Mucho media entre la ortodoxia y la ortopraxis, en lenguaje coloquial, "entre el dicho y el hecho hay un buen trecho". No estamos inventando el agua tibia. Una cosa es la consigna, la conversación ideológica e incluso el acto a veces heroico puntual y volitivo, otra cosa bien distinta y más difícil de lograr es la vida consecuente, constante, ese hacer sobrio de todos los días. Hay mucho más heroísmo en el padre de familia que sale cada día a ganarse el pan honestamente, silencioso, con dolor en los riñones, en las piernas, sin ilusión ni esperanzas de realizarse en la entrega que en el sacrificio heroico de un instante. El primero exige fortaleza moral, el segundo sólo una buena descarga de adrenalina.
Cuando el curso de la historia pone al revolucionario ante el desafío cotidiano de serlo de verdad –reitero, sin pantalla ni asambleas- es cuando se saborea la enorme distancia entre la ortodoxia y la ortopraxis. Entre el soñar, el pensar y el hablar y el llevar a la práctica cotidiana sueños, ideas y discursos. La Revolución Bolivariana, por obra y gracia de un hombre providencial, Hugo Rafael Chávez Frías, nos puso el gobierno al alcance de la mano. El gobierno es un trapiche inmisericorde especialmente duro con los caracteres frágiles. De pronto la "dolce vita burguesa" tantas veces criticada y demolida en nuestras reflexiones de camaritas dejó de ser ajena.
De este trapiche de la historia se sale fortalecido o vuelto bagazo. Este morir al hombre viejo y nacer al hombre nuevo ya no es tema de sobremesa sino desafío, crisis. Las crisis tienen una profunda virtud, para bien o para mal no nos dejan iguales. No permiten que acomodemos –por confrontación- el modelo de vida socialista con "nuestro" modelo. A diario nuestra vida va siendo espejo de nuestras ideas. Las confirman o las niegan. O se vive como se piensa o se termina pensando como se vive, o se vive en forma socialista o se vive bajo los mismos valores burgueses que en el ideario combatimos hasta aplastar en forma inmisericorde el pensamiento.
De allí que la clave del socialista sea el flujo permanente de las ideas, a las manos y al corazón. A las manos para hacer y al corazón para vivir en armonía con esas ideas. Eso pone a salvo de las trampas en la cuales en forma ordinaria se cae. Se pasa de un socialismo de ilusiones, idealista, de valores abstractos, ajenos a las experiencias y exigencias propias de la vida humana, a un socialismo sin adaptaciones, sereno, firme y encarnado. Arranca el socialismo de los afiches, las gorras, las franelas, los cantos y las consignas y lo suelta en las calles, en las fábricas, en los campos y en el mercado del pueblo. Se le confiere rostro humano al socialismo, porque los otros podrán reconocerlo en nuestro modo de vivir, de hacer y de amar.
Siempre se tendrá el peligro de esterilizar el socialismo y condenarlo a meras definiciones sin coherencia con los rostros, con el trato cotidiano, con las expresiones concretas de solidaridad y entrega. El camino al socialismo no está en otra parte que en el disponerse a revelarlo con el ejemplo de vida. El socialismo hay que contagiarlo –como se contagia la gripe- por contacto, hay que respirárselo en las narices a todo el que se encuentre en el sendero.
Dicen que una imagen vale más que mil palabras, podemos añadir que el ejemplo vale más, mucho más, que millones de consignas, discursos o proclamas. De ordinario, quienes históricamente han secuestrado y esterilizado la fecundidad de las ideas lo han hecho a partir de conocerlas bien. La Iglesia Católica es un ejemplo de ello. Si algo hace la Iglesia es leer, aprender, estudiar y conocer a fondo el mensaje de Jesús. No hay duda que ha vivido y alcanzado poder y privilegios por siglos explotando ese conocimiento. No hay cachetada más desconcertante que ver a un cristiano burlarse en la práctica del Evangelio que pregona. Acaso haya otro ejemplo similar a este: el de un socialista que no vive por los valores que predica, y esto por la misma razón, porque en ambos casos se engaña al pueblo.
De modo que, cuando se comienza a ver como normales, como cosas naturales, como algo que hacen otros y por qué no uno también, ciertas formas de vida y cuando ciertas conductas –definitivamente burguesas- no son asumidas como ajenas sino que se justifican, se van venciendo los resortes morales y se está en el camino a la traición –más temprano que tarde- de los valores socialistas. No hay que ser radical con las palabras sino con los hechos. "Anda, vende todo lo que tienes, repártelo entre los pobres, regresa y sígueme", le dijo Jesús al joven bueno. ¡Porque hay que ver que era bueno el joven!, mucho, muchísimo más que muchos, pero… no dio ese paso insoslayable y se quedó sin seguirlo y punto, no era obligatorio hacerlo y no lo hizo, como no es obligatorio ser de verdad socialista, lo que sí es obligatorio –por dignidad y conciencia- es callarse la boca, hacer más, vivir más el mensaje y hablar menos si no se tiene la debida coherencia. Es obligatorio exigir sinceridad con los hechos. Es obligatorio no caer en las redes de embaucadores más falsos que un billete de ocho bolívares. Que no se le tenga que pedir al pueblo, hagan lo que dicen pero no lo que hacen porque crean grandes cargas para que las cargue el pueblo pero no mueven un dedo para llevarlas ellos.
En lo muy personal quiero referirles que en los peores momentos siempre abrigué la esperanza de que la implosión de la URSS fuera un mal sueño. No podía creerlo. El balde de agua fría, el desconcierto, sobrevino cuando pude ver las casas lujosas, similares a las de los artistas del decadente jolivud, que poseían los "austeros" funcionarios del régimen que caía. Aquello me lo explicó todo…especialmente me explicó la ausencia del pueblo para defender "su sistema socialista". Simplemente no lo era, lo habían castrado, esterilizado y asesinado por vía del mal ejemplo. ¡Tiempo de aprender!, ¿no creen?.