Esta zaga de artículos sobre las cosas más sencillas ha molestado a algunos a tenor de algunos correos que he recibido y por comentarios de camaradas en las reuniones de los Consejos Comunales. Hay gente que pareciera advertir el peligro –para ellos y sus privilegios- de una prédica en el corazón mismo del pueblo que apele a cosas tan sencillas como el amor, la solidaridad y la construcción de una Venezuela, un barrio o una calle, donde la luz solidaria del hombre nuevo sea la divisa. Pareciera doler mucho el problema de la coherencia de vida.
Sin embargo, a pesar de que el poder constituido hará resistencia, nuestra brújula debe apuntar a la colaboración y el respeto, pero jamás a la enajenación del poder constituyente. Más allá de los grandes proyectos –necesarios sin duda- nuestra acción debe estar destinada a la formación de un hombre nuevo. No hacerlo –como estamos comprobando- sólo hará que se reproduzcan los viejos vicios, surgirán nuevos amos, nuevos señores, nuevas servidumbres y nuevas formas de esclavitud.
Si el ser humano no logra conservar un cierto nivel de compromiso con una conducta útil y virtuosa caerá en un estado de servidumbre. La impotencia para moderar los viejos vicios de la ambición y el egoísmo harán que repita una y otra vez, como una noria sin fin, o como Tántalo en su suplicio sin poder saciar ni su hambre ni su sed, en este caso, hambre y sed de Justicia.
Este problema de la naturaleza humana por tantos años conformada de acuerdo a unos valores, nos recuerda con insistencia la fortaleza de la cultura de la muerte y el egoísmo que hiere a la voluntad humana e impide que, tendiendo a hacer el bien que quiere, haga el mal que no quiere.
Erich Fromm, en su libro “El Corazón del Hombre”, analiza esta situación con claridad:
“Pasiones irracionales son las que dominan al hombre y lo hacen actuar contrariamente a sus verdaderos intereses, que debilitan y destruyen sus facultades y le hacen sufrir. El problema de la elección no es el de elegir entre dos posibilidades igualmente buenas; no es la elección entre jugar tenis o ir de excursión, sino de elegir entro lo mejor y lo peor, entre el progreso y la regresión, entre el amor y el odio, entre la dependencia y la libertad”.
De allí que en la intimidad abierta de la comuna debamos comenzar por la conformación de una comunidad nueva. Una comunidad que responda a la pregunta fundamental -sin caer en simplezas o determinismos- en cada acción, con cada objetivo proyectado, ¿a quienes se beneficia?, ¿Para quién o quienes es bueno? Esta pregunta aparentemente simple permitirá construir en los valores humanos más trascendentes e impedirá que crezca entre nosotros la mala hierba.
No podremos eliminar de la comuna la presencia del mal si no se afecta el corazón del hombre mismo. Hay que asumirlo para convertirlo en un acto que no es estático, sino dinámico y complejo. Hemos de entender bien nuestra naturaleza herida, no como una cualidad única o una sustancia dada, sino como una contradicción dialéctica. Por ejemplo, como hacen las personas que sufren de alcoholismo, hemos de vencer el vicio todos los días, no darlo por vencido, apretarlo y quebrarle el espinazo cada día, ante cada desafío.
Tenemos que acostumbrarnos a ser solidarios todos los días. Tenemos que rechazar el egoísmo venga de donde venga todos los días y todas las horas, minutos y segundos de cada día. Tenemos que adquirir conciencia de nosotros mismos, conocer y desentrañar nuestro pasado para construir un mejor futuro. Debemos tener conciencia de nuestra grandeza y exclusividad como seres humanos pero también de nuestra pequeñez e impotencia. Tenemos que tener conciencia de que nuestros actos trascienden la vida de los otros porque tenemos conciencia de nosotros mismos.
Estamos en la naturaleza pero la trascendemos porque carecemos de la suficiente ignorancia que hace que los otros animales se hagan parte de ella. Somos, pues, una contradicción en nosotros mismos, capaces de lo más bueno, pero también del crimen. Por eso somos responsables por lo que hacemos. Tenemos conciencia de nuestra libertad, de la experiencia subjetiva de ser libres y, sobre todo, tenemos conciencia de nuestras decisiones cotidianas que hemos dado en llamar "las cosas más sencillas".
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