El concepto de clases sociales contemporáneas, digamos de CAPITALISTAS y ASALARIADOS, de patronos y obreros, de burgueses y proletarios, marca una diferencia muy grande respecto de la de esclavistas y esclavos, feudales y siervos. En estas últimas cuatro clases sociales su existencia y diferencias entre sí eran obvias y casi tangibles. A un esclavo, por ejemplo, de se le compravendía según su peso, edad y complexión, y semejante transacción era estrictamente privada entre vendedores y compradores de esa mano de obra. A un asalariado se le contrata por tiempo determinado o ilimitado, y es el Estado, a través del mandatario de turno, el que fija su salario. Efectivamente, los Presidentes de la República aprueban pomposa y anualmente el SALARIO MÍNIMO, y este sirve de parangón para la elaboración de los tabuladores salariales en las empresas privadas comprensivos del obrero raso hasta el presidente de la compañía. Resulta evidente que los problemas derivados de los salarios bajos terminan siendo endilgados al gobierno.
Comencemos por identificar a los trabajadores del presente, o sea al asalariado común y corriente, como personas que gozan de absoluta libertad para escoger patronos, para seleccionar sus oficios y profesiones, para trabajar por determinado tiempo bajo determinadas circunstancias, y en cual ciudad y tipo de empresa. Esta libertad queda resumida en su carencia de responsabilidad con su patrono y con sus compañeros de trabajo fuera de las estrictas horas laborales de los días conveniente y contractualmente pactados. Dispone de sus asuetos como algo suyo, y camino a su casa (si ya la compró) decide a dónde ir, y cómo distribuir y consumir su salario, qué comprar, a quién comprar, dónde y cuándo, etc. Esto induce al asalariado a no sentirse grupalmente oprimido ni explotado. Su llamada conciencia de clase le resulta inaprehensible.
Actualmente coexisten, por una parte, asalariados muy satisfechos con su salario, son los defensores del sistema vigente. Se trata de aquellos trabajadores que según su preparación técnica perciben remuneraciones *dignas*, remuneraciones que les basta para cubrir sus necesidades básicas con cierta holgura, y además les permite hacerse de algunos ahorros que les da cierta dosis de seguridad psicológica. Viven para sí, para su familia, su iglesia y sus amigos políticos. Poco les importa la forma de vida de sus semejantes con quienes no se sienten ligados, ni comprometidos, salvo para actividades culturales y divertimentos en sus clubes y sindicatos. Digamos que no se ven inmersos en ninguna clase social, y repetimos: para ellos sólo existe su empresa anónima y su familia, su iglesia y sus amigos políticos.
Por otra parte, coexisten trabajadores conformes con su salario a pesar de llevar una vida medianamente estrecha, y a pesar de tener que *rebuscarse* algunos ingresos extras. Sacrificar sus descansos nocturnos, laborar horas extraordinarias o realizar varios oficios paralelos, (generalmente humillantes y hasta mediados por la inevitable servilidad ante un *padrino*, o un político influyente y deshonesto), todo esto es común en este tipo de asalariados. Estos tampoco se sienten partes de clase alguna, sólo tienen amigos, familiares y gobernantes.
También los hay permanentemente disconformes, quienes se suman a los desempleados, un alburosa condición laboral que pesa diariamente sobre todos los asalariados, ya que sus empresas son inestables por naturaleza. Basta que sus principales y anónimos dueños decidan cambiar de ramo, de giro, o cerrar definitivamente sus puertas, para que el desempleo prospere sin que nadie los detenga. Los patronos también son libres para la contrata laboral. Las leyes laborales son moralistas y mutuamente reconvenidas por el asalariado y el patrono, y el gobierno se limita a vigilar el cumplimiento de esos acuerdos privados. Estos asalariados de bajo perfil y desempleados son quienes más alejados se hallan de sentirse integrantes de alguna clase, porque ni siquiera son miembros de sindicatos ni de clubes, ni de gremios.
Los patronos, por su parte, tampoco se sienten integrados a ninguna clase social, sino al Estado que les proteja su propiedad privada, a uno que otro sindicato de espuria directiva, al margen de que los demás empresarios se arruinen, tengan bajas en sus ingresos o sean penalizados y sobregravados por un gobierno desequilibrado.
Ahora tratemos de definir la CLASE de los ASALARIADOS:
Es una masa laboral humana desuniformada y de variopintas cualidades tecnocientíficas, culturales, religiosas y políticas que garantiza al patronato empresarial e industrial la disponibilidad permanente de mano de obra asalariada.
Esta clase social carece de guías, no se aglutina en ningún club, ni en sindicatos, separatistas y que sólo rigen temporalmente para trabajadores en funciones. Los desempleados son asalariados en potencia, y a los asalariados de altos ingresos les está moral y psicológicamente vedado el ingreso semejantes y *bajas* instituciones, diseñadas para el reclamo salarial que a ellos no les asiste.
Como vemos, los asalariados piensan para sí, en términos estrictamente individualistas, y su condición social les induce a culparse a sí mismo de su deficiente vida, y al gobierno, de todos sus males.
En concordancia aclasista, la CLASE de los EMPRESARIOS es más individualista aun. Su improsperidad suele atribuírsela a sus propias y personalísimas fallas empresariales, y da gracias al cielo y al gobierno de turno de toda su riqueza y prosperidad. No se conoce ninguna loa, ni ningún panegírico a favor del asalariado como base de la riqueza patronal. Y quienes han señalado a la clase de los asalariados, inextricablemente coexistente con la de los industriales, como fuente ilícita de la riqueza empresarial, han sido tildados de comunistas, de revoltosos, de inestabilizadores, de terroristas y de enemigos de la prosperidad tecnocientífica mundial.