En vísperas de las primarias de la oposición, un reconocido encuestólogo y analista político reflexionaba sobre los "políticos surfistas": aquel tipo de político que, para alcanzar el poder, "nunca reta a las olas, nunca intenta navegar chocando contra ellas; se monta en su cresta y aprovecha su energía para navegar en dirección de su objetivo."
El abrumador triunfo de María Corina Machado en las primarias, marcado por una participación masiva y sorpresiva, parece contrastar esa teoría: su contundente victoria se construyó desafiando el 'surfismo' que domina en la política venezolana, poniendo de relieve a un líder que, en vez de simplemente cabalgar las olas de la coyuntura, las enfrenta directamente y gana el apoyo del pueblo.
El impulso detrás del voto en las primarias fue, principalmente, el hastío de la gente con el peor gobierno de la historia. Sin embargo, también representó un reconocimiento a la perseverancia y firmeza frente a un régimen abusivo que otros han preferido 'surfear'.
El modelo de 'político surfista', favorecido por algunos asesores y analistas, parece no resonar con el electorado venezolano. Este pueblo, que en el pasado optó por un candidato anti-sistema que prometía 'barrer'—en vez de surfear—ha vuelto a mostrar su preferencia por un liderazgo que se compromete a ir 'hasta el final', sin concesiones ni cuartel, resonando con aquel impulso.
Mi comentario se aparta de las especulaciones sobre las posibilidades electorales de la candidata. Menos aún debe interpretarse como un apoyo. Se enfoca más bien en contrastar la tendencia del 'surfeo' político como estrategia frente a una postura que prioriza la firmeza y la convicción por encima de la agilidad y el oportunismo.
La política que supera el cinismo y la hipocresía predominantes no es la que 'surfea' la ola de las circunstancias o se camufla para alcanzar un objetivo. Es, en cambio, la que desafía el statu quo y actúa contra las opresiones y despotismos estructurales, cambiando activamente las realidades del poder en pro de un progreso social más inclusivo y justo.
La política es más que una lucha por el poder; es también un vehículo para la justicia, el cambio social y la reforma estructural. No todos los políticos son Hernán Cortez; existen también los Martin Luther King, aquellos que rechazan 'surfear' en las corrientes del poder y optan por un enfoque más transformador y constructivo.
Esta corriente subterránea de cambio es palpable en la alta participación inesperada en las primarias. Según Gramsci, los cambios reales y sociales emergen cuando los grupos subalternos forjan una nueva hegemonía cultural que reta y eventualmente reemplaza a la dominante. Este proceso, descrito como 'guerra de posiciones', es una batalla estratégica en las esferas de las ideas y la cultura que redefine lo que es natural y justo. Va más allá de 'surfear' las condiciones impuestas por el poder, buscando en cambio construir un consenso social que respalde y promueva nuevas formas de política y convivencia.
Así, mientras el 'político surfista' se conforma con navegar dentro de los confines de lo establecido, Gramsci aboga por una transformación de estos límites, donde la política no se limita a tácticas y estrategias dentro del juego de poder existente, sino que busca un cambio estructural profundo. Es una dinámica de 'crear realidades' y de establecer un 'segundo poder', según lo acuñaron los revolucionarios del siglo pasado.
En la praxis, esto significa políticos que trabajan no solo para alcanzar el poder dentro del juego existente, sino que bregan por cambiar la dinámica del juego mismo de manera que refleje y promueva un conjunto diferente de valores y relaciones sociales basadas en la equidad y la Justicia como principios indispensables para la paz social. Una práctica que contrasta radicalmente con la maniobra del 'político surfista', que se limita a adaptarse a las corrientes prevalecientes para, en cambio, transformar la corriente subyacente. Aspiremos a más Martin Luther King, menos José Brito.