incluso las condiciones en las que transcurre la forma de vida de las personas. De tal manera que si no se está en el mercado, se vive fuera del mundo actual. La exigencia es que, estando dentro, hay que cumplir con lo que ordena la doctrina consumista, y esto es entrega y sumisión. Bien es cierto, que al menos queda la opción de permanecer al margen, con todas las consecuencias que conlleva, pero las posibilidades son mínimas. De otro lado, conduce a la desocialización, aunque tampoco interese al negocio, lo que resulta mayormente negativo es que toma presencia el lobo solitario, con sus estigmas y traumas naturales. Este totalitarismo suave en las formas, apenas perceptible, repleto de mensajes subliminales que animan al autoconvencimiento personal, ya ha dado pruebas evidentes de su dimensión expansionista desde que adquirió presencia la globalización económica, finalmente ha pasado a ser un totalitarismo de características universales. Pero, sin duda, siempre ha tratado de saltar la barrera económica e ir más allá, para entrar a saco en la existencia colectiva.

Las dimensiones en términos de mercado han ido creciendo, no solo en proyección geográfica, sino en intensidad de contenido. Para hacerse más efectivo, el totalitarismo capitalista, superada la fase de marketing comercial para el mercado, al dominar todas sus claves, ha acudido, primero, a formar la conciencia colectiva a través de las nuevas tecnologías debidamente dirigidas por las grandes empresas capitalistas, utilizando su eficiencia para formar mentalidades afines con el grupo dominante y, segundo, ha utilizado la política como guardián efectivo del credo capitalista, usando del instrumental puesto a su servicio en los Estados. Las primeras, tratan de crear un mundo de descerebrados, para así tomar el control de la mente humana e implantar plenamente la doctrina consumista. En cuanto a la política de las sociedades ricas, solo está a proteger los intereses del gran mercado, alentada por políticos del sistema, en cuya nómina se incluyen tanto los de izquierdas —hoy de moda— como los de siempre, aunque procurando guardar las apariencias ante el auditorio, a base de discursos de matiz contestatario o abiertamente complacientes, para ocultar la realidad de fondo.

Dado el desarrollo alcanzado en el campo de las nuevas tecnologías, es posible conducir voluntades personales por el terreno que convenga al que las controla, con lo que el dueño de ellas —las grandes empresas aventajadas— pasa a ser el amo y señor de los afectados por su utilización. Se trata del empresariado que, a la sazón, tiene como actividad, al margen del enriquecimiento personal, que le sirve de manifestación de su poder social, cumplir los mandatos confeccionados por la inteligencia capitalista para crear más capital. Sin embargo, hay que tener en cuenta que si el capital lo diseñan los capitalistas, quienes realmente lo crean para ellos son los consumidores. Mas estos últimos no son conscientes de su función, al estar atrapados por el cebo del bienestar, que impide llegar a percibir lo trascendente.

Que el totalitarismo capitalista avanza, lo refleja la actividad política actual. El Estado-nación es ahora un instrumento de poca utilidad a nivel global, salvo para guardar el orden local. De ahí la promoción de lo que empezó siendo Estado-hegemónico de zona y pasó a definirse como imperio. Su hegemonía ya era una forma de dominación suave, basada en la superioridad de unos respecto a otros, que acude a elementos racionales manipulados desde la cultura o los intereses comerciales. El resultado es la aparición de Estados fuertes y, como consecuencia, también surgen Estados débiles. Estos últimos, solamente muestran fortaleza con sus nacionales, ayudados por el aparato represivo estatal y su instrumental jurídico, a través de los que la doctrina pasa a ser ley y los contraventores simples delincuentes acreedores de castigo. En el sistema capitalista actual, las leyes del Estado vienen a decir lo que hay que hacer, pensar y actuar, pero no por ello dejan de estar tocadas en el tema de la racionalidad y afectadas por el interés del poder dominante. Con esto, ya sería suficiente para totalizar al personal que queda bajo su dominio, pero todavía hay más.

Tiempo hace que el capitalismo está tratando de resucitar, ya abiertamente, la vieja idea imperialista, como sucede con todos los totalitarismos, porque es un medio apropiado para un mayor desarrollo de sus intereses al entrar en juego la eficacia de la política. Sin embargo, ahora, está dispuesta a potenciarla. Este es caso del imperio de occidente, que ha aprovechado la ocasión de la guerra para tomar mayores vuelos y promover nuevas adhesiones, con objeto de ser el único poder sobre la tierra, al menos en su territorio de origen y en Europa. No obstante, la globalidad capitalista sigue debatiéndose entre el modelo occidental, hasta ahora dueño de la especulación del dinero, y el modelo productivo; aunque se inclina por el primero, porque está bajo control absoluto de la superelite económica. Tal política, topa con un problema, el modelo productivo ha despertado e incluso toma la delantera a los que un día fueron más aventajados. Un intento de solución vuelve a ser el de siempre, el empleo de la irracionalidad en términos de invocación de la fuerza. Con lo cual, la idea básica de la hegemonía empieza a superarse y el imperio occidental se decanta por la amenaza de la fuerza.

Mala noticia para el hombre común, ya que el empleo de la fuerza o cuanto menos la amenaza permanente supondrá la agonía de las masas y un nuevo triunfo del capitalismo, porque este siempre gana, ya que es la fuerza del dinero la que en definitiva mueve el mundo y se sitúa por encima de toda contienda. Camino similar seguirá la avanzadilla europea, que en su ingenuidad se ha entregado a los manejos del imperio, con el evidente riesgo de caer en la devastación económica a cambio de nada, simplemente por agradar a los mandantes. No tanto lo será para los Estados independientes, si cuentan con instrumentos para superar la situación.

Volviendo a las personas, todo este entramado imperialista supone un paso más hacia el totalitarismo radical, ya que solo es posible plantear la situación en términos amigo-enemigo del sistema capitalista. Lo primero, supone estar a las órdenes de la doctrina o ser amigo, lo que conduce a la falta de libertad y a la pérdida de derechos reales; mientras que lo segundo, ser enemigo, es mantenerse al margen o simplemente razonar, pero en tal caso el resultado es el castigo. Esto sucede en el imperio de occidente y sus colonias, con sus derechos y libertades grandilocuentes, porque triunfa la doctrina del nuevo totalitarismo, donde ya no cabe hablar, para los débiles, de lo hegemónico, tampoco de Derecho, solo hay lugar para la imposición, respaldada más allá de las leyes, por la amenaza de la fuerza, buscando mayor garantía para la globalidad económica dirigida por la superelite capitalista.



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Antonio Lorca Siero

Escritor y ensayista. Jurista de profesión. Doctor en Derecho y Licenciado en Filosofía. Articulista crítico sobre temas políticos, económicos y sociales. Autor de más de una veintena de libros, entre los que pueden citarse: Aspectos de la crisis del Estado de Derecho (1994), Las Cortes Constituyentes y la Constitución de 1869 (1995), El capitalismo como ideología (2016) o El totalitarismo capitalista (2019).

 anmalosi@hotmail.es

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