Decimos que queremos construir un país socialista pero nos desenvolvemos en una economía capitalista. Que un cambio semejante no sale de la nada y que no es instantáneo ya se sabe. Sin embargo, podríamos empezar por desterrar los índices de progreso que usualmente emplea el capitalismo, como ese de considerar el enorme incremento en la venta de vehículos, como una señal de que la economía marcha bien. Sin duda es un gran negocio para los dueños de las ensambladoras y para quienes medran a lo largo de la cadena de comercialización. Pero el estímulo a la solución individual del problema del transporte, al menos en Caracas, hace que se congestionen cada vez más las vías en el estrecho valle que ocupa la ciudad, con las desesperantes colas que amargan a los caraqueños, aumentan el riesgo de accidentes y disminuyen la calidad de vida del colectivo.
Podríamos comenzar por restarle peso a la publicidad que es el mecanismo que más vende las ideas gringas y su estilo de vida ecológicamente insostenible; por ser creativos y buscar nuestro propio modelo de desarrollo con base en valores universales y autóctonos; por darle más importancia a la eficacia en la acción que al discurso demagógico; por regular el ejercicio comercial de la medicina privada si no tenemos autoridad ni capacidad para eliminarla; por brindar un apoyo sostenido al desarrollo agrícola empezando por la agricultura vegetal y no por la ganadería latifundista; por educar a la gente para que respete el derecho ajeno, para que cumpla las leyes, y por reprimir a quien las viole. Esto último aunque sea impopular y reduzca la simpatía del presidente, parece inevitable. No hay diálogo posible cuando uno ve el caos de las calles de Caracas: con los motorizados que no acatan ninguna señal de tránsito, con la gente que lanza desperdicios no sólo desde los autobuses y carros viejos, sino también desde las camionetas último modelo con vidrios tan oscuros como los lentes de Pedro Navaja; cuando los propios carros oficiales se apropian de las aceras o saltan la isla porque viene un chivo con su escolta, o cuando la avenida Urdaneta se tranca cotidianamente y de punta a punta, porque cualquiera tiene una razón para la protesta. Es difícil que una ciudad donde se pierda tanto tiempo pueda progresar.
La revolución cubana tiene 50 años y convertir a sus nacionales en ciudadanos a través de la educación, capacitación y formación ideológica, ha sido su mayor e incuestionable logro, a pesar del permanente acoso norteamericano. Y es su mayor éxito porque de ese dependen todos los demás. No puede construirse una sociedad nueva con hábitos viejos. Y los primeros en dar el ejemplo son precisamente quienes han sido elegidos o designados para ejercer cargos importantes en la administración pública.
Pero resulta que todos los días - ya no es sólo durante las épocas de campañas electorales- nuestros líderes son las primeras vedettes que exhiben sus rostros o cuerpos enteros en autobuses y vallas, como si tal exhibicionismo fuera proporcional a la eficiencia con la cual resuelven los problemas. ¿Cuánto le cuesta al estado y a quienes pagan impuestos esa campaña publicitaria permanente de funcionarios que para colmo son ineficaces? ¿Quiénes se benefician con el tremendo negocio de la publicidad en páginas completas y a full color en los diarios? ¿Acaso ese gasto se traduce en mayor conciencia ciudadana? ¿Se comprueba que por lo menos la gente las lee? Sin duda, en la sociedad socialista que pretendemos construir, los hechos tienen que valer más que la publicidad y las palabras. Y la modestia más que el protagonismo y la pantallería corrupta.
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