Debo confesar que cuando oí al Comandante en el último Aló Presidente del pasado domingo decir que "El Consejo Comunal debe buscar entre sus miembros las familias más necesitadas, más pobres y excluidas para entregarles los apartamentos de los nuevos edificios", el tema del Socialismo de las Cosas más Sencillas, se alborotó en mi mente con fuerza. ¿Será así? –pensé- ¿los miembros de la comuna priorizarán a los más débiles y desamparados o se repartirán los apartamentos entre los más fuertes, más influyentes y mejor enchufados? Es evidente que ahí está la semilla de un tan probable como rotundo fracaso. No habrán fracasado las ideas; habrán hecho fracasar, tanto a las ideas como al proyecto, los hombres y mujeres de la Comuna, acaso sin saberlo.
¿Es posible construir una sociedad ética animada por valores morales?, sí lo es, ¡sí lo es!, de no serlo vanos son nuestros esfuerzos, pero sí lo es. Es un desafío que por un lado, no puede ignorarse por nuestra propia naturaleza y que, por otro, está llamado al éxito por medio de lo que podríamos llamar “un estado de gracia generado por la tensión espiritual y la cultura”
En toda persona hay un potencial de bien y de mal que actuará siempre según la orientación, la conciencia y la libertad que la persona tenga. Sólo alguien que sea completamente malo o completamente bueno no tendrá que enfrentarse al desafío de elegir con sus acciones, y esa especie no existe.
Es misión de los hombres de buena voluntad estudiar las condiciones en que ocurren uno u otro fenómeno y además inventar los procedimientos, mediante los cuales pueda estimularse el desarrollo favorable y detenerse el desarrollo maligno. Es importante reconocer que fuera de los casos extremos, todo ser humano puede, debidamente estimulado, progresar hacia el bien o retrogradar hacia las posiciones más irracionales y destructoras.
El hombre no es químicamente bueno ni malo. Si se cree en una especie de bondad o maldad absoluta en el ser humano estaremos falsificando los hechos y terminaremos en una amarga desilusión. Una actitud realista nos llevará a ver las dos posibilidades como potencias reales. Nadie debe alarmarse más allá de lo necesario porque quien ayer lucía un revolucionario humilde, legítimo e irrevocablemente solidario hoy, agua bajo los puentes de por medio, sea un individuo egoísta, soberbio e inmoral. Al contrario, debemos aprender y reconocer esta forma de metamorfosis que no le es ajena a nadie. El ser humano dispone de una inclinación natural al bien, pero siempre será capaz del mal. Sólo si cada día limpiamos la tierra de la mala hierba, sin alarmas ni escándalo, podremos construir una comunidad con preeminencia de los valores humanos más elevados.
Hemos de concluir que entre nosotros la moral está en fuerte crisis. Constatar y asumir esa realidad es un buen comienzo. Siempre han existido debilidades, inconsecuencias y comportamientos ajenos al ideal socialista objetivo de nuestros esfuerzos. Siempre han existido y seguirán existiendo. Cuando miramos con admiración y pasmo a la comunidad referenciada en el libro de los Hechos de los Apóstoles, todos deberíamos preguntarnos… ¿en que lugar del camino se quedó?, ¿no fue acaso en el momento en que aquellas comunidades tomaron contacto con el poder, allá por los tiempos de Constantino?, ¿por qué pensamos –ingenua y tristemente- que eso no pasa entre nosotros?
Vivimos un tiempo caracterizado por el vértigo de los cambios y la ausencia de unos patrones culturales de conducta. En el pasado, la vida era juzgada por patrones bastante universales que marcaban con relativa exactitud los límites entre lo ilícito y lo honesto. La moral personal, aunque no se viviera en profundidad ni a plenitud, constituía una fuerza orientadora para comportarse. En este tiempo nuestro, al contrario, lo más significativo es el rechazo y hasta la agresividad que provoca la simple idea de la moral, ser honesto es ser pendejo, estudiar es prepararse para asaltar a la sociedad con un título de por medio.
Es imposible describir en una sola adjetivación la complejidad del mundo en que vivimos. Son demasiados los rasgos socioculturales que desfiguran la vida humana en este momento. La ambición y el consumismo es la norma moral de nuestro tiempo. ¿Acaso no eran revolucionarios convencidos los compañeros que hoy nos dan muestras de riqueza y lujo de vida?, ¿era falso y consciente de ello, aquel camarada que antes se dolía por los ranchos, las aguas servidas corriendo a media calle o los niños sin escuela y hoy pasa por allá mismo con guardaespaldas y carro de lujo?, sabemos que no. Sabemos que estamos en presencia de esa molienda de valores y principios que vuelve bagazo los más caros sueños.
La sociedad en la que vivimos, afectada profundamente por los valores del mercado, el egoísmo y el oportunismo, es refractaria a los valores sociales éticos. Se puede afirmar que la sociedad capitalista provoca por si misma un fuerte grado de amoralidad. A esta cultura del sistema debemos el hombre-masa consumista, la desintegración de las relaciones humanas, la degradación del amor y la solidaridad, la violencia como forma de relación interhumana y, finalmente el empobrecimiento del espíritu humano. El capitalismo nos ha acostumbrado a dejarnos interpretar por los maestros de la hipocresía.
Somos, entonces, esencialmente contradictorios pero necesitados de resolver esas contradicciones mediante la búsqueda del bien social. Debemos saber que es tarea de todos los días y todos nosotros hacer que crezcan los valores positivos del socialismo de las cosas más sencillas.
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