Hagamos el Socialismo de las cosas más humildes y sencillas

Caminemos hacia la Utopía, el Amor todo lo puede

Esa hidra de mil cabezas que nos acosa con su tendencia al egoísmo, el guabineo ético y al disimulo, hace que debamos preguntarnos con firmeza si esa sociedad verdaderamente socialista no será una utopía. En lo personal pienso que más allá de la posibilidad de alcanzar o no el sueño debo seguir soñando; que esta vida es un puente y los puentes se cruzan, no se queda uno a vivir en ellos; que prefiero que la muerte física me encuentre caminando tras la utopía a que me consiga arrellanado, enchinchorrado y empantuflado; y que esta es una decisión irrevocable, acaso porque ya es algo tarde para devolverme, o no he tenido la “suerte” de que me den el famoso “cañonazo de los 50 mil pesos” del general Victoriano Huerta. Al final ¡quien sabe!

¿Cómo hacemos?, ¿en quien creer?, ¿cómo detectar al guabino? Por el verbo no me parece. La lengua, de ordinario conocida como el envoltorio material del pensamiento, pareciera más bien –en muchísimos casos- ser el modo perfecto de esconder lo que se piensa, de decir lo que conviene y callar aquello que compromete. ¿Entonces, cómo…? De nuevo Jesús, el revolucionario de Nazareth, nos entrega un luminoso instrumento. Los fariseos eran los mejores judíos, llegaron a ser tan cumplidores y perfectos que algunos de ellos formaron una secta: “Los irrepensibles”, gente que, como habrán advertido, no podían ser reprendidos, no por causa de la fuerza sino por el esmero que ponían en decir y hacer todo perfecto. Sin embargo, nunca engañaron al humilde carpintero; los detectó rapidito, les faltaba un mandamiento sin el cual todo lo demás era pura pantomima, apariencia, disimulo y oportunismo puro y raso: EL MANDAMIENTO DEL AMOR AL PRÓJIMO. De modo que Jesús, como he dicho, nos entregó tremendo instrumento, un bisturí certero corta-caretas, “por sus frutos los conoceréis”. El pueblo, en su infinita y natural sabiduría también nos entrega otra herramienta: “Dime con quien andas y te diré quien eres”. Aunque a mí me gusta más, “Dime con quien andas y en que andas y te diré quien eres”

De modo que no requeriremos muchos análisis conductuales, creo que bastará con mirar cómo andan, cómo viven, cómo se desplazan, en que se desplazan…y poco más. Creo que fue Andrés Eloy Blanco quien dijo que el dinero era como la tos, imposible de ocultar. Mi abuelita, menos conocida y menos preparada -apenas tercer grado- que Andrés Eloy pero quizás igual de sabia, decía: , se refería mi vieja al viejo prurito de ser blanco caucásico para figurar y ser aceptado y el modo cómo, cuando tienes dinero, eso "te blanquea". Quizás quepa en este caso. El dinero blanquea. Cambia el porte, los modos, el airecillo ese…ustedes me entienden. No importan los esfuerzos que hagan por ocultarlo, el dinero los denuncia.

Bien, y si el dinero blanquea y el dinero cambia a la gente, ¿no habrá llegado la hora de cambiar el perverso sentido del dinero, al menos entre nuestros nacientes Consejos Comunales?, ¿no deberemos tomarle la palabra al Comandante Chávez cuando sugiere crear otra clase de dinero? Un dinero que sirva para el intercambio de bienes de consumo. Un dinero fuera del campo de acción de los bancos, los lujos, el consumo suntuario o la compra de voluntades. ¿Será demasiado utópico el sueño?, ¿y cómo viven y conviven nuestros aborígenes?, ¿no es acaso bajo el mismo lema de Hechos de los Apóstoles o incluso del sueño comunista de Lenin? “A cada quien según sus necesidades, de cada quien según sus posibilidades”.

En una comuna aborigen se come si hay comida, se protege a los más débiles, no hay urbanizaciones de lujo o clase media, todas las churuatas son iguales, si acaso hay alguna preferencia es por los ancianos y los niños. Hace poco tiempo, los caraqueños –sorprendidos y admirados- pudieron observar como a la hora del almuerzo, los aborígenes que vinieron a la Feria aquella en la Base Aérea Francisco de Miranda, pasaban –en gesto de extraña generosidad para nosotros- y colocaban la comida en un círculo, cada uno la suya, y luego, cuando la comida se hizo colectiva comieron todos, en orden y armonía perfectos.

En uno de los casos más notorios y socorridos del Evangelio de Jesús, , casi todas las reflexiones que se hacen van –lamentablemente- dirigidas hacia el poder de Jesús para multiplicar los panes y los peces, ¡craso error, según creo!, ¿por qué habría de sorprendernos que a quien se llama el hijo de Dios multiplique unos cuantos peces y unos cuantos panes?, el milagro, la lección de comunismo del bueno estaba en otro lado, ¡sí!, en ese lado que no queremos ver porque nos cuestiona, nos involucra y esa vaina duele. El milagro estuvo en “organicen a todos, que se sienten en grupos, pongan los panes y los peces que tienen en unas cestas, y ahora… distribúyanlos entre todos…” Y comieron todos, hasta hartarse, y sobraron panes y peces. ¿Hay quien ponga en duda que si hoy hiciéramos exactamente lo mismo habría alimentos en el mundo para todos? ¿Habría hambre en el mundo si se compartiera, o si sólo se renunciara a la guerra por dominio? Todos sabemos la respuesta. Sólo que la respuesta nos obliga a dejar de mirar al cielo y mirarnos a nosotros mismos en nuestras miserias y...repito... ¡esa vaina duele!

No será fácil, compatriotas, ¡quien dijo que lo sería!, pero no podemos optar por otro camino. ¡Vamos! ¡Ven, dame tu mano y caminemos como hermanos! ¿Qué podemos perder los que nada tenemos? ¡Caminemos tras la utopía, si total no cuesta nada!, ¡como nos señala Marx en su Manifiesto, ¿qué podremos perder que no sean las cadenas?


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Martín Guédez


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