El unísono y trasnochado discurso de aquellos quienes hoy se hacen llamar “oposición nacional”, sobre la supuesta “naturaleza” corrupta, malvada e ineficiente de los Estados Nacionales en la administración de las cosas del pueblo, ha tenido eco en algunos sectores populares y políticos que acompañan a la revolución. Y no es de extrañar el efímero éxito y la aceptación de esta peligrosa idea sobre nuestras filas si admitimos el oprobio al que han sido sometidos nuestros pueblos a lo largo de varios siglos de explotación e intimidación por las clases dominantes a través de sus Estados nacionales, sus fuerzas represivas. Sumando a ello, el desbarajuste de las ideas provocado por el colapso del Estado soviético, al que muchos veían como el más “poderoso” e indestructible.
Para el éxito de este cometido, la clase política de la burguesía, aupada en esta nuestra triste oposición desnacionalizada y corrupta, inclusive, hasta la pequeña burguesía que acompaña a la Revolución Bolivariana, han tomando como bases las experiencias del pasado para intentar hacernos creer que “la naturaleza del Estado es la misma en toda la historia; la misma para el capitalismo y el socialismo. Que los Estados nacionales son un Ente extraño y separado de la sociedad y del gobierno que dirige al país”. ¡Ninguna idea puede ser más falsa que ésta! Veamos por qué.
La burguesía y sus aliados internos dibujan al Estado como una Entidad omnipotente con poder enajenante propio; que actúa de manera autónoma por encima de las clases sociales y las somete a sus designios; y que su existencia se justifica por su naturaleza burocrática, corrupta y hermética. Con esto último, nuestros lacayos intentan, cual Pilatos frente a Jesús, lavar sus manos culpando al Estado de sus infames desviaciones y los pequeños errores cometidos cuando eran gobierno. Pues, esta estrategia pretende encubrir la verdadera expresión de clase que se manifiesta en su interior y que tiende a perpetuarse. Nos referimos al capitalismo y al moribundo Estado burgués. El Estado no es más que el instrumento político, jurídico administrativo, orgánico y represivo de la clase política que ostenta el poder.
El objetivo de la burguesía es claro: se apunta a tratar de descalificar las nacionalizaciones que se están sucedido en la Revolución Bolivariana con PDVSA, CANTV, y otras, justificándose (los lacayos) con los mismos pretextos esgrimidos por ellos para realizar las privatizaciones del pasado: la corrupción y la ineficiencia, que, aunque fueron una realidad, el Estado fue victima de la naturaleza de la clase social que la dirigía, nos referimos a la naturaleza corrupta innata de la burguesía. En otras palabras, la burguesía y sus aliados internos pretenden acabar con el socialismo destruyendo su base fundamental: la propiedad estatal, que no es otra cosa que la propiedad social de los medios de producción administrada por la misma sociedad a través del Estado revolucionario.
El camarada Manuel Valladares al respecto nos explicaba lo siguiente: “la mejor demostración de que el Estado revolucionario está naciendo; de que este Estado es distinto al Estado corrupto burgués se manifiesta en sus obras. En la construcción del nuevo viaducto Caracas - La Guaira en tiempo record; en la recuperación de PDVSA luego del sabotaje y el terrorismo de la gerencia apátrida que la dirigía en tiempo record; en todas las misiones revolucionarias; en el internacionalismo revolucionario; en la cancelación de la deuda externa, etc. ¡ejemplos hay por doquier!... ¿Que más corrupto que el capitalismo, aquel que usurpa la plusvalía a los obreros y a la sociedad en general?... RCTV y las empresas privadas que sabotean acaparando los alimentos del pueblo representan el mejor ejemplo de corrupción y brutalidad”
Los revolucionarios, al igual que el camarada Valladares, debemos de contribuir con ideas y hechos concretos a romper el mito de la ineficiencia y la corrupción del Estado, al que los lacayos atribuyen como “congénita” en él. Pero primero que todo, debemos ser justos y admitir que se mantienen aun las viejas estructuras herméticas que asfixian y entorpecen toda acción revolucionaria. Debemos admitir también que el naciente Estado socialista carece de un pilar, no menos fundamental, como lo representa la participación de sus trabajadores y su control por el pueblo, de una estructura que permita, además, aminorar las conductas despóticas y contrarrevolucionarias expresadas en sus dirigentes.
En conclusión, el problema no reside en el Estado, sino en su naturaleza. La corrupción le es inherente a la burguesía. Lo contrario es simplemente un mito.