Hacia el socialismo de las cosas más sencillas. ¡Vamos, que el futuro es nuestro!

¡Construyamos el Socialismo de verdad, viviéndolo!

Al ponerme a escribir esto, abstrayéndome un poco de las conmemoraciones relativas a los días 11 de abril de 2002 y posteriores, me digo a mí mismo que nada de esto debe perturbar el objetivo, que hay que seguir empujando el carro de la historia, que la verdad está y siempre estará en el pueblo. “Caminante no hay camino, se hace camino al andar…” ¡Qué bien lo expresó Machado y en qué momento lo hizo!

Más allá de cualquier otra consideración estamos obligados por el amor a construir un micromundo sustentable, posible, igualitario, inclusivo y luminoso en las entrañas del pueblo. Las discusiones sobre el fin de la historia (Fukuyama) y sobre el final de las ideologías (D. Bell) han quedado al margen del acontecer de los pueblos, han devenido en cuestiones para la Academia. En el corazón del pueblo el único debate posible está centrado en cómo construir un socialismo verdadero.

En un momento histórico que podríamos calificar de cataclismo por la naturaleza gravísima de los daños ecológicos y sociales que nos infiere el capitalismo, en Venezuela se plantea a escala un momento de luz, de frontera, de parto, un momento crucial, un momento de nacimiento de lo nuevo o fin de todo. Los informes que circulan por todas partes dan cuenta de un brutal enfrentamiento en el escenario Norte-Sur, ocultado durante años tras el enfrentamiento Este-Oeste. Superado por esa extraña alquimia de la historia, el enfrentamiento aquel que todo lo absorbía y todo lo justificaba entre el Este y el Oeste, devela con absoluta crudeza el gran enfrentamiento, el de siempre, el del opresor-oprimido, explotador-explotado, conquistador-conquistado y en definitiva… el de ricos epulones y pobres hambrientos… y lo demás es río de hojas, pantallería grosera y circo.

Estamos en el centro de un enfrentamiento entre un sistema productivo cuyo único fin es producir bienes de consumo de todo tipo, simplemente porque su producción genera riqueza, sin importar si lo que se produce es pornografía, droga o mierda; un sistema donde la categoría 'trabajo' está subordinada al capital que la explota y aliena, frente a la eterna esperanza de trabajar en libertad, haciendo del trabajo una categoría creadora, satisfactoria y plena. Ese es el escenario verdadero.

Es el enfrentamiento entre una vida para sí mismos y la otra, abierta al otro como hermano y prójimo. La recuperación de la categoría de la solidaridad absolutamente ajena al sistema capitalista. Un sistema que persiste con toda su fuerza entre nosotros mismos, entre aquellos que –acaso sin saberlo- viven conforme a estos principios inhumanos por más que proclamen ser distintos. Esa bomba social de tiempo se traduce en el expolio de los pobres, en la persistente presencia de viejas y nuevas pobrezas hasta desembocar en cansancio, desencanto y tristeza entre el pueblo. esta bomba social genera también riquezas hirientes y pobrezas cada vez más heridas, porque la insolidaridad proviene de los mismos que se hacen llamar “nuestros”.

Tenemos que vencer los obstáculos hacia el mundo nuevo y, para hacerlo, hemos de morir cada uno al hombre viejo. “Quien pierde su vida por mi causa (la causa del amor y la justicia), la ganará y quien la conserve para sí mismo la perderá”, nos lo repite Jesús desde el Evangelio. Hemos de vivir esta experiencia socialista a corazón abierto, abandonando el veneno de la riqueza, cuyo efecto letal nos convertirá en traidores al proyecto mucho más temprano que tarde. Hay que vivir con, para y por el pueblo, sin alejarse de sus necesidades ni de sus sueños.

Para ello debemos empezar por lo más pequeño, aunque acaso más difícil de lograr: que nuestras relaciones económicas, nuestras actividades y empresas sean de propiedad y producción socialista. No permitirnos en esto ni una sola debilidad. Que no haya excusas. Por los frutos nos conocerán, dice el carpintero de Nazareth; que entre quien se haga llamar revolucionario-socialista y sus acciones y modos de vida haya la más absoluta coherencia. ¿Y donde mejor demostrar esa coherencia que en el modo de organizar la producción y distribución de las riquezas que generamos? Debemos recordar y emular al Libertador y al Che, llevarlos si se desea en gorras, franelas o cuadros, pero llevarlos para hacernos uno con ellos, en el alma. Que la muerte física nos alcance como los alcanzó a ellos, pobres en riquezas materiales, inmensamente ricos en la gloria de haber sido útiles y buenos para el pueblo.

Hoy mismo el Presidente lo dijo en el acto recordatorio de la resurrección del pueblo; un socialista tiene que serlo en primer lugar donde más duele: el bolsillo. Recordó a Fidel y a Simón Bolívar. Recordó la camisa rota de aquel hombre genial y honesto, por cierto, entregada por el enemigo histórico para servirle de mortaja. ¿Cuántos revolucionarios tendrán el descaro de seguir con el discursito de "revolucionario marca registrada", de censores de la pureza revolucionaria, sin comenzar por allí, por hacer de sus negocios cosa socialista, cosa de todos, cosa del pueblo? Sé la respuesta, una vez me la dio un viejo camarada cuando yo era apenas un niño: "madura muchacho, ¿cómo esperas que les duela la conciencia si no la tienen?. Menos hablar gamelote y más ser socialistas. Obras son amores... ¿cómo podremos sembrar socialismo viviendo como capitalistas?, ¿acaso podrán más las palabras que las obras? De nuevo el carpintero de Nazareth: "no se puede servir a dos amos al mismo tiempo, porque se amará a uno y se despreciará al otro, no se puede amar a Dios (pueblo) y al dinero. No habrá revolución socialista si no tenemos la ética socialista. No se decreta el socialismo, se construye desde nosotros mismos.

martinguedez@gmail.com


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Martín Guédez


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