La lucha socioeconómica entre asalariados y empresas anónimas no cesa, ni cesará mientras haya gentes que vivan de lo lindo del trabajo de los demás, y que además tengan el tupé de hacerlo ajustado a derecho, un Derecho positivo o escriturado por sus mismos y alienados asalariados, muchos de ellos formados en connotadas academias, institutos y universidades burguesas.
Los deseos para resolver los desequilibrios entre la Oferta y la Demanda en régimen capitalista han generado un cúmulo de hipótesis, apologías y bien montadas argumentaciones, muy especulativas, tendentes a suavizar, frenar y pacificar puntual y temporalmente el gran conflicto social cuya solución lleva ya más de 150 años de infructuosa espera. Quien guste de leer o releer el *opúsculo* Manifiesto Comunista (Marx y Engels) podrá corroborar el amplio intervalo de semejante espera.
Ocurre que las mayoritarias y populares insuficiencias salariales, los excedentes de oferta invendible, los conflictos huelgarios, las violentas y recurrentes explosiones sociales, la consuetudinaria inflación, la permanente beligerancia internacional, los desastres ecológicos, las hambrunas y subambrunas, la inseguridad personal, los altos e indecrecientes índices de crímenes, suicidios, querellas civiles, un generalizado estrés y los bajos niveles de salubridad, todos ellos configuran un cuadro que nos pinta la subyacente contradicción antagónica de las clases sociales propias del Capitalismo.
Burgueses y proletarios han sido, lo son y serán irreconciliables por denodados que pudieran ser los esfuerzos gubernamentales, religiosos y profesionales emprendidos por algunos hombres de buena voluntad de incuestionable altruismo.
El punto fiscal y monetarista: la salida del conflicto fabricada por los defensores del capitalismo evade muy tangencialmente la investigación de las relaciones económicas obrero-patronales, y a lo sumo procura incrementar la productividad del trabajador a cambio de cualquier aumento salarial o de mayores inversiones tecnomecánicas, y so pena de trasladar ipso facto estas sobreinversiones a los precios de sus mercancías, a fin de capitalizar con creces el desembolso en cuestión.
El panegirista burgués entiende por relaciones obrero-patronales la contrata jurídica celebrada entre un trabajador común y una empresa cualquiera. En este sentido, todo queda reducido a la puja mercantil por mejores salarios, y a las mediciones del efecto inflacionario que sus aumentos llevan consigo.
Varios nobelados, literatos famosos, cristianos y judíos, burgueses y asalariados, blancos y negros, americanos, europeos, asiáticos y africanos, altamente asalariados, cubren la plantilla de ese panegirismo burgués, como postura literaria netamente antisocialista.
Por esa vía trasladan al mercado la problemática del trabajo impago, la de la explotación capitalista, como tal, y conmina al gobernante del Estado burgués para que lo apoye en su terca supervivencia y dirima las desavenencias por la vía fiscal y monetarista mediante minimización del salario, devaluación monetaria, control de divisas, proteccionismo, e imposiciones legales de frecuentes y reiteradas violaciones de parte y parte como resultado de un frustrado intento gubernamental para lograr equilibradamente una pronta solución de un conflicto que no es del mercado sino de la producción, que es socialista y no fiscal, ni monetarista, y que sólo se resolvería con medidas socialistas tendentes a la supresión y cambio de semejantes relaciones proletario-burguesas por otras no antagónicas, o relaciones laborales a secas.