La palabra es la envoltura material del pensamiento. Debería serlo, pero no siempre es así, son muchas las veces en la cuales la que se dice no es lo que se piensa sino lo que conviene decir. El ser humano tiene la posibilidad de medir los beneficios o compromisos que le acarrea las cosas que dice y por tanto decir lo que más le conviene. Al modo y manera de esos animalitos que desarrollan una extraordinaria capacidad para mimetizarse y así vencer en su lucha por la existencia, los seres humanos llegan a poseer una extraordinaria capacidad para el disimulo conveniente.
Lamentablemente la impresión que queda al que mira y oye es aquella que al mimetizado le interesa. No se si engañarán a todo el mundo todo el tiempo, pero sí se que engañan a muchos por demasiado tiempo. Un compatriota recordaba en estos días como, en aquellos días de represión estudiantil de la buena, muchos –no todos- de los más “radicales”, de los más come candela, los descubrimos –palizas y torturas de por medio- allá en el terrible edificio de Los Chaguaramos “sapeando” (dícese de los traidores, colaboracionistas y confidentes de la policía política). ¿Será por eso que me dan tan mala espina los come candela? La persona consciente tiene la tendencia natural a bajar el volumen de su prédica. Dime cuanto gritas y de qué te vanaglorias y te diré de lo que careces.
La radicalidad es una palabra que tiende a levantar un sinnúmero de adhesiones ciegas y otra cantidad de sospechas, según quien la vea. Una persona radical –de acuerdo con el concepto más generalizado- es alguien comprometido hasta el tuétano de los huesos. Pero esto no es así en el apostolado revolucionario. El apóstol de la Revolución tiene que ser radicalmente revolucionario y cualquier grado de equilibrio o de incoherencia entre el decir y el hacer lo convierte en una morisqueta. Esto sin importar cuanta gente lo crea verdadero, la incoherencia de vida lo convierte en alguien que no es, que es falso, que no sirve ni para que los cochinos lo pisoteen.
En el concepto martiniano, radical es el que va y se nutre –a cualquier costo- de la raíz de las cosas. Es el que no se queda en la superficie y en lo apariencial, es el que asume la vida revolucionaria con todas sus consecuencias. El verdadero equilibrio, vista así las cosas, se verifica en la radicalidad de la entrega y tiene poco o nada que ver con las apariencias convenientes.
En términos del apostolado radical y verdadero, Jesús de Nazareth es todo un ejemplo. Así lo percibieron seguidores y enemigos. Su radicalidad al servicio del Evangelio lo condujo a una vida “sin tener donde recostar la cabeza” –según le dijo al Apóstol Andrés, cuando esté le pidió que lo admitiera en su “partido”- y por último a la tortura sin emitir una queja y a la muerte “y una muerte de cruz”. Otro ejemplo es el Che, su vida fue un modelo de coherencia, ni un solo lujo, ni una sola empresa a su nombre bajo la excusa de tenerla para defender la revolución, ni un solo compromiso por encima del de su misión. Sacrificó cualquier bien, aún los más preciados: esposa, hijos, fama…
La Revolución Socialista –si la queremos verdadera- no es un paseo para acomodarse y disfrutar de ella. La puerta que lleva a su materialización no es ancha, sino muy estrecha, diría que radicalmente estrecha. Los que entren por ella tienen que estar dispuestos a no tener donde reclinar la cabeza, deben romper con los compromisos del mundo y una vez puestos en marcha no deben mirar ni siquiera atrás. No es fácil este camino porque está plagado de amenazas y en medio de lobos, comenzando por nuestros propios “lobos”, esos “lobos” que Mao Tse Tung llamaba “el corazoncito burgués que todos llevamos dentro”.
La radicalidad que nos exige la Revolución Socialista contrasta con las teorías sociales del éxito. Se debe ser apóstol revolucionario, constructores de la buena nueva entre los pobres, los excluidos, los humillados, los perseguidos y eso no puede hacerse desde el balcón de los incluidos, de los acomodados, por más que lo gritemos. Hay que llenarse el corazón de amor fraterno, sin equilibrios ni cuentas, sin planes ni agendas, quemando las naves y hacerlo con alegría, sintiendo el inmenso privilegio de haber escalado el nivel más alto de nuestra naturaleza humana.
Un revolucionario radical tiene que romper con los criterios no socialistas de la existencia. En nuestro caso, debe tener un estilo de vida que sea reproche a las injusticias de la sociedad capitalista corrompida y dependiente. Debe huir del veneno capitalista día a día poniendo todo su empeño. No se trata de criticar el modo de vida capitalista sino de vivir como socialista con estilo y forma profético.
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