El lenguaje que se utiliza en la diatriba política cotidiana, no tiene nada que ver con la semántica que se ordena y reúne en los diccionarios de la Real Academia, mucho menos con las precisiones conceptuales en el campo de la filosofía o las ciencias sociales. Los discursos son armas en la lucha por el poder o, dicho de una manera más aristotélica, son instrumentos para persuadir, convencer, conmover o disuadir a una asamblea, a un tribunal o a un público generalizado. Lo que aportaron los fascistas a la retórica, o ciencia del discurso, arte muy antiguo por cierto, es el impacto de los insultos, la sistematización de la mentira, la acusación de los contrarios por todo lo que ocurra. Lo del uso, abuso y manipulación de las emociones ya se hacía en la Antigua Grecia. Solo que los nazis innovaron con el uso de la radio y el cine. A partir de la década de los 60 se usó masivamente la TV, lo cual dio pie a análisis que hablaban de una “videopolítica” y una “massmediación” de la política. Con el impulso de las Tecnologías de Información y Comunicación desde principios de este siglo, y ahora la introducción de la Inteligencia Artificial, esas artes malignas de la manipulación de masas se han perfeccionado hasta niveles diabólicos.
Este párrafo introductorio, es para aclarar que esas entidades llamadas “fascismo, neofascismo y otras variedades” en la última ley que se pretende aprobar en la Asamblea Nacional, casi que no tienen que ver con el fascismo histórico, el de Mussolini y Hitler. El origen del uso de esas palabras (de esos insultos, que hay una evidente violencia simbólica aquí) tiene que ver con la propaganda y que se generalizó contra las manifestaciones de protesta de la oposición, que comenzaron en la primera década de este siglo con grandes marchas, en competencia con las del sector progubernamental, pero derivaron hacia unas “guarimbas”, bastante parecidas a los “encapuchados” que molestaban en las adyacencias de las universidades en las décadas de los 80 y 90 del siglo XX, y unos enfrentamientos con la policía, en las cuales los organismos de seguridad del Estado derrocharon procedimientos irregulares contra los “sediciosos”, desde el uso de armas de fuego letales, hasta juicios sumarios ante autoridades militares y la violación masiva del debido proceso. Con la nueva ley, “fascismo” pasa a ser parte de la “neolengua” que instauró otras denominaciones engañosas: “ingreso mínimo de supervivencia” en lugar de salario, “burguesía revolucionaria” en vez de cuerda de sinvergüenza enriquecidos por el robo de los bienes públicos, “Ley antibloqueo” como Ley anti constitucional, etc.
¿Por qué le endilgaron lo de “fascistas” a esas manifestaciones opositoras en aquel entonces? En primer lugar, porque se vincularon al golpe de abril de 2002, que tuvo rasgos efectivamente autoritarios, tipo militarismo de Cono Sur. también porque algunos participantes de ellas emitían mensajes racistas, efectivamente, dirigidas a insultar los rasgos zambos de Chávez. También era evidente la “arrechera” y las expresiones de violencia discursiva (amenazas, insultos, ofensas de todo tipo). Además, los voceros gubernamentales hacían énfasis en los lazos de esas manifestaciones con los planes de intervención extranjera, como lo que promovieron Leopoldo López, María Corina Machado y otros líderes de lo que hoy se denomina “extremismo opositor” durante los años que van desde 2013 hasta 2017. La extrema polarización política de la sociedad venezolana llevó a rupturas de amistades, de parejas, de familias, de compañeros de trabajo. En fin, fracturó efectivamente la sociabilidad del país. La pasión predominante fue la rabia, el rechazo del contrario, la intolerancia, el insulto, el desprecio y la burla.
Por eso creo que, aunque útil como cultura general, es vano recordarle al gobierno, empeñado en un camino de represión de la oposición y cualquier disidencia, incluidas las de izquierda (el asalto al PCV es muy claro), la lista de características del fascismo que sistematizaron Umberto Eco o Norberto Bobbio, semiótico uno, politólogo el otro. El primero, hizo un modelo simplificado, una especie de lista de cotejo o escala de los rasgos propios del fascismo, que contenía elementos como la exaltación de la tradición, del patriotismo o chauvinismo (de imperio, en los casos de Italia y Alemania), y el uso distorsionado de la semántica de las palabras, en el sentido de la neolengua (inventada por George Orwel para ironizar la propaganda del totalitarismo que tendía a impedir el pensamiento mismo). También, el odio al disidente, la tendencia de culpar a un chivo expiatorio de todos los males. Igualmente, un militarismo que trata de convertir a la sociedad en un cuartel, donde solo se tiene que obedecer con disciplina o atenerse a las consecuencias. Otras características esenciales, esta vez aportadas por Bobbio, es la concentración del poder en un Partido Único o en un Gran Caudillo que lo controla todo sin ser controlado por ninguna institución, así como la eliminación de beneficios laborales, la destrucción de los sindicatos; la abundante demagogia (recordar que Mussolini fue líderes socialistas antes de lanzarse al otro lado), el uso de la violencia, castigos ejemplarizantes y torturas. También, la enemistad con la cultura y la academia (notable en el caso del franquismo español). En general, la represión del pensamiento crítico, la represión, la utilización de la religión como herramienta de dominio y control, y completo desprecio a los DDHH.
Un análisis más refinado del fascismo, no tanto como régimen de gobierno, sino como movimiento político masivo, que lo fue también en el siglo XX, se refiere a su base en personalidades autoritarias (Fromm) o represivas de la sexualidad (W. Reich). El fascismo entonces sería también una “mentalidad” que excluiría cualquier empatía con el diferente, abunda en declaraciones de superioridad que apenas esconde una gran inseguridad psicológica, un desamparo infantil, a los cales se le contrarresta con prejuicios e intolerancia sobre aquellos que son catalogados como diferentes o que se juzgan como débiles. También la mentalidad fascista autoriza la dominación y el exceso de poder como vía necesaria para la convivencia social. Aplaude el castigo con violencia y discriminación a los disidentes. En fin, el fascismo viene siendo la expresión política del impulso sádico y masoquista (el Thanatos, como lo llamaba Freud) que se arraiga en su conciencia para aliviar las dudas y la incertidumbre.
Así tendríamos dos dimensiones básicas del fascismo: como retórica, ideología y movimiento político de masas, por un lado, y por el otro, como régimen político caracterizado por la eliminación de las prácticas democráticas: instauración de un Partido único, la concentración del poder en un Caudillo o Comandante de rasgos míticos, represión de las disidencias y las oposiciones, control sobre los medios, aniquilación de las libertades civiles y los Derechos Humanos. A veces, como en los ejemplos clásicos de Alemania e Italia, los regímenes fascistas definen un enemigo interno de naturaleza racial (los judíos para Hitler o ahora los palestinos para Israel; los “comunistas” para las dictaduras de Pinochet y los militares argentinos) y enemigos externos (como podría ser el “imperialismo” o el “expansionismo ruso”).
El caso es que ahora, recién comienza el debate en la Asamblea Nacional de una “Ley antifascista” con una acción propia de una mentalidad autoritaria: negándole la palabra a un disidente, el secretario general del PCV. Y esto nos recuerda que el fascismo, en todas sus versiones, también es esencialmente anticomunista. Esto sin olvidar el estalinismo, claro. Tanto Mussolini como Hitler llegaron al poder por elecciones y luego usaron la misma institucionalidad para negar la constitución que la había instaurado. Así, logran controlar todos los Poderes Públicos, concebidos en el clásico pensamiento político de un Montesquieu como un equilibrio donde los poderes siempre deben limitarse entre sí, por aquello de que cualquier hombre con poder solo busca expandirlo por cualquier medio, y de allí la necesidad de una institucionalidad fuerte, porque si no, todo el Estado termina siendo propiedad de una familia, sus socios y, sobre todo, de un Hombre.
Aquí, en Venezuela, cuando se haga la historia de cómo este proceso de desvirtuación de la institucionalidad de la Constitución de 1999, se tendrá que aludir a ese tejido de leyes claves: la del “antibloqueo” que se salta los mecanismos del control constitucional, instituye el secreto en operaciones económicas del Estado y concentra las decisiones en el presidente; la Ley contra el Odio, que prácticamente acaba con la garantía constitucional de la libertad de expresión, sobre todo cuando se emplea únicamente contra los opositores y no contra las expresiones maliciosas de un Diosdado Cabello o de los alcaldes que quemaron como Judas a imágenes de dirigentes de la oposición. Y ahora esta “Ley antifascista” que está claramente concebida para meter preso a los que participaron en las protestas de un período, justo cuando vienen unas elecciones donde el gobierno se sabe débil de acuerdo a todas las encuestas.
También a propósito de esta Ley, habría que hacer algunas precisiones y aclaraciones importantes, y algunas hasta divertidas. Por ejemplo, ¿el conservadurismo es fascismo? ¿quiénes son conservadores hoy en día? ¿No son los que se oponen al aborto o al matrimonio homosexual? ¿la tradición es fascista? ¿Entonces, los cultores de nuestras tradiciones son fascistas, Simón Dpiaz incluido? ¿La religión? Pero ¿quién está financiando masivamente a la iglesia protestante evangélica hoy en día?
Por supuesto, ya no hay disimulo, sino ostentación de la arbitrariedad. El poquito “encanto” heroico que le daba la retórica “patriótica” se ha disuelto en un intento de “renovar la imagen” por la vía de un personaje de chiste de Emilio Lovera (el Drácula), o de DC-Marvel (Superbigote y Ultracilita) o hasta de un Chávez con alas de reacción a chorro que cae a la Tierra como “Black Widow” (¿recuerdan aquel video de superhéroes?). Rechazan, con la debida acusación de “agentes del imperialismo” al Fiscal de la CPI que investiga torturas, detenciones sin debido proceso, muertes por parálisis procesal, represión y encarcelamiento sin explicaciones a dirigentes sindicales en Guayana y otras partes del país.
En ese contexto, cabe insistir en que el madurismo, no solo no es izquierda, mucho menos una doctrina; es un estilo de política basado exclusivamente en la lucha por el mantenimiento del Poder, guiado por un consecuencialismo radical, es decir: el fin (de mantenerse en el Poder) justifica cualquier medio. Cumple con todos o casi todos los indicadores de la lista de cotejo de Eco o de Bobbio para reconocer el fascismo. El agotamiento político del “madurismo”, que ya extinguió las posibilidades democráticas del “chavismo”, hoy solo se basa en el miedo de unos “pequeños burócratas” de perder privilegios, entre ellos el mediocre de la posibilidad de obtener un carguito “donde haiga”. Los venezolanos estamos ante el desamparo más completo por el estado en que están sus salarios, los servicios de agua y luz, de salud y educación, otros tantos hechos cuya percepción te hace sospechoso de “enemigo de la Patria” y, ahora, “fascista”. Yendo al texto de la ley, solo queda indicar lo siguiente: se ratifica la línea de la ley del Odio, tratan de reeditar el camino de Ortega: un ensamble de leyes para reprimir la disidencia, la oposición, cualquier rezago de resistencia.