Un debate sobre el modelo político

Generalmente, aprovechando los procesos electorales, se airea en los medios de difusión un debate, artificial y calculado, sobre las virtudes del modelo político dominante frente a los aspirantes a ocupar su lugar. Se decía que el voto tenía cierto componente de imprevisibilidad, pero hoy ya no le queda ni eso, porque, si no es antes, será después, acaba por arreglarse. Todo resulta conforme a lo planeado por quien tiene el poder de planearlo. Con lo que hablar de debate sobre las posiciones en liza en la sociedad europea solo es una actividad más, dedicada a fabricar noticias para entretener, porque lo que hay es lo único que tiene visos de fortalecerse y perpetuarse. El objetivo final es que el negocio no flaquee y contribuir a que no decaiga el espectáculo que anima la sociedad capitalista.

El asunto viene a cuento de que en algunas sociedades que sirven de punto de referencia del progreso capitalista, está de actualidad la disputa ideológica entre los que han venido a llamarse globalistas y los calificados de nacionalistas. Los primeros son partidarios de que gobierne el imperio mundial del dinero, mientras que los segundos se inclinan por el mangoneo a nivel local de los nuevos señores feudales. El hecho es que, pese a la pretensión de animar el debate político, tanto globalización como nación resultan ser asuntos de poca entidad para el ciudadano común, ávido de espectáculo. Mucho menos para el pueblo, que ha quedado apartado del asunto político, entretenido con los asuntos del consumo y otras bagatelas.

Pese a los sólidos argumentos del personal aferrado a las virtudes del terruño, el imperialismo lleva la delantera, porque cuenta con instrumentos sólidos para captar a las masas y un proyecto en línea con las demandas sociales hábilmente manipuladas. Para preparar el terreno, ha promocionado una nueva doctrina, como garantía de estabilidad emocional para unas masas inconscientes de su papel, más allá del de consumir, y hace gala de disponer de la patente del bienestar. La doctrina gira en torno a la creencia de las virtudes del dinero. El bienestar es otra falacia, fácil de alcanzar, porque basta solamente creer en la bondad del mercado, donde es posible encontrar cuanto pueda procurar satisfacción, a cambio de dinero. Asimismo, otro instrumento sólido es la colaboración laboral de la política, que permite establecer un cercado de seguridad para el negocio, basado en derechos y libertades, acorde con el proyecto doctrinal. Sin embargo, lo que hace atractivo el proyecto es la inapreciable labor de los medios de difusión, a cambio de la correspondiente retribución, dirigida a alentar esa otra creencia sobre el buen hacer del sistema.

Frente a a la solidez de los instrumentos que utiliza el globalismo, acompañados de su repertorio de derechos, con sus libertades, la defensa de la igualdad y un progreso sin límites, aunque todo ello en el marco doctrinal de las creencias y dentro de los límites del cercado, el nacionalismo no cuenta con la suficiente fuerza social para imponerse, incluso el argumento patriótico ha sido condenado a pasar de moda. Evidente que el ambiente de proximidad tiene sus atractivos, por lo que no es asumible para las gentes que vengan a interferir los de fuera, pero también lo tiene la novedad, la conexión, la diversidad, el bien-vivir, y en esto le llevan la delantera su rival, porque ha sabido explotar tales atractivos. Temas políticos, como la pérdida de soberanía nacional, dependen de la publicidad que le den los medios, pero, como no interesa a los que pagan, contará con escaso recorrido mediático, con lo que pronto se olvida. La falta de la identidad social provocada por la política de puertas abiertas, acaba siendo asumida, porque tanto el mercado como la misma publicidad, junto con la propaganda, convierten lo que era extraño en algo casi natural. Quedan dando bandazos los que trabajan en este ramo de la política para procurarse un buen sueldo y llegar a mandar, aquí la actividad sigue siendo inofensiva, porque con algún que otro discurso, un par de concentraciones y las consiguientes pancartas, el eco de lo local, en un panorama global, acaba por disiparse al instante. En resumidas cuentas, el nacionalismo de hoy, aunque a ratos tome impulso, está en franca decadencia y va camino de convertirse en anécdota, porque solo se achaca a cabreos ocasionales contra el mangoneo globalista, que luego se alivian en el mercado.

Hay y habrá debate político sobre este asunto, pero la suerte ya está echada de antemano. Por tanto, tarea inútil, salvo para promocionar al sistema y servir de medio de entretenimiento social en un panorama de ociosidad, que necesita alimentarse con pequeños acontecimientos, al estilo de las competiciones deportivas o cualquier otro acontecimiento festivo. Lo único evidente es que, sin perjuicio de alguna anécdota localista, en tanto la tecnología siga avanzando por dinero, el bienestar se encierre en lo imaginario, la política juegue a la conveniencia, el ocio sea la meta y el ir tirando el aliciente vital, el globalismo tendrá las claves para conducir la existencia colectiva, aunque sea en dirección al precipicio. De lo que, el que más o el que menos, conviene que tome nota.



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Antonio Lorca Siero

Escritor y ensayista. Jurista de profesión. Doctor en Derecho y Licenciado en Filosofía. Articulista crítico sobre temas políticos, económicos y sociales. Autor de más de una veintena de libros, entre los que pueden citarse: Aspectos de la crisis del Estado de Derecho (1994), Las Cortes Constituyentes y la Constitución de 1869 (1995), El capitalismo como ideología (2016) o El totalitarismo capitalista (2019).

 anmalosi@hotmail.es

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