Sugerimos concebir al pueblo como un actor político colectivo, lo cual debe conducirnos a establecer la manera como el concepto pueblo se relaciona con la teoría política y con la filosofía política. Relacionamiento que no puede ser percibido como una simple descripción explicativa, ni como la valoración normativa de él; sino, más bien, como el resultado del estudio, análisis y comprensión de las sociedades, vistas éstas desde la perspectiva política. Proponemos ver este relacionamiento como la oportunidad que nos permite entendernos desde lo que somos y lo que queremos ser; como una ocasión, que nos está conduciendo a superar el coloniaje a que hemos sido sometidos por el pensamiento euronorteamericano.
Sugerimos, asimismo, imaginar la política como un concepto -y como una praxis- que trasciende su, casi exclusivo, relacionamiento con el poder; que explore nuevos aspectos gnoseológicos que le confieran una mayor y más actual dimensión; que dé respuesta a los problemas políticos que ocurren en la actualidad desde una perspectiva multidimensional.
Por tanto, imaginar una nueva relación pueblo-política requiere, desechar todo determinismo y reduccionismo conceptual; requiere, estimular el ejercicio de un libre pensamiento creativo, crítico e impugnador de las "verdades" establecidas como principios absolutos; requiere, concebir el poder, la verdad y el otro desde una perspectiva ética, y no solo moral; requiere, descubrir cómo vamos a hacer para que los valores e instituciones, a partir de los cuales se estructuraron nuestra formaciones sociales, sean analizadas como la explicación de nuestra dependencia y subdesarrollo; requiere, hacernos de una visión distinta de la democracia, ésta no puede seguir siendo concebida solo como un sistema político, debemos avanzar hacia una nueva concepción que la perciba como una cultura, como una forma de vida, como un proceso; por tanto, el ejercicio del poder, las políticas y la administración pública, deben ser concebidas de manera integral, en fin, como la democratización integral de la sociedad; requiere, profundizar y ampliar el debate, el dialogo, la búsqueda de nuevos principios que den explicación de lo que somos y lo que queremos ser; requiere entender que somos pueblos con una diversidad y una heterogeneidad cultural que es en donde está nuestra identidad, debemos pensarnos como pueblos diversos pero no distintos; requiere, la elaboración de un discurso multidimensional, que de explicación y respuesta a nuestros anhelos y expectativas, que ausculte nuestras fortalezas y oportunidades, que sea capaz de dilucidar nuestra limitaciones y capacidades.
Es por ello que, el establecimiento de una nueva relación entre pueblo-política debe conducirnos: a concebir la sociedad como una comunidad, no desde la perspectiva organicista de la modernidad occidental, sino desde la perspectiva de que el hábitat social es el espacio natural en el cual el pueblo, no solo habita, sino que vive; a superar el carácter universalista de la cultura occidental, como única cultura; a imaginar, cómo hacer para transitar del sujeto individual hacia el sujeto colectivo; a revisar lo que hemos llamado identidad cultural, hacernos de ella una concepción trascendente al etnocentrismo euronorteamericano; a entender que, la dimensión de lo público y lo privado hoy tiene una connotación distinta de la que tradicionalmente se le ha atribuido; a redimensionar el rol del Estado en (y para) la sociedad, éste no puede seguir cumpliendo el papel de gendarme, de ente enunciador y regulador de los deberes y derechos de los ciudadanos, sino que más allá del carácter de Estado social y de derecho que tradicionalmente se le asigna, sea un Estado social de derecho y de justicia, entendida ésta como un principio a través del cual el pueblo pueda alcanzar su felicidad, su libertad, su fraternidad, su emancipación.
Se trata, en definitiva, de pensar la relación pueblo-política desde una dimensión nueva, distinta a la que tradicionalmente se nos ha hecho creer que es su objetivo. Y es que, la política, no puede ser concebida como un fin, ella es un constante estar haciéndose, es un eterno comenzar. La política no puede ser separada de la sociedad, la sociedad toda es política. Por ello afirmamos que entre pueblo-política no hay fronteras que los separen. En un sistema verdaderamente democrático, el pueblo es el sujeto, y al mismo tiempo el objeto, de la política; no hay política sin pueblo, ni política que no sea para el pueblo.
Pues bien, se trata de un reto que debe conducirnos a un redimensionamiento profundo de la relación pueblo-política. Y, ello no es cualquier cosa, de él –entre otras razones- depende nuestro empeño de edificar la Venezuela Socialista.