Se ha escrito muchísimo sobre este interesante tema, y la fuente de la riqueza material, con cargo a la cual comemos, calzamos, vestimos, habitamos, nos divertimos, chateamos, educamos, etc., es su inevitable prerrequisito.
Pero el origen de la ganancia de tipo comercial, industrial, real, feudal, esclavista, lúdico, justo, injusto, ventajista, leonino, económico, idealista, etc., sigue pendiente de aceptación universal.
Todavía hay grupos poderosos, poseedores de grandes y medianas y hasta de pequeñas fortunas patrimoniales, que consideran la ganancia como fruto de su trabajo, en el sentido más amplio de esta palabra, de su industriosidad, de sus buenas acciones, de su suerte, de su afán y empeños y cualidades empresariales, del empleo económico de su herencia no preterida, etc.
Y ocurre que en la actualidad literaria sigue definiéndose la voz trabajo como participación directa o indirecta en alguna empresa, personal o despersonalizadamente, y en esta definición, muy de consuno entre los *afortunados*, se incluye las discutibles funciones (*labores*) de financiamiento, de aportación de capital de trabajo, de la praxis comercial directa o intermediariamente, de inversiones en sociedades anónimas y de ahorristas en instituciones bancarias, y en la populares *Cajas de Ahorros* .
Desde luego, para ahorrar debe primeramente obtenerse alguna riqueza de cualquier fuente sin importar para nada su carácter de lícita, ilícita, legal o ilegal, merecida o inmerecida, *trabajada* o ganada en alguna actividad azarosa, deportiva, artística, circense, etc. Y esto rige también para poder aportar capital de trabajo en sociedades nominales y anónimas.
Ahora bien, en estricto sentido, en el más angosto sentido, ganar significa recibir más de lo que se entrega. Y es en tal sentido que podríamos desbrozar el camino para hallar el más próximo y científico significado social de cualesquiera ganancias, supuestamente lícitas, y sobre todo explicarnos un poco el descubrimiento marxiano acerca del origen de la ganancia capitalista que subsumió el trabajo impago del valor creado por el asalariado, esclavista o feudatario, como origen del valor o de la riqueza. Y cuando lícitamente recibimos más de lo que ofrecemos, digamos, por ejemplo, un regalo que sobrepuje el que hemos dado al amigo, esta diferencia de valor, comúnmente llamada ganancia, es más bien un donativo recibido.
Efectivamente, la Economía Marxista subestima la ganancia comercial como fuente de valor, por inadecuada e improcedente, particularmente las simples transacciones de compraventa. Por esta última razón, la contrata salarial, el convenio entre un patrono “X”, y un obrero “Y”, no puede llamarse transacción de compraventa, sino explotación del segundo por el primero, ya que sencillamente aquel obrero crea la riqueza por un valor superior al de su paga recibida por su patrono, mientras que los comerciantes entregan tanto valor como el que paga el comprador final, y en los casos de comerciantes medios o intermediarios de segundo y demás órdenes superiores, estos se limitan a comprar por debajo del valor y a vender un poco más caro, pero por debajo del valor original, para ir dejando una alícuota de valor, arrancado o retenido al trabajador por su patrono, a favor del comerciante detallista. Este último, no sólo expropia, o coexpropia al trabajador de la industria involucrada en su variopinto inventario, como origen de sus mercancías, sino que suele confundir su propia remuneración, como agente transportista entre la dicha industria y el consumidor final, con su propio salario. Digamos que este comerciante y bodeguero, o quincallero, también termina *orgullosamente* autoexplotándose.
El capitalista industrial también reparte esa expropiación con el Estado en forma de impuestos (por lo general parcialmente evadidos), con los financistas, inclusive en presencia de capital propio no tomado en préstamo de ningún financista, y también con los terratenientes sobrevivientes del viejo sistema feudal y esclavista, con inclusión de industriales dueños de sus galpones y demás infraestructuras inmobiliarias.
De Perogrullo, si somos coherentes, no hay ganancia lícita, sino toma de valor ventajosamente apropiado por un patrono que se limita a funciones de explotador, ora comerciante, ora industrial, ora financista, ora ahorrista, ora burócrata ocioso e improductivo. En este último rubro entran militares, policías, jueces, magistrados, fiscales, ministros seglares y religiosos, gobernadores, legisladores, presidentes de repúblicas, y mil parasitarios funcionarios públicos vividores del Estado y del trabajador originario.