Superhéroes buscando votos

Los murales en las avenidas principales de las ciudades, los muñecos inflables en los actos oficiales (incluso los relativos a efemérides patrias), las alusiones en el discurso de los principales funcionarios, todo esto indica que ya los genios del marketing político, contratados por el gobierno, han decidido que Superbigote le hará la campaña electoral a su alter ego que no tiene para nada esa musculatura de Schwarzenegger y, sí, un abdomen que más bien parece una inmensa y repleta bolsa plástica, como le cuadra a un obeso con cara de Mario Bros. Otro tanto han reafirmado los que diseñaron la experiencia publicitaria del vampiro de Carabobo, con una simbología que emula a la de Batman, como el comic que alude a Maduro, imita la de Superman. Aunque en Ciudad Gótica apareció volando un Búho del cual no sabemos todavía su capacidad de vuelo.

Por supuesto, no me cuadra abrir una polémica acerca de este desplazamiento icónico de los antes famosos "ojitos" por esta versión ciertamente caricaturesca de los superhéroes de DC, que muchos tomaron como evidencia de un gran viraje ideológico en desarrollo. Admito que aquella mirada tenía un concepto publicitario completamente distinto. Los puntitos oculares insinuaban más bien una vigilancia de ultratumba, la insinuación de una omnisciencia que juzgaba los hechos de los supervivientes, a la luz de un supuesto "legado". Hasta tenía algo de religioso o mágico. Por eso fue tan eficaz aquella respuesta, igual de publicitaria, que completaba el ícono con frases como "veo inflación, Nicolás", "veo pobreza y hambre, Nicolás". El vigilante trascendente corresponde a la imaginación de la culpa y, por esto, perseguía y señalaba a los fieles. Se trataba del ya manido recurso de la culpabilización universal que le fue tan eficaz a la cristiandad para hacer sufrir a la gente. En este caso, para despertar la culpa de aquellos "leales" que empezaron a hacer críticas. Pero mi interés va por otro lado.

Ni siquiera voy a hacer un chiste fácil (en realidad, muy fácil) acerca de la expresión demasiado acariciadora de uno de los adalides de la decolonialidad, Ramón Grosfoguel, de asiduas visitas al país, pagadas, por supuesto. Me refiero a la frase que, más o menos, articuló el descolonizador: "Maduro es la máxima expresión de la decolonialidad" ¡Por favor! Cualquiera se da cuenta de la deuda simbólica de esa publicidad oficial con el Superman de siempre, con capa, musculatura pronunciada e interiores puestos del lado de afuera de la licra, parado con las piernas abiertas y con los puños en la cintura.

¿A quién quieren convencer? ¿De qué? Sabemos que estos diseños publicitarios no responden a la simple inspiración de las agencias, todas muy caras, por cierto. Hay metodologías bien conocidas, como los focus group, encuestas, brain storm, etc. para lograr producir imágenes que logren impactar en la mentalidad colectiva. Por otra parte, desde los setenta, estudiosos como Armand Mattelart, Ariel Dorfman, Ludovico Silva (¿Quién le teme a "Teoría y práctica de la ideología"?) y hasta el mismísimo Luís Britto García, han analizado una y otra vez la ideología que reproducen esos superhéroes. Sabemos desde hace tiempo varias cosas. Primero, si partimos de las circunstancias en que aparecen, algunos tras la llamada de la autoridad (como en el caso de Batman), constataremos que siempre lo hacen para salvar a la humanidad de una amenaza exterior (monstruos, rayos poderosísimos, más o menos lo que producen los apagones en Venezuela) que vendría a destruir la tranquila y feliz vida cotidiana de la gente. De modo que la intervención salvadora del hombre extraordinario es fundamentalmente conservadora: busca recuperar la tranquilidad perdida; restablecer el estado de cosas dañadas por la acción monstruosa exterior.

Aquí tenemos una primera pista: Maduro se vende como el salvador frente a una acción monstruosa del exterior. O sea, los venezolanos estábamos de lo más tranquilos y felices, cuando vino Luthor a arruinar el canto de los pajaritos que acompañaba el copioso desayuno de los lugareños. El encapotado lo hace porque es extraordinario, tiene poderes de otro mundo (de hecho, es un alien), superfuerza, rayos de calor y equis que salen de sus ojos, mano de hierro y, además, vuela por sí mismo, sin fuente de propulsión visible. Todas las vicisitudes de los venezolanos (hiperinflación, destrucción del aparato productivo, caída del PIB, abandono de la industria petrolera, parálisis de la educación, desmoronamiento institucional, impacto en la salud física y mental, masiva migración, etc.) se deben a seres malignos del exterior. Todo concuerda con la narrativa oficial, de que todo se debió a fuerzas monstruosas de afuera, que nada tuvo que ver la ineptitud y la corrupción de todos los cercanos y los propios; que todo iba bien, excelente, con ningún error, ninguna desviación ni cambio de línea (desde el socialismo hasta el estímulo y el trato directo con el capital transnacional). Se necesitaba ser un superhéroe para afrontar todas esas amenazas.

Lo extraordinario del superhéroe supera cualitativamente la excepcionalidad del héroe histórico o político de otros tiempos, que también tenía cualidades fuera de serie (intelectuales, sociales y físicas), pero seguía siendo tan solo un hombre, quizás demasiado humano. Por eso Superman es literalmente un extraterrestre. Batman es un multimillonario (como Tony Stark, el de Iron Man) con capacidad de comprar equipos supersofisticados, un poco loco, aunque en una onda melancólica que contrasta con la manía hiperactiva del vampiro carabobeño. Por lo demás, no habríamos podido ver a un Betancourt, un Carlos Andrés, un Caldera o un Gómez con unas licras apretadísimas, una bonita capa y el interior por fuera. No sé si Maduro aparecerá en un mitin de la próxima campaña ataviado de esa manera o se posará en la tarima como aterrizando de un rápido vuelo ayudado por cables. El vampiro carabobeño lo más que hace es maquillarse en Halloween para disfrute de grandes y chicos, además de cantar reggaetón y gesticular cual malandro estereotipado. Eso sí: pinta fachadas, aunque adentro del hospital no haya lo mínimo.

Okey: de esto nos quieren convencer. Pero ¿quién puede convencerse de eso? ¿Los niños? ¿Los que desean seguir admirando el traje del emperador, con capa y traje de baño por fuera de la licra y todo, por puro interés? ¿A los banqueros como Escotet que hicieron su agosto con el país? ¿A la Chevron? ¿A Biden? ¿A Putin? ¿A los empresarios iraníes, franceses, etc.? Esos tipos sí tienen puños atómicos y hasta les resulta más respetable el "chapulín" que este Superman encarnado que les ofrece hasta bajarse el traje de baño para poder vender ese petróleo como en los tiempos de Gómez, un muy criollo superhombre criollo.

Lo que sí es evidente es que estas comiquitas de superhéroes, si bien no convencen a cualquiera con tres dedos de frente, vencieron a una oposición que, lo sabemos, irá dividida y muy debilitada a unas elecciones de las cuales desconfía su propia gente. Tienen pelo, pero son Lex Luthor arruinados. Porque la ridiculez cunde en este país. Es la fase superior, cultural, icónica, de la destrucción y la entrega total.



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Jesús Puerta


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