¿Quién muere por la patria?

Siguiendo las ideas de Jean-Jacques Chevallier, recogidas en su libro Los grandes textos políticos: desde Maquiavelo hasta nuestros días, 1979, podemos decir que la historia está jalonada no sólo por grandes acontecimientos, sino también por conductas y frases profundas que definen la racionalidad y el compromiso ideológico de algunos seres humanos. En una especie de revolución del alma, han surgido voces en el mundo, durante todos los tiempos, para denunciar las atrocidades e hipocresías que germinan al interior de las sociedades, particularmente aquellas cultivadas en los jardines del poder y la política.

Jesús de Nazaret, el Cristo, el Mesías, el hijo de Dios, fue enjuiciado y crucificado, con la anuencia del Sanedrín, especie de tribunal supremo (Coordinadora Democrática o Comando de la Resistencia, en tiempos modernos). Clavado en la cruz y agonizante aún, el hijo de Dios soltó aquella frase que aún retumba en la conciencia de los tiempos: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Sin duda, fue un juicio político-religioso, cobarde por lo demás, que truncó el sueño de lograr una sociedad impregnada con los valores de la solidaridad. El Mesías prefirió soportar el martirio de la crucifixión antes que negociar sus ideales con los hipócritas religiosos. Murió y resucitó por su pueblo, por su patria, por la humanidad.

De igual manera, mucho antes de Cristo encontramos claros comportamientos humanos llenos de arrojo y valentía, que a pesar de las sentencias a muerte, nunca negaron sus creencias e ideales. Por ejemplo, Sócrates prefirió morir antes que claudicar o arrodillarse ante sus verdugos. Él, al igual que Jesús de Nazaret y a través de un juicio político amañado, fue sentenciado a muerte por plantear nuevos conceptos de justicia y libertad. Su pensamiento revolucionario chocó con los intereses de la derecha que detentaba el poder en Atenas. Aunque fue un hombre de profundas convicciones religiosas, Sócrates decidió tomar la cicuta para morir como un auténtico patriota.

Así mueren los verdaderos revolucionarios, manteniendo sus ideales, luchando por sus verdades y por su patria. Así murió Pedro Camejo (Negro Primero), luchando por una causa y contra la tiranía del imperio, para dejarnos la libertad. Por su bravura y destreza en el manejo de la lanza, luchó con pasión en la Batalla de Carabobo. Bañado en sangre y herido de gravedad, Negro Primero se presenta ante el general Páez y con voz patriota le dijo: “Mi general, vengo a decirle adiós porque estoy muerto”. Ese si era un negro de verdad, que prefirió morir en los campos de batalla, luchando por la libertad de la patria, antes que seguir viviendo sometido por el poder colonial.

Guaicaipuro constituye otro ejemplo de valentía. El murió luchando por su familia, por la soberanía de su pueblo. Los españoles, conquistadores sanguinarios que llegaron a estas tierras, con la anuencia de la iglesia católica, lo asesinaron cobardemente, no le dieron oportunidad. Los auténticos revolucionarios mueren así, luchando por la patria.

*Politólogo
eduardojm51@yahoo.es


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Eduardo Marapacuto*


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